Armando de Armas: Realismo metafísico y la creación literaria

Por Ángel Velázquez Callejas.

El concepto, la noción o el referente de realismo metafísico no surge de un cálculo deliberado, sino de una epifanía provocada por una pregunta inesperada. Esta chispa, encendida por Virgilio Paz Romero durante la presentación de La tabla, irrumpió en el ambiente templado de un museo en Miami y se adentró en los territorios movedizos donde la literatura se confunde con la ontología. Allí, donde el discurso habitual de los géneros tropieza, el autor Armando de Armas se aventura a cartografiar un terreno que parece menos inventado que revelado: el realismo metafísico.

En la III Convención de la Cubanidad, 2020, Armando recibió el Premio Ensayo y un certificado de reconocimiento.

Este término se presenta como una estrategia conceptual para nombrar aquello que, en apariencia, siempre ha estado allí. Un realismo que no se limita a registrar la epidermis de la existencia, como lo harían el realismo decimonónico o el socialista, ni se permite los juegos de ilusión del realismo mágico. Su tarea es más audaz: entrar en la profundidad abisal de lo real, transfigurarlo desde su propia numinosidad, mitificarlo hasta devolverle el fulgor primigenio que yace olvidado bajo la erosión del tiempo histórico.

El autor, con la precisión de un cirujano metafísico, establece su diferencia: mientras el ensayo desmitifica y desmonta los mitos disfuncionales de la modernidad, su narrativa busca reconfigurar la realidad a través de una operación poética que no rehúye lo mítico. Así, su obra no se somete al dictado de las escuelas literarias establecidas, sino que establece su propia esfera: un mandala donde lo visible se entrelaza con lo invisible, donde el símbolo y lo simbolizado cohabitan en una danza que evoca el eterno retorno de lo esencial.

De Armas comparte una experiencia literaturizada: el instante en que un personaje, arrancado de su cuerpo en medio de una pelea, observa desde una altura trascendental la escena como un espectador de sí mismo. Este fenómeno, una suerte de hiperrealidad contemplativa, recuerda las enseñanzas de Krishna a Arjuna en el Bhagavad Gita, donde la batalla se despoja de su pathos inmediato para revelarse como un juego cósmico. El realismo metafísico habita precisamente en esa tensión: en la aceptación de que el mundo material es simultáneamente el escenario de lo finito y la manifestación de lo eterno.

Esta propuesta se inscribe en el espacio de las inmunologías culturales, un intento por erigir refugios conceptuales frente al vacío existencial que deja una modernidad desencantada. En este contexto, sugerí renombrar su propuesta como Realismo tradicionalista, ya que considero que el concepto de tradición resulta más adecuado, dado que, incluso en el realismo socialista y el realismo mágico, se manifiestan elementos de una concepción metafísica que no puede ser ignorada.

Panel de la III Convención de la Cubanidad, con Armando junto a Alfredo Triff.

En este sentido, recordé a Martin Heidegger, quien en su conferencia ¿Qué es metafísica? no aborda la metafísica desde el origen o la verdad clásica, sino que la redefine como una condición del pensamiento abstracto, una apertura hacia aquello que trasciende el cálculo y la lógica comológica. Heidegger señala que lo metafísico no es simplemente lo que está «más allá de la física», sino el espacio de lo interrogativo, donde el ser y la nada se enfrentan en un diálogo silencioso y profundo. Esta perspectiva podría iluminar la propuesta de De Armas, pues lo que el realismo metafísico busca no es solo representar lo real, sino abrir un umbral hacia lo inasible, hacia esa zona de penumbra donde lo eterno y lo contingente se entrelazan.

Mi sugerencia de adoptar el término Realismo tradicionalista pretendía destacar un matiz crucial: tal como él lo sabía, la tradición, en términos genealógicos, no debe entenderse como mera repetición de formas antiguas, sino como una corriente viva que, incluso al resistir la modernidad, dialoga con ella. Es en este diálogo, y no en su rechazo absoluto, donde reside la posibilidad de revitalizar una espiritualidad que parece desmoronarse ante el avance del pensamiento técnico y utilitario. En la modernidad, el desmoronamiento de las estructuras espirituales tradicionales no ha eliminado la necesidad de lo trascendente, sino que la ha trasladado a otras formas desacralizadas, como los mitos políticos o las utopías tecnológicas.

