Por Galán Madruga
La comprensión de la llamada derecha política en Cuba exige un desplazamiento metodológico que permita abandonar las categorías inmediatas del debate contemporáneo y situar el análisis en una temporalidad más amplia, donde los conceptos, los lenguajes y las sensibilidades políticas aún no habían cristalizado en las oposiciones simplificadoras que hoy dominan el discurso público. Lejos de constituir una importación tardía o una reacción puramente defensiva frente a la izquierda, la derecha cubana del primer tercio del siglo XX se configuró en un campo intelectual complejo, atravesado por saberes científicos, debates filosóficos y proyectos de reorganización social que aspiraban a redefinir la nación desde parámetros distintos a los de la épica revolucionaria y el nacionalismo independentista.
Entre las décadas de 1920 y 1930, Cuba fue escenario de un proceso de institucionalización de discursos eugenésicos que articularon preocupaciones por la migración, la higiene pública, la salud colectiva y la llamada mejora racial. Estas ideas no operaron como meras curiosidades intelectuales ni como extravagancias importadas sin arraigo, sino que se integraron en políticas públicas, debates legislativos y programas de intervención social. La eugenesia funcionó como una gramática de racionalidad moderna que permitía pensar la sociedad en términos de optimización biológica y administrativa, trasladando al cuerpo social categorías propias de la medicina, la estadística y la ingeniería social. En este marco, el progreso dejó de concebirse exclusivamente como emancipación política o desarrollo económico y comenzó a asociarse a procesos de selección, control y normalización.
Este desplazamiento tuvo consecuencias decisivas para la configuración ideológica de una derecha política incipiente. A diferencia de las corrientes conservadoras tradicionales, ancladas en la defensa de jerarquías heredadas o en la nostalgia colonial, la derecha cubana de este período adoptó un lenguaje modernizador, técnico y aparentemente neutral. La intervención estatal no era rechazada en nombre del liberalismo clásico, sino legitimada como instrumento de saneamiento social. La desigualdad no se presentaba como injusticia, sino como resultado natural de diferencias biológicas, culturales o morales que debían ser reconocidas y gestionadas. De este modo, la eugenesia ofrecía una alternativa ideológica tanto al igualitarismo emergente como al nacionalismo revolucionario, sin recurrir a un discurso abiertamente reaccionario.
En este mismo horizonte intelectual se inscribe la recepción del pensamiento de Friedrich Nietzsche, cuya influencia en Cuba ha sido con frecuencia subestimada o reducida a anécdotas literarias. No se trató de una apropiación sistemática ni académicamente rigurosa, sino de una lectura fragmentaria y estratégica que enfatizó ciertos núcleos conceptuales particularmente funcionales a las tensiones ideológicas del momento. La crítica a la moral de rebaño, la exaltación del individuo excepcional y la desconfianza frente a los proyectos colectivos sustentados en la igualdad encontraron eco en un sector de la intelectualidad cubana que comenzaba a distanciarse de las narrativas dominantes de la nación.
Carlos Loveira advirtió ya en 1926 la emergencia de este desplazamiento ideológico. Señaló que algunos pensadores se adentraban en un terreno incómodo, ajeno tanto al independentismo heroico como a las primeras formulaciones de izquierda. En ese gesto, Nietzsche operaba menos como un filósofo en sentido estricto que como un catalizador de actitudes críticas frente a la homogeneización política y social. La figura del individuo fuerte, creador de valores y resistente a la nivelación moral ofrecía una alternativa simbólica a la centralidad de la masa, del pueblo y de la comunidad como sujetos históricos privilegiados.
La convergencia entre el discurso eugenésico y esta lectura selectiva de Nietzsche no fue accidental. Ambos compartían una sospecha profunda hacia la masa y una valoración jerárquica de la diferencia. Mientras la eugenesia traducía esta jerarquía en términos biológicos y sanitarios, el nietzscheanismo la formulaba como diferencia de fuerza, voluntad y capacidad creadora. De este cruce emergió una concepción del orden social que rechazaba tanto el igualitarismo democrático como el colectivismo socialista, proponiendo en su lugar una organización basada en la selección, la excelencia y la disciplina. La derecha cubana temprana no se definía únicamente por su oposición a la izquierda, sino por una ontología implícita del individuo y de la sociedad que cuestionaba los fundamentos mismos de la política de masas.
