Wenceslao y la pelota de los negros en Cuba

Por Juan A. Martínez Osaba Goenaga

«Hay una higiene superior

que se llama la moral,

que garantiza a las sociedades

contra males más destructores

que la peste».

Enrique José Varona

 

Wenceslao Gálvez y Delmonte, quien nació en Matanzas en 1867, fue un eficiente torpedero del Almendares, en la Liga General de BaseBall de la isla de Cuba, en las temporadas 1885-1886, donde resultó líder de los bateadores (377), y la de 1887. Pero fue en el terreno de las letras donde más defendería el juego nacional. Está considerado el primer historiador del béisbol cubano, y más allá. No es para menos, pues temprano se dedicó a plasmar los quehaceres de la pelota en los diferentes rincones del país, hasta donde las condiciones de información, transporte y otras se lo permitían.

 Cultivó la amistad de notables intelectuales de su época, entre ellos el poeta Julián del Casal, así como Bonifacio Byrne, con quien estuvo exiliado en Tampa durante la Guerra del ’95.

Por si lo anterior fuera poco, Wenceslao Gálvez y Delmonte, el primer historiador del béisbol cubano ya citado anteriormente, que fue un gran torpedero y manager, y está consagrado en el Salón de la Fama de la pelota cubana, fue también novelista y periodista. Su libro El baseball en Cuba es quizá la primera historia de este deporte jamás escrita en país alguno.[1]

 Publicó numerosos artículos en diferentes órganos de prensa, entre ellos uno del 6 de enero de 1908, titulado Gotas de ron, en Santa Clara, que aparece en el libro de Raúl Diez Muro Historia del Base Ball Profesional de Cuba, donde aporta valiosos testimonios de la pelota cubana de aquellos tiempos. Estudió la carrera de leyes en la Universidad de La Habana, oficio que ejerció, simultaneando con el de crítico literario; colaboró con la revista el Fígaro y, sobre todo, en periódicos de avales deportivos, esencialmente del béisbol, como El Pitcher. Wenceslao Gálvez llegaría a ocupar puestos de importancia como funcionario gubernamental de la República; también ejerció de fiscal en Santa Clara, Matanzas, Camagüey y Pinar del Río. En 1946 fue electo al Salón de la Fama del Béisbol Cubano.

 En 1889 publicó su obra cumbre, con un título rimbombante, El base-ball en Cuba. Historia del base-ball en la Isla de Cuba, sin retratos de los principales jugadores y personas más caracterizadas en el juego citado, ni de ninguna otra. Este libro tiene el mérito de ser el primero en dejar la huella sobre el juego de pelota en nuestro país y de profundizar en su intríngulis.

 Hombre de su tiempo, vivió con la intensidad que un blanco de aceptable posición podía disfrutar. Sus estudios universitarios lo llevaron a codearse con lo que más valía y brillaba en la sociedad de entonces. Poseyó una pluma filosa cargada de humorismo, donde ponía cada letra en el justo lugar.

 La crónica Habana y Almendares, a partir de la página 97 de El BaseBall en Cuba… es, quizás, la forma más directa de entroncar las posteriores generaciones con la pelota original de la isla. Los jugadores, todos blancos, los famosos quitrines que llegan cargados al estadio, los vivas, las voces más o menos altisonantes, incluidas ofensas menos graves que las actuales, damas pidiendo autógrafos, fanáticos en vítores a sus jugadores, pues, evidentemente escaseaban las fotos, sin películas ni la televisión. Al leer la crónica, usted se ubica en el béisbol primario de la patria. Y no termina, pues puede compararlo con los sucesos beisboleros de hoy para descubrir virtudes y defectos propios del juego en cualquier época, al margen de la sociedad.

 Para conocer a los hombres de la segunda mitad del siglo XIX, llenos de contradicciones económicas, políticas y sociales, en un mundo de víctimas y victimarios, por las diferencias de color en la piel y en los bolsillos, invitamos a los lectores a profundizar en la crónica Base-ball de ébano. Podremos disentir, comulgar, o simplemente arribar a la personalidad que se nos presenta, pero nadie podrá ser ajeno a las convicciones que de ella se derivan y sus paradojas.