Esta observación se inscribe en un debate más amplio sobre cómo recuperar una dimensión espiritual sin caer en reduccionismos ideológicos. La tradición, en este contexto, no sería un refugio nostálgico, sino un puente hacia lo eterno; un recurso para reorientar una experiencia humana fragmentada por las aceleraciones de la modernidad.

Finalmente, cualquier propuesta estética que aspire a lo trascendente debe considerar el carácter integral de la tradición: esa herencia que, aunque fragmentada, sigue susurrando un anhelo de totalidad en el corazón de lo humano. El realismo metafísico, tal como lo plantea De Armas, no es solo un marco literario, sino un esfuerzo por cartografiar los contornos de una espiritualidad que persiste, aunque a menudo de manera soterrada, en las ruinas mismas de la modernidad.

Al invocar las catedrales góticas y las pinceladas de Rembrandt, De Armas nos recuerda que el arte auténtico no busca solo representar, sino convocar: atraer las fuerzas anímicas que duermen bajo la superficie, hacerlas presentes en un aquí y ahora donde lo humano y lo divino se reconozcan mutuamente. Así, el realismo metafísico no se presenta como un movimiento de vanguardia, sino como una revalorización de la creación como acto demiúrgico. El escritor, como los arquitectos de Chartres o los pintores de la Capilla Sixtina, no es un mero cronista de lo dado, sino un tejedor de esferas que abre ventanas hacia lo eterno.

En este sentido, el realismo metafísico no solo busca situarse como una corriente literaria contemporánea, sino como un gesto hacia el pasado profundo, hacia el instante donde el arte y la filosofía compartían el mismo horizonte: desentrañar, a través de la materia, el núcleo inasible de lo real.

Ante el misterio literario

Quiero ahora pasar a atender brevemente un tema del libro que considero crucial por su interrelación con la literatura cubana. Pero antes, debo decir que el concepto de realismo metafísico propuesto por Armando de Armas se inserta en una tradición filosófica y literaria que recurre a la visión trascendental del arte y la poesía, considerando estas disciplinas como caminos hacia lo divino. A través de una mirada que abarca desde Homero hasta Borges, el autor plantea que la creación no es simplemente una invención literaria, sino un proceso de revelación de un orden superior, donde la materia y el espíritu se entrelazan.
De Armas, siguiendo las huellas de pensadores como Manly P. Hall, defiende que la tradición cultural occidental, en su origen, no estaba separada de lo sagrado; arte y filosofía eran formas de captar lo numinoso. En este contexto, el realismo metafísico se convierte en una crítica a la desprofundización del pensamiento moderno, que ha fragmentado la relación entre lo mundano y lo trascendental, relegando el arte a una mera representación de la realidad, sin apelar a sus dimensiones espirituales.


El autor reivindica así un retorno a una visión integral del arte, como puente entre lo físico y lo espiritual, y resalta que la creación es un acto fundacional, no meramente estético. En un momento en que la cultura está dominada por el consumismo y la técnica, el realismo metafísico se presenta como un acto de resistencia, un llamado a recuperar lo trascendental y lo sagrado que se encuentra en las raíces de la tradición cultural.

Fundamentos literarios

Armando de Armas, al referirse a Los fundamentos metafísicos de los géneros literarios de Olavo de Carvalho, invita a una reflexión sobre la literatura que trasciende los límites convencionales de la crítica literaria. Carvalho, con su aproximación metafísica, presenta los géneros literarios no solo como estructuras formales, sino como principios trascendentales que reflejan la relación entre lo finito y lo infinito. Armando podría ver en esta perspectiva un intento de elevar la literatura a un plano donde los géneros se convierten en una vía de acceso a lo eterno, algo que podría resultar interesante, pero también demasiado abstracto.


