Vida y destino: palabras a los intelectuales cubanos (primera parte)

Fragmento del Capítulo 9 del libro Totalitarismo en Cuba.

«Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada». Derrida diría: «Dentro del texto, todo; fuera del texto, nada». La Revolución es un texto, una gran gramática para la deconstrucción. Por lo tanto, no te limites a ser un mero espectador ni un simple analista. No te escondas ni huyas de la realidad. Sumérgete en ella, vívela con intensidad. Busca en tu «espíritu poético» la chispa que te impulse hacia un autodescubrimiento profundo. Observa en lo más profundo de tu ser; siempre encontrarás pensamientos que te invaden con tristeza y melancolía. Debes sumergirte en estas emociones, comprender por qué el exilio conlleva una inmensa nostalgia y una sensación de desarraigo. Este proceso fortalecerá tu ego y te ayudará a superar los desafíos.

Observa cómo, con el tiempo, puedes volverte menos sensible, endurecerte como una roca. Recuerda que, detrás de una fachada chauvinista como el nacionalismo, yace la profundidad de la inconsciencia imaginativa. Te encontrarás dividido en dos, con tus pies aquí y tu mente allá. A pesar de las circunstancias adversas, perseveras de manera ingeniosa, y eso es asombroso por sí solo. Enfrentas un desdoblamiento tan cruel que rozas la puerta de la locura, pero sigues adelante con valentía.

Lo anterior lo afirmo desde mi experiencia personal. En el mundo de los intelectuales, es fascinante y revelador. Siempre estamos contemplando nuestra identidad cultural y geográfica como lo más importante. Estamos dispuestos a ser pioneros, sin importar si ese territorio se asemeja al cielo o al infierno.

George Bernard Shaw era un maestro en la elocuencia. Siempre añadía un «pero». Al leer Máximas para Revolucionarios, uno se da cuenta de que, al preguntarle cuál sistema preferiría entre el comunismo y la democracia liberal, respondía «depende». Dependía de dónde tuviera la oportunidad de liderar. Si era en el comunismo, estaría allí; si era en la democracia liberal, también. Esta parece ser la actitud del intelectual cubano: todo depende del lugar y las circunstancias donde pueda ejercer su ego. Como no puede hacerlo aquí, en el exilio, se traslada allá. Por eso se le ve dividido debido a una «dependencia».

Estos intelectuales aspiran a la independencia, pero de esta manera nunca la alcanzarán. Muchos de ellos están atrapados en la telaraña del «nacionalismo cubano» y la tradición. Carecen de originalidad. Por mucho que critiquen al régimen de La Habana desde una perspectiva democrática, de alguna manera lo respaldan, a veces de forma inconsciente. Están atrapados en un discurso, un metarrelato, que insiste en seguir el camino trillado.

La cultura cubana está llena de contradicciones, pero en el caso de los intelectuales, estas contradicciones se multiplican. El nacionalismo actúa como una jaula que dicta la mayoría de sus acciones. Para escapar de esta prisión, se ven obligados a crear una máscara y a adoptar un papel que no refleja su verdadera esencia. Su intento de observar y transformar la realidad es, en última instancia, una ilusión. Sus acciones carecen de poesía. Esta es la diferencia fundamental. Por eso sostengo que la única vía para liberar al intelectual cubano de esta prisión es convertirse en un poeta en acción. Deben abrazar lo que es auténtico en ellos, recuperar su inspiración poética y deshacerse de todas las ataduras. De esta forma, la depresión, la angustia y la disfunción de su ego comenzarán a desvanecerse por sí solas.

No obstante, Nietzsche ofrece una perspectiva interesante sobre este tema: las metamorfosis de Zaratustra y el intelectual cubano. Las posibilidades ascéticas de las tres metáforas en el Zaratustra de Nietzsche van más allá de las consideraciones morales. El camello, el león y el niño representan diversas facetas de la vida humana. Sin embargo, podría decirse que la vida intelectual se asemeja más a estas metáforas zaratustrianas que cualquier otra. Nietzsche concibió estas metáforas con la intención de desafiar y desmantelar la supremacía de una ética impuesta por unos pocos instructores y pedagogos que buscaban espiritualizar el mundo.

