DEL ARTE DE SER INSOLENTE Y OTRAS BONDADES DEL CINISMO

Por Juan Carlos Recio Martínez

El mandamiento de la verdad, según Friedrich Nietzsche, es un juicio que equilibra lo que interpretamos como justicia y ética. Cualquier respuesta coherente en el ámbito del arte, la filosofía o la política debe priorizar un razonamiento sólido, tomando decisiones acordes a nuestras capacidades. Esto incluye el manejo de enfoques que nos permitan examinar a fondo esa supuesta verdad ante nuestros semejantes u oponentes.

Para validar una conducta independiente y propia de nuestros mecanismos psicológicos, lo fundamental es comprender el propósito de nuestro conocimiento y la dualidad indivisible entre la experiencia creativa y la búsqueda de soluciones para entender la realidad. No se debe ignorar que las respuestas emocionales, en muchas ocasiones, nos llevan a una disfunción mental que distorsiona la percepción de la verdad. El cerebro, con finísimo disimulo, separa el carácter espiritual y expresivo del entendimiento, en contraste con las fraseologías intermitentes que, gobernadas por estados de ánimo efímeros, no representan la verdad sino la mediocridad y la torpeza disfrazadas de certeza.

El arte de crear contextos y experiencias insolentes y mordaces no se reduce a un humor chabacano carente de profundidad. La ironía y el sarcasmo deben sustentarse en una base ética y en una conciencia clara. José Martí ejemplificó este principio: un hombre sencillo con un argumento de vida capaz de simbolizar un ejército de prestigio. Su respuesta ante la muerte, enfrentándola de cara al sol, es la más pura expresión de la transparencia de un hombre ante su destino.

La crítica cínica y veloz, aquella que reta criterios y argumentos, no florece entre hombres necios que lo reducen todo a una lucha por estatus o reconocimiento. Menos aún entre quienes adoptan la postura de héroes circunstanciales, despreciando la equidad y el juicio sano.

El verdadero cinismo evita que nos ahoguemos en falsas evidencias y posiciones ambiguas utilizadas de manera oportunista para generar efectos calculados sin aportar un pensamiento auténtico. La crítica profunda no opera bajo la manipulación, sino con sabiduría y entereza de juicio.

El arte de la explosión no consiste únicamente en gritar o expresar inconformidad. Se basa en un reconocimiento cínico de la desconfianza hacia la supuesta verdad contraria, y en la capacidad de refutarla con rigor.

Las acciones, convicciones y relaciones que fundamentan nuestras evidencias deben poseer originalidad de criterio y una solidez que las convierta en argumentos inequívocos y exactos, a la altura del arte de pensar.

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