 Por la importancia que concedemos a esta crónica en el libro de marras, respetando la ortografía de la época con subrayados nuestros, la reproducimos textualmente e incorporamos algunos argumentos, a la distancia de un siglo y cuarto:

Yo no sé lo que pensarán el ilustre filántropo Francisco Giralt, el señor Lagardere y el abolicionista señor Labra, del base-ball en la raza de color; pero yo sí sé lo que pienso, aunque algunos me nieguen la facultad de pensar. Promulgada la abolición, somos ya iguales ante la ley, aquí donde no todos los blancos somos iguales, vamos a decir. Los negros, ó los morenos, como quieren algunos que les digamos, formaron sus clubs de pelota y ofrecieron varios matchs en los terrenos de Zaldo.

Ellos acostumbraban a ayudarnos en nuestras prácticas privadas hasta que apareció un empresario organizándolos y formando clubs. Los principales fueron el Fraternidad y el Comercio; pero se me asegura que el empresario hacía un bonito comercio con la fraternidad de los jugadores de color. Ellos no admitían blancos en sus decenas, distinción á la que no han correspondido más de un club de blancos en cuyas filas militaban personas de color, aunque estén muy bien arregladitos sus papeles. Esto no está dicho como censura, sino simplemente como una observación que el público está obligado á esperar del Historiador imparcial sin filiación base-bolera conocida.

 A presenciar las luchas de los morenos asistían algunos jóvenes sportmen que se mezclaban en la Glorieta con los amigos de los jugadores que, uniformados y dando carreras, recordaban los cromos americanos de la calle Obispo.

 En Matanzas y Cárdenas se constituyeron también clubs de personas de color y en los veranos celebran sus funciones públicas.

 Los jóvenes que huelen á opoponax á todas horas del día y cuidan sus vestidos para que no ofrezcan la arruga más insignificante, censuran esta evolución de la raza de color que trueca el mecongo y la escoba amarga con el bat.

 No digo yo que vea con gusto correrá los morenos en persecución de la esferilla como le dicen á la pelota, algunos periódicos del interior, ni aconsejo que nuestra sociedad culta asista a sus juegos, porque no son ellos sportsman, como no lo son tampoco muchos blancos que apenas saben leer de corrido; pero bueno es que se ocupen del baseball (entre ellos solos) si no han de celebrar sus triunfos en el skeiting, ni en el cuarto del fambá (y Trujillo me perdone si no escribo bien la frase.)

 –¿Cómo se llama aquel jugador?

 –¿Ese?……Guácara, es criado de manos de la familia Baralt, y al mismo tiempo el Brindis de Salas del base-ball.

 –¿Y aquel?

 –Aquel es Juanillo, criado de Cortés.

 En algunas casas de familia, el baseball de ébano ha introducido reformas importantes, sobre todo en el servicio doméstico.

 –¿Cómo se te ha quemado hoy la sangre? Pregunta el jefe de familia al cocinero denunciando por sus gestos que él (el jefe) también la tenía quemada.

 –Porque se me hizo tarde practicando la curva de arriba.

 –¡Cómo me gusta su cochero, Martínez!……

 –Maneja bien, ¿verdad?

 –¡Ya lo creo! ¡lo que es el bat lo maneja divinamente!……

 –Niño José María, le decían á mi hermano. ¿Me deja salir hoy que tengo que ir á ver un sobrino?

 –¿Está enfermo?

 –No, señor; pero debuta hoy de primera en el Comercio.

 Y mi hermano le dio una botada ¡de primera!

 A un empresario le propusieron un jugador de fama el que nunca pudo presentarse uniformado porque le era imposible ponerse los zapatos.

 –Si me dejan jugar con los piés en el suelo, sí.[2]

Cuando en 1889 Gálvez hace referencia a la igualdad de razas ante la ley, por la abolición de 1886 y acto seguido destaca la desigualdad entre los propios blancos pone, quizás sin proponérselo, el dedo en la llaga de la realidad cubana desde la conquista de los españoles. Los negros nunca llegarían a ser iguales, a pesar de la subsistencia de formas de racismo, hasta hoy; también los blancos eran discriminados, sobre todo los humildes e iletrados.

 Los jugadores de béisbol, poco a poco, escalaron posiciones merced a los buenos salarios, la fama y cierta filosofía pragmática que, a regañadientes, les abría puertas. No olvidemos que desde 1878, hasta mediados de los años ochenta, se jugó béisbol amateur, y que a partir de allí fueron semiprofesionales, hasta la temporada 1891-1892, cuando la Liga General de BaseBall de la Isla de Cuba desembocó en el profesionalismo, a manos de quienes descubrieron el filón económico. Tal estatus estuvo vigente hasta la campaña 1960-1961, con el nombre de Liga de Base Ball Profesional Cubana.

