Enrique Serpa nació en La Habana el 15 de julio de 1900, en el seno de una familia humilde. Su formación fue fundamentalmente autodidacta, forjada tras abandonar los estudios a temprana edad para trabajar como aprendiz de tabaquero, mensajero y tipógrafo. Estas experiencias de juventud en los estratos más bajos de la sociedad habanera marcaron profundamente su sensibilidad, dotándolo de una mirada cruda y empática hacia los marginados que más tarde poblarían su obra. Su entrada al mundo de las letras se consolidó en la década de 1920, cuando comenzó a colaborar activamente en importantes publicaciones como Chic (de la que fu director literario), El País-Excelsior, Heraldo de Cuba y, especialmente, la vanguardista Revista de Avance, siendo asiduo colaborador en publicaciones como Cuba Contemporánea, Gaceta del Caribe, Castalia, Luz, Social, El Fígaro, Carteles y Bohemia.
Su carrera profesional estuvo estrechamente ligada al periodismo y a la gestión cultural. Trabajó durante años en el diario El Mundo y mantuvo una estrecha relación profesional y personal con Ernest Hemingway, a quien asistió en diversas labores de traducción y logística en la isla. Además de su labor en la prensa, Serpa desempeñó funciones diplomáticas, sirviendo como agregado cultural de Cuba en París durante la década de 1950. Esta dualidad entre el oficio de reportero y la labor diplomática le permitió alternar la inmediatez de la crónica social con el rigor estilístico de su producción de ficción.
En el ámbito literario, Serpa es reconocido como uno de los máximos exponentes del realismo crítico y el neornaturalismo en Cuba. Aunque comenzó su camino con la poesía —destacando su poemario La rodilla en el fango (1924)—, fue en la narrativa donde alcanzó su madurez. Su maestría en el relato quedó consagrada con Felisa y yo (1937), considerado uno de los mejores libros de cuentos de la literatura cubana. Sin embargo, su obra cumbre es la novela Contrabando (1938), galardonada con el Premio Nacional de Novela, donde explora el mundo de los traficantes, la precariedad económica y la degradación moral en el contexto del litoral habanero y el régimen de Machado.
Hacia el final de su carrera, Serpa publicó La trampa (Buenos Aires, 1956), una novela en la que retoma su agudo sentido del realismo para retratar las tensiones sociales y la lucha de clases en la Cuba en el auge del Machadato. En esta obra, el autor profundiza en la descomposición de la burguesía y la urgencia de cambio que sentía el país, reafirmando su compromiso con una literatura que no solo buscaba la perfección estética, sino que servía como testimonio de las fracturas morales de su tiempo. Con La trampa, Serpa cerró un ciclo narrativo que comenzó con la marginalidad de Contrabando y culminó con la toma de conciencia política ante la realidad revolucionaria de los años 30.
La narrativa de Serpa se distingue por un estilo sobrio, directo y una técnica impecable que rehuye del sentimentalismo para enfocarse en la psicología del individuo frente a un entorno hostil. A través de sus personajes —prostitutas, marineros, estibadores y pequeños delincuentes—, logró documentar la «otra» Cuba de la primera mitad del siglo xx con una fuerza dramática y una precisión sociológica que mantienen su vigencia hasta el día de hoy. Falleció en su ciudad natal en 1968, dejando un legado indispensable para comprender la evolución de la prosa moderna en la región.

Considerada por la crítica como la novela definitiva sobre la frustración revolucionaria de los años 30, ‘La trampa’ disecciona con frialdad quirúrgica los mecanismos del miedo y la traición.
Tras el éxito internacional de Contrabando, Enrique Serpa —maestro indiscutible del neornaturalismo— se adentra en los pasadizos más oscuros de la conspiración política para entregarnos La trampa. Ambientada en la convulsa Habana de los años treinta, esta obra trasciende la simple crónica de época para convertirse en una disección quirúrgica del alma revolucionaria.
A través de una trama tensa y asfixiante, Serpa narra el intento de magnicidio contra un alto funcionario de la dictadura, pero su verdadero hallazgo es el retrato de la derrota moral. En estas páginas, el idealismo inicial de los personajes es devorado por la burocracia del terror, la traición y el vacío existencial. No es solo una historia de persecución; es el mapa de un callejón sin salida donde los hombres mueren por causas que ya han empezado a pudrirse. Con una prosa seca, directa y de una modernidad técnica que lo sitúa al nivel de los grandes narradores del siglo xx, Enrique Serpa nos advierte que la verdadera trampa no es el asedio de la policía, sino la pérdida de la fe en un mundo descompuesto.
Admirado por Hemingway por su prosa directa y su valentía narrativa, Enrique Serpa nos entrega en La trampa una obra maestra que disecciona, con la precisión de un cirujano, la violencia y la corrupción del poder.
Enrique Serpa es el mejor novelista de Cuba. (Ernest Hemingway)