Por El Coloso de Rodas

El choteo, ¿es una cuestión que abruma? Esta pregunta, lejos de ser trivial, nos remite a un fenómeno profundamente arraigado en la cultura cubana, con implicaciones que trascienden lo anecdótico para situarse en el ámbito de lo social, lo moral y lo filosófico. En la actualidad, bajo el influjo de la postmodernidad, parecería que ciertos comportamientos antes aceptados y hasta celebrados han quedado relegados o transformados por nuevas sensibilidades. Sin embargo, paradójicamente, el hombre de hoy se convierte en premoderno en cuestiones que se suponían superadas.
El choteo, cuya práctica irreverente caracteriza el modo de relacionarse en el imaginario cubano, ha sido reinterpretado en clave contemporánea. Hoy en día, con una tendencia creciente hacia la censura social y la corrección política, el choteo es considerado por algunos como una forma de bullying, un mecanismo de agresión simbólica que trasgrede los límites de lo aceptable. Se le ha convertido en una suerte de lanza moral arrojada contra quienes osan burlarse del otro, como si la sátira y la ironía debieran someterse a los cánones de una nueva moralidad colectiva.
Pero más inquietante aún es la contradicción inherente a quienes practican el choteo sin aceptar ser objeto del mismo. El choteador, que con desenfado ridiculiza al choteado, no tolera que se le devuelva la burla. Se indigna, se siente ofendido y, en muchos casos, adopta represalias contra el acto mismo de chotear. En esta dinámica se manifiesta la hipocresía contemporánea en su máxima expresión: la incapacidad de quienes se erigen en jueces del ridículo para asumir la inversión del rol y reírse de sí mismos.
En Cuba, sin embargo, el choteo no ha sido erradicado, aunque las nuevas formas de censura intenten someterlo. Existen regiones, especialmente en la zona oriental de la isla, donde el guaje comunicacional está impregnado de choteo de manera tan orgánica que forma parte estructural de la vida cotidiana. En estos espacios, cada individuo posee un alias burlón, un sobrenombre que lejos de ser motivo de afrenta se asume con naturalidad. Allí, el lenguaje comunicativo se ha construido sobre el cimiento del choteo, funcionando como un mecanismo de cohesión social más que de agresión. Es, en esencia, una manifestación cultural distintiva, un código de reconocimiento entre pares.
Sin embargo, este carácter identitario del choteo no fue reconocido en su totalidad por algunos de sus más célebres analistas. En su magistral conferencia sobre el tema, Jorge Mañach abordó el choteo desde una perspectiva crítica, sin llegar a considerarlo una expresión legítima del folclore cubano. Su intención, en gran medida, fue moralizante: veía en el choteo un obstáculo para el desarrollo de una conciencia cívica madura y responsable, un vicio que debía ser erradicado para permitir el progreso de la nación. No obstante, el tiempo ha demostrado que, pese a los esfuerzos de Mañach y de quienes han pretendido relegarlo, el choteo ha sobrevivido como una fuerza indomable.
El choteo no es solo un rasgo de la cubanidad, sino una herramienta de resistencia y un mecanismo de supervivencia cultural. Su persistencia a lo largo de las décadas sugiere que no es una mera excentricidad folklórica, sino una estructura comunicacional con funciones bien definidas dentro de la sociedad. Desde los tiempos coloniales hasta la contemporaneidad, el choteo ha servido para subvertir jerarquías, desafiar el poder y desmitificar discursos impuestos.
Si Mañach aspiraba a erradicar el choteo como elemento corrosivo de la seriedad nacional, el siglo XXI ha demostrado que su labor fue en vano. No solo el choteo persiste, sino que ha evolucionado y se ha adaptado a nuevas plataformas y medios. En un mundo donde la opinión rápida y la burla digital han encontrado en las redes sociales un espacio privilegiado, el choteo cubano ha sabido acomodarse a este nuevo ecosistema. El meme, la parodia en video y la caricatura digital han tomado el relevo de la decima popular y del sobrenombre ingenioso.
No obstante, el choteo enfrenta hoy amenazas distintas a las que Mañach pudo prever. La sensibilidad exacerbada de ciertos sectores, sumada a las dinámicas de cancelación y corrección política, han puesto en jaque el derecho a la burla. Lo que antes se consideraba una expresión natural de la interacción social, hoy es vigilado con lupa por aquellos que ven en el humor una forma de agresión.
El dilema es claro: ¿podrá el choteo seguir existiendo en un mundo cada vez más regulado por las normas del decoro y la inclusividad? La historia sugiere que sí. El choteo ha sobrevivido a imperios, dictaduras y dogmatismos de toda índole. Ha resistido censuras, prohibiciones y condenas morales. ¿Por qué habría de desaparecer ahora?
Hoy, el choteo sigue en pie, desafiando a los moralistas, a las vacas sagradas, a la intolerancia y a las conspiraciones culturales que buscan domesticarlo. Lejos de desaparecer, se reinventa y resiste, como una manifestación de irreverencia que se niega a ser silenciada. En la 8va Convención de la Cubanidad abordaremos este fenómeno con la profundidad que merece, explorando su significado en el contexto actual y las nuevas formas que adopta en una era marcada por la hipersensibilidad y la corrección política.
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