Por Negrofino
A principios de los años 80, en la calurosa ciudad oriental de Cuba, Guantánamo, donde las tradiciones culturales y los misterios se entrelazaban con la vida cotidiana, surgió un rumor que estremeció los cimientos de la comunidad: ¡un perro que hablaba! Yo tenía apenas 14 años, y el rumor se esparció como un reguero de pólvora, alimentando la imaginación y la curiosidad de todos.
Guantánamo estaba en un estado de agitación sin precedentes. La noticia había capturado la atención de todos, desde el más humilde trabajador hasta el dirigente más encumbrado. ¿Quién no dejaría todo para presenciar semejante prodigio? Día tras día, decenas de personas se congregaban frente a una modesta casa, ansiosas por ver al increíble perro parlante. El dueño, con un aire de misterio y teatralidad, abría una ventana y sacaba la cabeza del perro. Y entonces, en un silencio expectante, el perro miraba a la multitud y emitía un sonido claro y resonante: «Papaaaaa».
La noticia no tardó en llegar a los oídos de los dirigentes de la provincia. El secretario del Partido Comunista, junto con una comitiva de importantes personajes, acudió a ver al prodigioso perro. Y, como un reloj, el perro no fallaba. Cada vez que el dueño hacía un movimiento sobre su garganta, el perro rugía «Papaaaaa» con una claridad asombrosa. Decidieron llevar al perro a la televisión, para que todo el pueblo de Cuba pudiera compartir la euforia.
Se encomendó la tarea a dos periodistas de renombre y confianza revolucionaria: la inigualable compañera Risitas de la radio (reside hoy en Miami) y la prestigiosa periodista de la agencia Juventud Rebelde, Arleen Rodríguez Derivet. ¡Un perro que dice «Papaaaaa» era algo que toda la nación debía ver! Sin embargo, lo que nadie sabía era que Arleen y Risitas ya estaban al tanto del secreto y planeaban dar un golpe noticioso que llegaría hasta los oídos del comandante en jefe, Fidel Castro.
Fidel, siempre curioso y amante de lo extraordinario, mandó crear una comisión para evaluar el acontecimiento y recibir un informe detallado. La comisión, trabajando incansablemente, citó a las periodistas para obtener su versión y se preparó para visitar al perro y a su dueño. El informe fue concluyente: el perro hablaba, emitía un solo sonido que se traducía en «Papáaaa». Decidido a ver el fenómeno con sus propios ojos, Fidel emprendió un viaje a Guantánamo, acompañado por una comitiva de expertos de la Academia de Ciencias.
En la quietud de la madrugada, mientras el pueblo dormía, Fidel llegó a la casa del dueño del perro. Tras una breve charla, pidió ver al famoso perro. Al verlo, con una mirada llena de asombro, lo bautizó como «Niño». El dueño, con manos temblorosas, tomó al perro por el cuello y, ante la atenta mirada de Fidel, el perro rugió «Papaaaaa». Fidel, impresionado, exclamó: «¡Niño es un logro de la Revolución!»
Las periodistas, testigos de ese momento histórico, se apresuraron a redactar el editorial para el periódico Venceremos. Al amanecer, el titular proclamaba: «¡Niño, el perro que habla, es un logro de la Revolución!» La noticia se extendió como un incendio, alcanzando la comunidad internacional que exigió una verificación científica del hallazgo.
A regañadientes, Fidel accedió. La comisión científica de alto nivel se presentó para evaluar al perro. Fue entonces cuando la verdad salió a la luz: el dueño del perro presionaba con sus manos debajo del cuello del animal, provocando un rugido que no era vocal, sino reprimido. La comisión desacreditó el hallazgo, y el resto es historia.
En el despiadado mundo del totalitarismo, los errores no se perdonan, y mucho menos una traición a la patria y a la Revolución. El dueño del perro desapareció, y una de las periodistas escapó a La Habana encapuchada, sin dejar rastro. Desde el secretario del Partido hasta la presidenta del CDR de la cuadra donde vivía el perro fueron destituidos. El perro pasó a formar parte del manjar para los leones del zoológico. Guantánamo volvió a su calma habitual, pero la leyenda del perro parlante quedó grabada en la memoria de todos, como un recuerdo de aquellos días en que la realidad y la fantasía se entrelazaron en un rincón olvidado de Cuba.
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