 De las palabras de Gálvez se deduce que eran discriminados los blancos de bajos ingresos y los negros, con el acceso vedado a los privilegios de la sacarocracia y demás “dueños” del país, esencialmente los dominantes ibéricos y acaudalados norteamericanos que, poco a poco, fueron colmando las mejores tierras y empresas, incluidas el azúcar y el tabaco.

 El béisbol tendría la misión de funcionar como vía de escape de las clases desposeídas, que elevarían sus ingresos y las familias comenzarían a vivir con mayor holgura. Dialéctica deportiva del capital que mantiene un similar movimiento en la actualidad.

 Según Gálvez, los negros, y con seguridad también los chinos, más otras denominaciones (apuntamos nosotros), solo tenían acceso a los terrenos como ayudantes de los blancos en las prácticas. Les lanzaban bolas para entrenar, cargaban los bates, guantes, pelotas, en fin, la servidumbre al uso en los terrenos de béisbol. El único beneficio para los de color sería recoger experiencias de los más destacados para incorporarlas a las generaciones que algún día tendrían el derecho de jugar, oficialmente. Mientras, las aplicaban en picked tens[3]entre los de su color.

 Y regresa el factor comercial al aparecer los empresarios que aglutinaron jugadores negros en dos clubes: el Fraternidad y el Comercio.

Entonces, se deduce que los niños lo practicaban de tal manera, que al ser abolida la esclavitud oficialmente en 1886, una buena atracción para el Almendares Park al año siguiente sería la presentación de dos equipos de negros que la propaganda hizo conocer de esta manera: “El domingo 26 de junio jugarán en Carlos III los clubes Fraternidad y Comercio, de personas de color. Los precios serán los de costumbre.[4]

Gálvez no vacila en afirmar que en algunos equipos de blancos había militado gente de color. Sin dudas se refería a los de “pelo bueno”, mestizaje claro y excelente oficio beisbolero, como el slugger Alfredo Arcaño, quien hizo época con una calidad pocas veces vista hasta entonces. Una sutil forma de anteponer el negocio a la lucha de razas.

De sus palabras se infiere que a ningún negro se le hubiera ocurrido negar la entrada de los blancos al estadio, mucho menos si eran jugadores destacados, a los que caballerosamente llamaban sportsmen. El racismo oficiaba en un solo sentido, aunque justificadamente los de piel oscura lo llevaran en sus adentros. Aquellos “niños bien” acudían a los juegos entre negros, no solo para demostrar la superioridad, en primerísimo orden lo hacían para ver las habilidades y destrezas que demostraban, con la rapidez entre las bases, largas conexiones y un juego alegre.

 Mientras se mantuvo vigente la segregación racial, los negros no tenían acceso a las glorietas de los estadios, con excepción de los músicos que animaban el espectáculo y amenizaban los bailes posteriores a los desafíos, como Miguel Faílde (1852-1921), creador del danzón, con la pieza Alturas de Simpson, estrenada el 1ro. de enero de 1879 (solo dos días después del primer juego oficial en la Isla) y Raimundo Valenzuela (1848-1905), un fiel colaborador insurreccional. Ambos eran mestizos.

 Es evidente que los jóvenes de sociedad, vinculados o no al béisbol, no vieran con buenos ojos la equidad racial. Sería pedir demasiado, solo el factor económico podría redundar en la eliminación de la herencia esclava, para dar paso a la fuerza de trabajo obrera. Cuando fueron caducas las relaciones esclavistas, la mano de obra negra dejó de ser rentable y los antiguos productores pasaron a ser una carga para los terratenientes, comenzaron los primeros pasos de la abolición.

 Tal fenómeno económico-social había llegado en 1886, ocho años después del Pacto del Zanjón y la Protesta de Baraguá, cuando los patriotas comenzaban a nuclearse para emprender la guerra definitiva por la independencia, ahora con la despierta inteligencia del aglutinador mayor: José Martí. Mientras todo esto sucedía, la Liga General de Base Ball de la Isla de Cuba elevaba la calidad.

 En la crónica de Gálvez hay un párrafo que lo pinta de cuerpo entero a favor de la segregación, quizás pueda salvar tal posición el ser hijo de su tiempo, con las consabidas limitaciones, añoranzas y virtudes. No obstante, me detendré en el reaccionario concepto. El autor no vio con buenos ojos el juego de los morenos ni aconsejó que gente de su sociedad (llámese burguesía), asistiera a los desafíos. Wenceslao Gálvez y Delmonte fue un hombre de origen burgués que, a pesar de asumir posiciones progresistas y hasta filantrópicas en algunos tópicos, no pudo desprenderse de las arraigadas concepciones. Por eso se acerca, como tantos otros, a una posición reaccionaria.

