Por Jose Antonio Fauchin
En los días oscuros de la «Peste Negra» que asoló Florencia en el año 1348, la semilla de la literatura moderna germinó. Fue en ese tiempo turbulento cuando Boccaccio tejió los hilos de su obra maestra, el Decamerón» una colección de diez cuentos cuyas historias alzaron el espíritu de la gente, ofreciendo un antídoto frente al pánico.
Avanzando en el siglo XX, Tristán Tzara proclamó con su célebre «Manifiesto Dadá» en 1923 que el nombre de este movimiento artístico consistía en un virus, un microbio mortal destinado a infestar la literatura. Y, como si se tratara de un conjuro, este virus se propagó rápidamente, infectando inmediatamente a Cioran y a sus seguidores con la «inmunodeficiencia literaria dadá». En la actualidad, se estima que el 90% de la literatura publicada está infestada por el dadaísmo.
Se ha especulado que Franz Kafka sucumbió a la Gripe española, pero su muerte podría haber sido resultado de otras circunstancias. En 1917, Kafka contrajo la tuberculosis, una enfermedad que finalmente lo llevó a su fin en 1924. Algunos sugieren que fue en su lugar de trabajo, el instituto de seguros de accidentes laborales en Praga, donde Kafka, como oficinista, solía rodearse de personas enfermas y de constantes toses. Sin embargo, esto sigue siendo una incógnita. Podría haber muerto debido a otro virus que se manifestó en el ámbito cultural: la «inmunodeficiencia literaria adquirida».
En tiempos de histeria y pánico desatados por el coronavirus, ¿qué papel juega la literatura? Un enigmático eco dadá responde: escritores, dejad de crear montañas de estiércol con vuestras palabras y tomad ejemplo del Decamerón. En tiempos de adversidad, la literatura tiene el poder de sanar y elevar el espíritu humano, como lo hizo en aquel lejano siglo XIV.