En la lucha contra la espiritualización del mundo, que persistió bajo el discurso de la Ilustración, la vida intelectual resultó afectada negativamente. Basta con examinar las secciones de Zaratustra, como «Del leer y el escribir», «De los sabios famosos», «De los eruditos» y «De los poetas», para comprender que lo intelectual ha experimentado transformaciones infernales. En todos los casos, la historia intelectual se puede entender existencialmente a través de estas tres metamorfosis esenciales del ser humano. Según Heidegger, dado que el ser humano es un creador de esferas y espacios, con una inclinación hacia la cercanía intelectual, primero se convierte en recolector, luego en juez y, finalmente, en consumidor. En el contexto de la cultura cubana, estas metáforas tienen una aplicación evidente.

En el ámbito intelectual, estas tres metamorfosis zaratustrianas se perfilan con claridad. Abunda el intelectual que se asemeja al camello, mientras que el rugido del león se escucha en muy pocos casos. La experiencia del niño es prácticamente inexistente. El prototipo del intelectual cubano es el erudito, hábil en la elaboración de extensos tratados. Son individuos cargados de información y datos, que construyen su existencia intelectual como si fuera un archivo. Nunca llegan a comprender la verdadera esencia de la muerte aparente del pensamiento. Ramiro Guerra, Fernando Ortiz y Levi Marrero son ejemplos destacados de esta tendencia.

El rugido del león aparece cuando los ensayistas se sienten impulsados a expresarse. Jorge Mañach y José Lezama Lima marcan el inicio de una tendencia hacia una independencia aparente en el pensamiento. Aunque Mañach está más arraigado en el contexto del nacionalismo histórico y Lezama Lima en la teología insular, ambos incorporan un rugido de pensamiento en sus obras. No obstante, continúan manteniendo cierta cautela en su experimentación. En la actualidad, se observa una inclinación hacia desarrollos ensayísticos influenciados por discursos foucaultianos y de teoría crítica, pero, irónicamente, en muchos casos, estos ensayistas todavía no han alcanzado la tercera metamorfosis zaratustriana que los convertiría en seres angelicales.

Pensar más allá de los límites del ensayo cubano tradicional es escapar de la obsesión por la mera acumulación de información. La transición hacia la cercanía intelectual, hacia la visión del niño, es a menudo pasada por alto. La historia intelectual cubana parece detenerse en la etapa del ensayo intelectual, donde la actitud del camello se mezcla sutilmente con el rugido ocasional del león. Esto revela una particularidad extraordinaria de la cultura emergente: el rugido del pensamiento a menudo llega disfrazado de algo novedoso, y cuando hablamos de «novedad», nos aventuramos en el terreno de lo desconocido y lo improbable.

El ángel, en este contexto, se asemeja a un iconoclasta intelectual imbuido de la picardía de la infancia. Su ironía y su capacidad de observación lo sitúan más allá del camello y del león. El iconoclasta no se conforma con simplemente desafiar lo establecido y lo perdurable; va más allá de negar la trivialidad de un pasado secularizado. En cambio, establece una ruptura radical con el pensamiento convencional. Teóricamente, el niño no se limita a pensar, sino que observa la creación de la teoría misma. Esta perspectiva le proporciona la vitalidad necesaria para la creación y la motivación para avanzar hacia lo nuevo.