 Él había participado en la Liga General de BaseBall de la Isla de Cuba, escrito crónicas para la historia y entrevistó a jugadores en los marcos de la segregación racial extrapolada al béisbol. Pudo, incluso, recomendar a la llamada “sociedad culta”, que lo fue merced a su posición económica y social, con estudios incluidos en Europa y los Estados Unidos, que no asistiera a los desafíos de negros, a quienes acusó de no ser sportmen. Y es ahí donde florece la utopía mayor.

 ¿No querían los negros ni los pobres ser sportmen? ¿Acaso la sociedad les abrió tales puertas? ¿Las ataduras sociales estaban en condiciones de equiparar razas y condiciones económicas? Gálvez, quien evidentemente no se hallaba preparado para pensar con un sentido más progresista, al menos no debió acusarlos por su condición social. El párrafo demuestra la fina ironía que se desprende de su obra, pero en este caso el humor se confunde con el desamor y la injusticia. A pesar de los tiempos y las distancias, ningún hombre de honor puede comulgar con tal sentencia, pues los negros eran enviados a jugar entre ellos por no ser sportsmen. ¡Vaya mensaje social, humano y literario!

 Nos deja Gálvez con los deseos de conocer quién fue aquel negro que jugaba con tanta soltura y maestría, para compararlo con el habanero Claudio José Domingo Brindis de Salas (1852-1911), el superdotado violinista negro, hijo de otro excelente músico de igual nombre, quien llegó a vivir en la opulencia para terminar pobre y enfermo en Buenos Aires. José Domingo hizo sus estudios en París, donde obtuvo varios premios y paseó su talento por las capitales de casi todo el orbe. Si aquel criado de la familia Baralt fue comparado con Brindis de Salas, debió ser un excelente jugador, confinado según el propio autor, a jugar con los de su color en categorías no oficiales, ni siquiera paralelas a la Liga Profesional Cubana.

 Y cierra el capítulo con una sórdida semblanza, donde se minimiza la endémica crianza y educación a que fueron sometidos los esclavos y continuaron siéndolo los libertos. Un jugador alcanzó fama en los solares yermos y fue propuesto a un empresario, pero se vio imposibilitado de usar uniforme, porque sus pies hechos al duro bregar eran incapaces de sostener zapatos: “–Si me dejan jugar con los piés en el suelo, sí…”

 Forma desagradable de encauzar un hecho nada fortuito, deshumanizado, con una carga ancestral de odio y superioridad, en el proceso de sometimiento a que fueron abocados los blancos no burgueses y los negros esclavos.

 La crónica de Wenceslao Gálvez y Delmonte tiene el raro privilegio de provocar admiración y rechazo. Es loable que en tan corto espacio nos demuestre la filosofía de la época en la relación esclavitud-béisbol. Por otra parte, estas minutas de un intelectual de su tiempo, mordido por las circunstancias y experto en leyes, provocan rechazo, ya que en ellas subsisten formas de racismo.

 Desde la publicación de este capítulo por Gálvez y Delmonte, pasarían once largos años para que los negros actuaran en la Liga Profesional Cubana, en tiempos de la primera ocupación norteamericana, después de dar su vida junto a los blancos en los campos de batalla, y demostrar cualidades excepcionales para el juego.


[1] Roberto González Echevarría: La Gloria de Cuba. Historia del Béisbol en la isla. Editorial Colibrí. Madrid, España, 2004, pp. 171-172.

[2] Wenceslao Gálvez y Delmonte: El base-ball en Cuba. Historia del base-ball en la Isla de Cuba, sin retratos de los principales jugadores y personas más caracterizadas en el juego citado, ni de ninguna otra. La Habana. Imprenta Mercantil, de los Herederos de Santiago S. Spencer, 1889. Capítulo X, pp. 45-46.

[3] Picked ten: Palabra que derivó al español usado en la Isla como pitén, hasta nuestros días. Llamábase así a los equipos habilitados para juegos en placeres y otras formaciones populares, mayoritariamente. En los orígenes del juego actuaban diez peloteros, incluido el right short; en lugar de una novena, era una decena.

[4] Martín Socarrás Matos: El béisbol en Cuba (1878-1899). Editorial Unicornio. La Habana, 2010, p. 36.

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