Este entramado ideológico se desarrolló en un contexto marcado por intensas transformaciones sociales. La urbanización, la migración interna y externa, el crecimiento de los aparatos burocráticos y la consolidación de nuevas clases medias generaron ansiedades profundas respecto al orden social y a la identidad nacional. La eugenesia ofrecía respuestas técnicas a problemas percibidos como desbordantes, mientras el pensamiento nietzscheano aportaba un imaginario de distinción y superioridad que permitía a ciertos sectores intelectuales posicionarse frente a la creciente politización popular. La derecha que se configuró en este período fue, por tanto, una derecha moderna, profundamente imbricada en los lenguajes de la ciencia y la filosofía contemporáneas.
Resulta significativo que gran parte de quienes hoy se identifican como parte de la derecha cubana desconozcan este trasfondo. La amnesia histórica no solo empobrece el debate actual, sino que produce una identificación superficial con tradiciones ajenas, generalmente importadas de contextos distintos y sin mediación crítica. La derecha cubana del primer tercio del siglo XX no fue una simple copia de modelos europeos o norteamericanos, sino el resultado de una negociación compleja entre saberes globales y condiciones locales. Ignorar este legado implica renunciar a una comprensión más fina de las continuidades y rupturas que atraviesan la historia política de la isla.
La polarización ideológica que marcaría las décadas posteriores, especialmente a partir de la radicalización de los proyectos de izquierda, suele narrarse como una oposición clara entre individualismo y colectivismo. Sin embargo, en sus orígenes, este enfrentamiento estuvo atravesado por disputas filosóficas profundas acerca del sentido del progreso, la naturaleza humana y el papel del Estado. La eugenesia y el nietzscheanismo introdujeron preguntas incómodas que no se resolvían fácilmente dentro de los marcos ideológicos disponibles. ¿Debe la política orientarse a la igualdad o a la excelencia? ¿Es la sociedad un espacio de cooperación solidaria o un campo de competencia selectiva? ¿Hasta qué punto el Estado debe intervenir en la vida biológica y moral de los individuos?
Estas preguntas no desaparecieron con el paso del tiempo, aunque fueron relegadas por narrativas más contundentes y movilizadoras. El triunfo de proyectos revolucionarios y la posterior hegemonía de discursos de izquierda tendieron a borrar la memoria de estas corrientes alternativas, presentándolas como desviaciones marginales o como expresiones de un pensamiento reaccionario sin relevancia histórica. Sin embargo, la persistencia de ciertos lenguajes y sensibilidades sugiere que su influencia fue más profunda de lo que suele admitirse. La preocupación por el orden, la disciplina y la diferenciación reaparece de manera recurrente en distintos momentos de la historia cubana, aunque adopte formas discursivas distintas.
La interacción entre eugenesia y pensamiento nietzscheano en Cuba no puede entenderse como un episodio aislado ni como una simple curiosidad intelectual. Constituyó un componente central en la construcción de una derecha política que, aunque no logró consolidar una hegemonía duradera, dejó una impronta significativa en los cimientos del pensamiento político nacional. Este legado se manifiesta tanto en la persistencia de ciertos imaginarios sobre el individuo y la sociedad como en la dificultad para articular una derecha contemporánea con raíces propias y conciencia histórica.
Examinar este entramado ideológico permite también replantear la manera en que se entiende la historia política cubana en su conjunto. La narrativa que opone de forma tajante una tradición progresista a un vacío conservador resulta insuficiente para dar cuenta de la complejidad de los debates que atravesaron la isla en el siglo XX. La derecha cubana temprana fue un laboratorio intelectual en el que se ensayaron respuestas modernas a problemas igualmente modernos, utilizando para ello herramientas conceptuales que hoy resultan incómodas o políticamente incorrectas, pero que en su momento formaron parte del horizonte legítimo de pensamiento.
En última instancia, lo que está en juego no es solo un ejercicio académico de reconstrucción historiográfica, sino la posibilidad de comprender cómo las corrientes ideológicas del pasado continúan modelando las tensiones del presente. La Cuba contemporánea sigue atravesada por disputas en torno a la identidad, la pertenencia y el progreso, disputas que no pueden entenderse plenamente sin atender a los sedimentos intelectuales que las preceden. Reconocer la influencia de la eugenesia y del pensamiento nietzscheano en la formación de una derecha política cubana no implica reivindicarlos, sino situarlos en su contexto histórico y asumir que la historia intelectual de la isla es más densa, conflictiva y plural de lo que a menudo se admite.