Siguiendo el lenguaje de Zaratustra, Nietzsche declara lo siguiente: «Debes ir más allá de ti mismo… no te conformes con la mera reproducción, sino con la creación ascendente… debes dar a luz a un ser superior, un primer impulso, una rueda que gire por sí misma; debes crear un creador…». El iconoclasta angelical es el creador zaratustriano, mientras que el iconoclasta confeso intenta subvertir abruptamente la jerarquía secular en el ámbito intelectual. Donde antes se encontraba un rey muerto o un dios muerto en el trono, el ángel aspira a reemplazarlo con un artista capaz de desvelar el peligro como la profesión fundamental de la existencia. El iconoclasta busca abrirse a lo nuevo, liberándose de cualquier constante histórica o noción de progreso, mientras avanza audazmente hacia el futuro.

El iconoclasta anhela ser reconocido como un agente del cambio desde una perspectiva personal y auténtica. Para lograrlo, debe transformar la imagen y la simbología de la jerarquía imperante, sustituyendo la sumisión a un discurso monárquico por una dedicación artística a lo nuevo. Esto se reduce a una elección entre la sumisión y la búsqueda de la libertad en la vida y el destino. Consideremos esto con más detenimiento.

Wilhelm Reich afirmó en su obra La Psicología de las Masas del Fascismo que la táctica eficaz en psicología de masas radica en abstenerse de argumentaciones y presentar únicamente la gran meta final a las masas. Sin embargo, esto presupone una comprensión previa del significado de la libertad, un concepto que abordaremos en breve. Reich sostiene que la gran meta final implica armonizar un programa ideológico con la corriente predominante en la estructura ideológica de las masas. De esta manera, se asegura el éxito de una ideología totalitaria y fascista.

Por consiguiente, podemos inferir que la vida y el destino están intrínsecamente ligados a la libertad. Sin libertad, la vida carece de significado, y sin vida, no existe destino alguno. No obstante, entre la vida y el destino del ser humano contemporáneo se interpone la sumisión, el temor a ser desplazado de su ego, su memoria y su cultura. Esta situación es paradójica, como Reich apunta, pero la dialéctica que surge entre la vida y el destino implica que siempre habrá un límite, una perspectiva potencial, una ventana abierta hacia la libertad. Esto es una característica intrínseca de la naturaleza y la existencia humanas, y afecta al ser humano incluso si no lo desea. Dondequiera que se abra una ventana, aunque solo sea un poco, el ser humano rechazará la idea de que la vida es una derrota. La vida no se concibe como un fracaso intrínseco; lo que se derrota es al propio ser humano.

Si Don Quijote hubiera extendido su camino aún más (y tomemos esta «extensión» como una metáfora del tiempo), se habría enfrentado al origen de esa derrota: el Estado y su forma totalitaria de gobernar el mundo. Un poco más adelante, habría tropezado, por necesidad lógica, con la esclavitud que siempre había permanecido velada en el espacio oculto entre la vida y el destino. Don Quijote siempre había estado en perspectiva, en el camino, en el tiempo, en el futuro de ese posible nacimiento, que es el condicionamiento «existencial de servidumbre humana».

Con mayor claridad, esta perspectiva se puede atribuir a la obra de un seguidor del propio Don Quijote, Tom Jones, del célebre escritor inglés Henry Fielding. La obra de Fielding toma el «marco legal» de la Inglaterra de la primera mitad del siglo XVIII como geografía y espacio narrativo. Fielding ve en las acciones de las instituciones legales el contexto ideal para una nueva crítica a la injusticia social. Y las intuiciones legales, el marco de la psicología legal, junto con sus correspondientes leyes, dieron lugar más adelante al Estado moderno.

Así que ni en los tiempos de la esclavitud clásica en Roma ni durante la esclavitud moderna en el comercio de esclavos negros, existía una institución tan descomunal (postmoderna) que diera lugar al nacimiento del «miedo existencial». Estaba en perspectiva, como hemos visto en la obra de Fielding, en la visión y la imaginación humanas. Don Quijote también lo había intuido. Más allá de los rasgos materiales, sociales, etnográficos y antropológicos que ya existían durante el apogeo de la esclavitud moderna, la «esclavitud existencial» y el miedo a la vida no habían alcanzado su punto máximo ni habían sido aceptados por las masas y los pueblos. No habían penetrado profundamente en el inconsciente individual y colectivo como una realidad. No habían llegado a ser parte intrínseca y vital de la humanidad.