Para Armando, cuya visión literaria tiende a ser más pragmática y enfocada en los aspectos socioculturales de la literatura, la postura de Carvalho podría parecer excesivamente idealista. La idea de que los géneros literarios son reflejos directos de lo divino y lo infinito podría parecer una distorsión de lo que realmente ocurre en el campo literario, donde los contextos históricos, sociales y económicos juegan un papel crucial. El autor, al enfocarse en la conexión metafísica entre los géneros y la esencia del Infinito, podría estar pasando por alto la función crítica de la literatura como espejo de las realidades humanas y sociales.


Desde una crítica más cercana a la realidad de la literatura contemporánea, Armando podría argumentar que la obra de Carvalho se pierde en una idealización de la forma literaria y se aleja de la posibilidad de que la literatura pueda, también, ser una herramienta de crítica social y reflexión política. En este sentido, el texto de Carvalho, aunque enriquecedor en su propuesta metafísica, no logra articular una crítica robusta de la literatura en el contexto de los cambios sociales y culturales que la atraviesan.
Por lo tanto, si bien la reflexión de Carvalho ofrece una visión fascinante de la literatura como una forma de trascender lo material, su enfoque, desde la perspectiva de Armando, puede ser visto como una interpretación que separa a la literatura de sus conexiones más terrenales y humanas.

La creación artística

El texto aborda la creación artística desde una perspectiva profundamente metafísica, en la que la luz y la oscuridad son fuerzas complementarias que rigen tanto la existencia divina como la creatividad humana. La figura de Hermes, como dios de la escritura y símbolo de la sabiduría, es central en esta reflexión. Según el texto, la creación no es solo un acto de invención humana, sino un proceso trascendental que conecta al ser con lo divino. Esta conexión con lo numinoso se manifiesta a través de la luz, que no solo ilumina la mente, sino que también actúa como una vía de salvación espiritual.


El autor recurre a la figura de Poimandres, la serpiente cósmica, para ilustrar cómo la luz es el principio fundamental que permite la ascensión espiritual. Esta luz, paradójicamente, proviene de la oscuridad, una dualidad que refleja el proceso cíclico de la creación, en el que la desaparición en la sombra es necesaria para un resurgimiento luminoso. La obra de Apolo, dios solar que pasa su tiempo tanto en la luz como en la oscuridad, refuerza esta idea de que la creación artística, como el sol, se siembra en la oscuridad para luego brillar en la luz.
Desde una perspectiva crítica, el texto invita a una reflexión profunda sobre la relación entre lo mundano y lo trascendental. La propuesta de un retorno a lo sagrado en el arte sugiere una crítica a la fragmentación del pensamiento moderno, que ha relegado lo espiritual a un segundo plano. El énfasis en la luz como vehículo de conocimiento y transformación espiritual pone de manifiesto la concepción del arte no solo como un medio estético, sino como un acto de revelación y elevación hacia lo divino.

Literatura y los estados alterados de la conciencia

En la última parte del libro, Armando emprende una profunda exploración de la guerra y la muerte desde una perspectiva filosófica y literaria, tomando como eje central la figura de José Martí y su vivencia durante la guerra de independencia de Cuba. El análisis parte de una reflexión sobre cómo los estados alterados de conciencia, inherentes a la guerra, permiten a los individuos trascender la realidad material y acceder a una «metarrealidad», una visión espiritual que los conecta con lo eterno.


Desde el principio, el texto hace referencia a los escritos de Martí, particularmente su Diario de Campaña, que va más allá de ser una simple crónica de los hechos militares. La prosa de Martí no solo describe los combates y el constante desplazamiento de los revolucionarios cubanos, sino que se adentra en las sensaciones y visiones personales que acompañan al héroe. La guerra, entonces, no es solo un conflicto entre bandos, sino una oportunidad para alcanzar una experiencia trascendental, casi mística. Esta guerra no se limita a un enfrentamiento físico, sino que se convierte en un camino espiritual hacia la inmortalidad. Es, por tanto, una guerra santa, en el sentido de que se percibe como un sacrificio necesario para la salvación de la patria y, simultáneamente, como un medio para la purificación del alma.


