Los zapatos que devoraban Miami

Por Leopoldo Luis García

Si fuera posible trazar un paralelo entre literatura y pintura, habría escritores adscritos a la Escuela de Florencia, interesados en el cuidado exquisito de la prosa, los experimentos lingüísticos y la estructura del relato, cuya esencia devendría en sí misma, secundaria. Otros, en cambio, apostarían por la Escuela de Venecia, dando paso a una prosa fluida y narrativa, con menos preocupación por la forma y un énfasis definitivo en lo que se cuenta y en las sensaciones que la historia genera.

Piensen en Joyce y Hemingway; en García Márquez y Borges; en La trampa de Enrique Serpa y en Paradiso de Lezama Lima. Esa dicotomía singular está presente hasta hoy en casi todo lo que se escribe o se ha escrito; incluso en el Miami exiliar, donde la literatura cubana contemporánea encuentra, a la vez, su alter ego y su némesis.

Si me obligaran a encasillar Los hijos de Sobek, diría sin vacilar que se adscribe a esa manera de narrar que subordina el estilo a la enumeración taxativa de hechos, peripecias y anécdotas. ¿Sacrifica, por ello, la calidad literaria? ¿Qué es la calidad literaria? Si la literatura es arte, ¿cuál debería ser su finalidad primera, sino la de atrapar al lector, envolverlo en su atmósfera y conducirlo a un final —inesperado o previsto— capaz de emocionar y desafiar esquemas? Porque sin emoción no hay arte y sin emoción no habrá literatura.

En Los hijos de Sobek, Denis Fortún Bouzo —el sujeto narrativo— es a la vez cronista y fabulador —Ricardo Piglia lo llamaría un productor de ficciones—, pero además testigo de acontecimientos mágicos en una ciudad que se desangra en realidades. Él tiene una misión y la asume a regañadientes, más por compromiso con el amigo que por estricta vocación de contador de historias. Encarna, por ello, una especie de rol de “tercero interesado” en una trama que no le pertenece; y lo más sorprendente: la cumple a cabalidad. Agradezcamos a su fingida indiscreción el acceso a algunos de los misterios más absurdos que puedan revelarse en una urbe plagada de absurdos por derecho propio.

En “Los hijos de Sobek” —relato que da título al volumen— la progresión lineal de los acontecimientos conduce a una clausura simbólica cuyo valor no depende del contenido moral del acto, sino de su función estructural dentro del sistema de relaciones internas del texto. Lo que ocurra después carece de sentido, tanto para el narrador como para el lector. Una vez llegado a ese punto, poco importan el origen y el destino de unos zapatos homicidas: basta con librarse de su mordedura fatal. No hay juicio de valor ni intención moralizante: solo exploración en la psicología de unos personajes arquetípicos, aunque alucinantes y, sobre todo, creíbles, gracias a la destreza expresiva del autor.

Comadreo literario que trastoca el salón pomposo de los diletantes en una covacha de mala muerte donde se reúnen Cuentero y Poeta: escritores poco menos que marginales, por más “reconocidos” que sean —o aparenten ser—; metamorfosis surrealista de inspiración kafkiana que pone a caminar por la Pequeña Habana a los voraces descendientes de una deidad egipcia; misión kamikaze de un bardo incomprendido; crimen sin castigo y amistades cómplices: de todo eso hay en “Los hijos de Sobek” y, como para redundar en la presencia del praguense universal, “Sad Love Story” funciona como una suerte de coda en la que el mismísimo Gregorio Samsa asoma las antenas en una reveladora disección de la fragilidad humana. Quizá valga la pena añadir una apostilla: “cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia”.

Vale la pena, por último, destacar la efectiva sobriedad del diseño de cubierta y el muy decente trabajo de maquetación a que el sello Exodus nos tiene acostumbrados. Si me obligaran también a encontrar fisuras en la revisión del texto, recomendaría, por ejemplo, acortar oraciones de largo aliento; suprimir adverbios terminados en “mente”: no tanto por su precariedad gramatical, sino por el peso que suelen añadir al tono, al ritmo y a la precisión del estilo, muchas veces sin aportar imagen.

Los hijos de Sobek —el libro— puede adquirirse en Amazon, como casi toda la literatura que hoy circula mediante plataformas de autopublicación y editoriales “independientes”, que no son sino la síntesis inacabada de muchos y loables esfuerzos por hacer que la literatura sobreviva en una era de extinción masiva.

Léanlo, sonrían y sorpréndanse, antes de que la imaginación también se extinga.

Posdata: aquellos zapatos carnívoros de los que Denis Fortún Bouzo se deshizo en un oscuro río de Miami aún podrían devorar a cualquiera de nosotros.

———————

Foto: Leopoldo Luis García

Total Page Visits: 642 - Today Page Visits: 11