Lo que Kafka deseaba expresar a través de su narrativa en obras como El proceso y El castillo no eran «rasgos propiamente existenciales» de la conducta y la vida humanas. Eran «rasgos psicológicos», sociológicos a veces, culturales e históricos, similares a los que Fielding incorporó en su literatura como ética. Estos rasgos, en una mente enferma y desvalorizada, se traducen en la vida humana, pero sin entender por qué. Kafka temía perder su identidad, pero no sabía exactamente a qué se debía.

Para Kafka, mantener la esperanza era un principio básico, quizás como un mecanismo psicológico y jurídico propio, para resistirse a la decadencia moral y ética de su época. Por eso, como mencionó Gustave Le Bon en Psicología de las multitudes, el hombre siente poder a través de la rebelión, aunque también está limitado por el autoconocimiento del miedo y la incertidumbre sobre si puede usar ese poder para liberarse. Esta inseguridad psicológica, característica del ser humano en la sociedad moderna, especialmente en un contexto de nacionalismo, hace que el poder de la rebelión se limite a lo individual y no esté en manos de las masas, de lo colectivo.

Ayn Rand afirmaba, a través de uno de los personajes de su novela El manantial, que la individualidad, el ego y la voluntad de poder eran perfectamente válidos como determinantes objetivos, concretos y pragmáticos de la vida. Para ella, lo que funciona en la práctica tiene valor. Sin embargo, las masas no pueden lograr el éxito esperado a través de esas determinaciones ni pueden usar el poder de la rebelión y el impulso del ego como una vía racional hacia la libertad.

Las masas solo pueden transformarse o convertirse en parte del Estado, como Viktor Frankl explicó en El hombre en busca de sentido, como una mera fuerza de supervivencia y adaptación. Las masas aceptan un modo de supervivencia en medio de las circunstancias creadas por el Estado, especialmente cuando se trata de un Estado deformado por el nacionalismo y el fascismo. El hombre busca sentido para comprenderse en el siglo XX porque el Estado lo ha desvalorizado como entidad individual. Sin embargo, esta búsqueda es errónea.

Será con el «totalitarismo», con el monopolio político e ideológico del Estado sobre las masas, que se abrirá la brecha total de la supervivencia como entidad existencial. Antes, la supervivencia se basaba en aspectos psicológicos y culturales. Ahora, con el totalitarismo, se convierte en un puente e incluso en un instrumento (ideológico-cultural) que separa definitivamente al hombre de su vida y su muerte, su despertar y su sueño, su conciencia e inconsciencia. Freud plantea que es al «yo» al que se intenta esclavizar mediante el terror.

Esta es una relación esencial que surge cuando el totalitarismo cierra puertas a lo cultural y lo psicológico y revela un nuevo rasgo existencial, que penetra en la psiquis humana. Ahora es posible entender el miedo, la sumisión, la falta de libertad y el carácter existencial que se produce en la supervivencia. Superar esta metafísica para comprender el destino del hombre es esencial para narrar la sumisión, una de las mayores novelas escritas en el siglo XX: Vida y destino de Vasili Grossman (Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, Barcelona, 2007). Este libro explora la «existencialidad» de la sumisión y ofrece una introducción a la comprensión de su meollo.

En medio del desastre que fue el totalitarismo soviético durante y después de la Segunda Guerra Mundial, el hombre creyó haber alcanzado su derrota más completa al aceptar esta «existencialidad». Los conceptos de «esclavitud» y «sumisión» se incorporaron plenamente a la existencia del cuerpo humano. El «totalitarismo» se convirtió en la institución social moderna que se presentó ante las masas como la aceptación de este nuevo rasgo existencial, que se experimentaba como tensión y angustia, y que se había arraigado profundamente en la vida humana por primera vez en la historia.