Martí es presentado no solo como un líder revolucionario, sino también como un «místico» que, a través del sacrificio, logra una conexión profunda con la eternidad. La figura de Martí está en constante diálogo con su propia mortalidad, y, a través de la guerra, el sacrificio se convierte en el vehículo de su trascendencia. El análisis sugiere que, para Martí, la guerra es un medio para romper las barreras entre lo terrenal y lo divino, una forma de acceder a una visión del mundo que escapa a la comprensión racional.


El texto también aborda la contradicción presente en la representación de la guerra en Martí. Por un lado, se presenta como un proceso necesario para alcanzar la libertad y la justicia; pero, por otro lado, no se oculta la brutalidad y la violencia inherentes a este proceso. La guerra, según la visión martiana, no es un acto heroico sin más, sino un conflicto que exige sacrificios, que cuestiona las convenciones morales, y que lleva a la muerte no solo como un final físico, sino como un tránsito hacia una verdad más profunda. La paradoja de la guerra como medio para alcanzar la inmortalidad está presente en todo el texto.


La mención de la visión masónica de Martí es también significativa. El hecho de que fuera masón de Grado 30 resalta la idea de que la guerra no solo se comprendía desde una perspectiva patriótica, sino también desde un enfoque iniciático y esotérico. El sacrificio en la guerra no solo era político, sino también espiritual, y, en este sentido, la mística de la muerte y la trascendencia juega un papel esencial en la visión martiana de la revolución. La guerra se convierte en un campo de iniciación, en el que los individuos son llevados a un estado alterado de conciencia, donde la muerte es solo un paso hacia una realidad superior.


El texto presenta a Martí como un poeta épico cuya obra se desvincula de las estructuras sentimentales tradicionales. En lugar de una poesía romántica, en la que la muerte es vista como un acto trágico, la figura de Martí se muestra como una presencia estoica, consciente de su destino y dispuesto a enfrentar la muerte sin temor. La prosa martiana refleja una mirada impasible, que no busca consuelo ni esperanza, sino que enfrenta la realidad sin evasivas. La escritura se convierte en un acto de resistencia y trascendencia, donde la lucha no es solo política, sino también una batalla por la salvación del alma.


La mención de los fusilamientos y los combates en la narrativa de Martí refuerza la idea de que la guerra no es solo un fenómeno físico, sino una dimensión profundamente espiritual. La guerra en Martí, lejos de ser glorificada, es mostrada como una experiencia de transformación que permite a los individuos acceder a una «otra realidad». Esto se manifiesta en las múltiples visiones y estados alterados de conciencia que experimentan los personajes durante la contienda, creando una atmósfera de misticismo y trascendencia que desafía las fronteras de la realidad material.

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El 4 de febrero de 2020, la Fundación Ego de Kaska Inc. anunció, a través de una nota de prensa, la apertura de la convocatoria para el «Premio Ensayo Ego de Kaska 2020», dirigido a escritores e investigadores cubanos de la diáspora y el exilio, con obras inéditas que profundizaran en los campos del arte, la literatura y las ciencias culturales.Un total de 26 textos se inscribieron en la competencia, y el jurado decidió, por unanimidad, otorgar el galardón a una obra firmada bajo el seudónimo El Templario, destacada por su excepcional calidad literaria y su capacidad para abordar la interpretación de manera inédita.

El acta de premiación subraya:

«En la Ciudad de Barcelona, el jurado, compuesto por Josep Maria Orteu, periodista y editor, y Jordi Pijoan-López, escritor, decide, de manera unánime, conceder el Premio Ego de Kaska 2020 a la obra Realismo metafísico: un texto mistérico acerca de la creación literaria, firmada bajo el seudónimo El Templario. El premio se otorga por el alto nivel interpretativo con que la obra aborda temas fundamentales del debate contemporáneo sobre la literatura ensayística, una propuesta inédita que se mantiene firme en su mirada continental y global.»

El galardón, patrocinado por el restaurante cubano La Sabrosita, de El Masnou, Barcelona, consiste en una dotación económica de 1.000,00€ y la publicación del ensayo por Ediciones Éxodos. Además, el ganador recibirá un certificado acreditativo, que será entregado en la próxima Convención de la Cubanidad, a celebrarse en Miami

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