La primera vez que vi una obra de Yvonne Gilbert fue a mediados de los ochenta. Aquella década, a pesar de sus crisis y excesos, en la esfera creativa también alumbró un imaginario que aún se mantiene vivo gracias a la nostalgia de quienes lo experimentaron como por la curiosidad de las generaciones que vinieron después.
Corría 1983 y una banda británica de pop electrónico, Frankie Goes To Hollywood, a medio camino entre una irreverente actitud punk y queer, editaba una de las canciones más polémicas de su tiempo. Su nombre, “Relax”, un título que, para los que ya tenemos una cierta edad, sin duda nos traerá bastantes recuerdos de aquella época.
Gilbert conocía desde hacía tiempo a Holly Johnson, el cantante del grupo, y a Paul Rutherford, músico y bailarín en la formación, ya que habían compartido vivienda como estudiantes. Cuando, a petición de sus antiguos colegas, desde la discográfica de la banda le pidieron una ilustración para la portada de la canción que iban a publicar, Gilbert se dio cuenta que no disponía de suficiente tiempo y les entregó una obra destinada en un principio a Playboy y Men Only. Espalda contra espalda, la imagen de la pareja con tintes sadomasoquistas provocaría, junto a la letra del tema y el vídeo que lo acompañaba, el escándalo de buena parte de las sociedad conservadora británica.
Nada de ello impidió, al contrario, el éxito de la canción que, gracias a la polémica levantada y las prohibiciones, se convirtió entonces y hasta la actualidad en uno de los sencillos más vendidos de la industria fonográfica de las islas, repitiendo su mala reputación entre los mayores y su inmensa popularidad entre los jóvenes en el resto de Europa y América.
Frankies Goes to Hollywood, tras sumar unos pocos éxitos más, se separarían sólo unos años después. Sin embargo, la carrera de Gilbert, gracias a la gran atención que le brindó ese dibujo descartado, despegó de forma definitiva. Sin embargo, aquella célebre portada no guiaría en absoluto su estilo posterior sino que terminaría destacando como un elemento singular. Gilbert encontró acomodo y una gran cartera de clientes en las adaptaciones de clásicos literarios, novelas y cuentos infantiles, desde Robin Hood o Drácula a Blancanieves, sin atisbo de esa provocación inicial.
Ya desde un buen comienzo, al ver sus trabajos, destaca por encima de todo la pulcritud de su técnica. Gilbert dibuja y colorea sobre todo con lápiz, aunque, como exige el sector editorial desde hace años, sus ilustraciones no son ajenas al ajuste, la creación de texturas o la composición final a través de las aplicaciones de infografía.
Cuenta Gilbert que para ella la parte más creativa de cualquier dibujo es la búsqueda de documentación, la recopilación de fuentes fotográficas y la preparación de los modelos, a menudo familiares y amigos de su entorno, a los que maquilla y viste como referencia al concepto que quiere ilustrar. Quizás a diferencia de lo que podamos creer, muchas veces la ilustración o la pintura no se basa tanto en la pura memoria o en la imaginación de su autor. Como defiende la autora, la documentación previa a menudo resulta útil, incluso indispensable.
Al respecto, la propia Gilbert confiesa que una de las tareas que más despiertan su interés es indagar en profundidad sobre el mundo que debe recrear. No sin ironía comenta que lo más divertido de su labor artística acaba cuando debe empezar a emplear el lápiz, una herramienta que detesta por su dificultad pero a la que le debe en verdad toda su magia.
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