El totalitarismo se apoderó de la mente colectiva, haciendo que la sumisión fuera una realidad ineludible. ¿Por qué? La respuesta es un descubrimiento que Vasili Grossman expone a través de su monumental novela Vida y destino: el hombre contemporáneo, sometido a cualquier forma de totalitarismo, se ve obligado a aceptar un rasgo oculto de la existencia para sobrevivir en cualquier emergencia. Los mecanismos del poder totalitario, que operan principalmente en la psicología humana, revelarán empíricamente este nuevo rasgo existencial, que se convierte en una cuestión de vida o muerte.

Bajo el totalitarismo, el individuo se ve forzado a asumir la realidad de la sumisión como parte intrínseca de su existencia. ¿Será este el destino inexorable, la única forma de supervivencia bajo el yugo del totalitarismo y otras formas de opresión? Los testimonios de Vida y destino respaldan la tesis de mi libro «El salto interior»: el hombre no tiene que escapar de los presupuestos culturales utilizados por el totalitarismo para reprimir, sino liberarse de la «mente totalitaria», del embrujo del «yo totalitario». Lo que se vuelve totalitario primero no es el Estado, sino el yo/colectivo cuando asume la sumisión en lugar de la libertad. Esto se convierte en un mecanismo de defensa y supervivencia tanto para el individuo como para las mentes colectivas.

La presencia de la sumisión, a la que los hombres se enfrentaron en los campos de concentración nazis y soviéticos, y que Grossman describe en detalle durante la guerra, se debe a la creencia de que la rebelión y la libertad ya no tienen sentido en sus vidas. Primero se condiciona la mente colectiva a esta creencia, y luego el Estado revela la sumisión: sus vidas tienen un límite y deben protegerlas o perderlas.

Así como la vida pierde sentido bajo el yugo del poder totalitario, la voluntad de rebelión también desaparece. Por eso, la existencia del hombre contemporáneo se debate entre la fuerza contradictoria de lo individual y lo colectivo. El hombre cree en todo lo que se le dice y proyecta lo que ha aprendido. En esta relación se encuentra el origen de la sumisión.

La novela Vida y destino es un prodigio literario, como pocas otras. Debe trascender la mera narrativa y adentrarse en los momentos de existencia de la condición humana. En estos instantes de existencia, se adentra en la narrativa más allá de las convenciones existenciales, mágicas y de realismo maravilloso en las que se ha estancado. Vida y destino se puede comparar con obras como El hombre sin atributos de Robert Musil, la trilogía Los sonámbulos de Hermann Broch y Cien años de soledad de Gabriel García Márquez en términos de abordar la «existencialidad humana».

Sin embargo, Musil, Broch e incluso García Márquez no identificaron dentro de la «decadencia de los valores» y las «generaciones condenadas» los antecedentes inmediatos del surgimiento de la sumisión como rasgo existencial. Esta perspectiva pasó inadvertida. Podría argumentarse que, en general, estos escritores vieron la auto represión como un rasgo psicológico reparable dentro de la mente y la imaginación. Herman Broch vislumbró la «existencialidad» después de escribir La muerte de Virgilio y pasó sus últimos años estudiando la psicología de las masas. Se dio cuenta de que el tema central de la novela del siglo XX era la sumisión aceptada como categoría existencial.

Pero Vida y destino introduce una realidad que no puede ser resuelta por la sociedad y la cultura. No habrá humanidad en ello. Para eliminar el rasgo de la sumisión, habrá que ir más allá de lo humano, ya que no se trata de una simple incorporación social y cultural o un meme, sino de algo que ha emergido más allá de la psicología, desde las células vivas. Por tanto, no se trata de una simple incorporación, como habíamos señalado antes. El arte de la novela es capaz de narrar estos momentos de «existencialidad humana».

