En la Italia convulsa de las guerras napoleónicas, un nombre despierta tanto terror como esperanza: Espatolino. Un hombre indómito que habita en los márgenes de la ley, liderando una banda de proscritos en un paisaje de ruinas y pantanos. Pero tras la máscara del fiero bandido late un corazón desgarrado entre la lealtad a sus hombres y el amor redentor por la inocente Anunziata.
En esta magistral novela, Gertrudis Gómez de Avellaneda —la voz más poderosa del romanticismo hispano— nos sumerge en una trama de traiciones, juegos de poder y dilemas morales. Con una narrativa vibrante que prefigura el debate moderno sobre la justicia y la clemencia, Espatolino no es solo una aventura de capa y espada; es un viaje profundo a las contradicciones del alma humana.

Descubre por qué el destino de un proscrito puede ser
el espejo de toda una época.
Una joya literaria que cautiva desde la primera página
y no permanecerá el olvido.
Aproximación a Espatolino. Libertad y destino
(Fragmento de la introducción a la edición.)
En el panorama de las letras hispánicas del siglo XIX, pocas figuras alcanzan la estatura mítica y la profundidad metafísica de Gertrudis Gómez de Avellaneda. Nacida en Puerto Príncipe (Camagüey, Cuba), pero ciudadana del mundo por derecho de intelecto, «Tula» no fue solo una voz femenina en un coro de hombres; fue una arquitecta de la sensibilidad romántica que supo hibridar la pasión caribeña con la disciplina estética europea. Corría el año de 1844 cuando la ‘Imprenta de la Prensa’, en una Habana que bullía entre el esplendor colonial y los anhelos de modernidad, entregaba al público la primera edición de Espatolino. Esta obra no solo confirmaba la madurez narrativa de su autora, sino que se erigía como un monumento a la dialéctica entre la ley y el individuo, entre la civilización y la barbarie.
La Avellaneda, en su tercera novela, con la sagacidad de quien ha navegado las aguas de Madame de Staël y Chateaubriand, nos propone en estas páginas un viaje que trasciende la mera geografía italiana para adentrarse en la cartografía del alma humana. No es solo la Italia de los artistas lo que le interesa, sino aquel «país clásico de los héroes y de los bandidos», donde el crimen a veces se reviste de heroísmo y la justicia suele caminar con pies de barro.
La novela nos sitúa en 1811, bajo la sombra del «coloso del siglo», Napoleón Bonaparte, cuyo dominio sobre la península itálica imprime un sello de terror y silencio. En este paisaje de contrastes, donde las ruinas de la antigüedad clásica conviven con el lodo de los pantanos pontificios, emerge la figura de Espatolino. No es este un bandido vulgar de los que pueblan las crónicas rojas; es, en la pluma de la Avellaneda, un «ahijado de Luzbel», un hombre indómito que sirve de escollo al poder desbordado de Francia.
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