Los detalles plasmados en Vida y destino desbordan de épica y narraciones bélicas, aunque se sitúan en un plano secundario cuando los comparamos con la profunda revelación que la novela aporta, tal como lo subraya Milán Kundera. A lo largo de sus extensas mil páginas, el ser humano puede verse constreñido a la rebelión, llegando incluso a buscar una evasión de la realidad que el sistema totalitario le impone. Sin embargo, en última instancia, en el seno de la naturaleza, estas luchas y resistencias adquieren un matiz distinto.

La misma rebelión, que emerge como respuesta a la esclavitud, revela su enraizamiento en la misma esencia de la sumisión. Esta perspicaz apreciación acerca de la naturaleza de la sumisión existencial arroja una luz reveladora sobre el polémico tema del «miedo a ser libre». Erich Fromm, en su imprescindible obra El miedo a la libertad, realizó un meticuloso análisis que concluye que dicho miedo tiene sus raíces en un condicionamiento psicológico profundo.

Primero, uno es un rebelde, un inconformista, un guerrero, un disidente. Pero el miedo impera. Luego viene la sumisión por derecho. Debe ser así por naturaleza. Por tanto, en el destino, la rebelión no existe como tal, porque a través de ella no se gana libertad; se ganan deseos de libertad, se imagina la libertad, pero no se es la libertad. En cambio, la sumisión, la aceptación, la entrega al hecho de considerarse un esclavo de la realidad, ante la naturaleza de la fuerza, puede franquear la barrera y abrir infinitas posibilidades para ser libre.

Solo al estar consciente de que la sumisión, esa que se llama «hombre», vive su total manifestación, al punto óptimo existencial, en ebullición constante, se abren puertas hacia la libertad del individuo, se acaba con el deseo de ser libre, se derrumba la metafísica de la libertad. Hasta ahora, el hombre ha vivido apegado a esa metafísica, explicándose qué cosa es la libertad y cómo alcanzarla, imaginando de muchas maneras la libertad, pero nunca preguntándose cómo ser en sí mismo la libertad.

Se trata de una aceptación existencial, vital, no de una aceptación psicológica y cultural para sobrevivir. En este sentido, ningún acto de supervivencia, ya sea en el orden psicológico o existencial, traerá definitivamente libertad. Pero en ese último punto, cuando la supervivencia es irremediablemente absoluta y decisiva, de vida o muerte, la acción humana puede transformarse en libertad, puede producirse un salto, un impulso poético. Hasta entonces, todo debe hacerse dentro de los límites de la mente y el ego humano, dentro de una prisión inducida desde el exterior.

Así que cuando el impulso llega y va más allá de ambos límites, emerge la libertad, no una palabra ni una autogestión, sino la existencia misma de la libertad. Llega la lucidez. Debido a esta última concreción, ninguna terapia (como la logoterapia) puede ser efectiva para lograr definitivamente el significado positivo y real sobre el sentido de la vida. Frankl ayudó a muchos de los que sobrevivieron a los campos de concentración nazis a recobrar el sentido de la vida mediante la autogestión; ellos deseaban morir, pero les hizo creer en la imaginación y les proporcionó una ayuda temporal. No obstante, no curó de raíz el problema de esa pérdida y falta de sentido. Pasados varios años de haber vivido en aquellos campos de concentración nazis, muchos de los que fueron ayudados psicológicamente experimentaron de nuevo el sinsentido de la vida. Estaban presos en la sumisión, en la aceptación de la muerte.

Vida y destino es una novela de tesis y conocimiento. No es solo para el placer. No es solo una vida bien contada y no vale únicamente como relato, por los recuerdos narrados, por la historia y el pasado que se describe, sino, y esto es lo más importante y esencial, por lo que la vida misma de una persona puede experimentar y expresar en momentos de suprema emergencia. El hombre existe, el personaje cobra vida, siempre antes de convertirse en narración. Veamos en este admirable pasaje cómo Vasili Grossman antepone la existencia humana al objeto narrativo:

«Sofía Osipovna experimentaba el hambre como todos los demás y anhelaba un simple trago de agua. Había algo patético y frágil en su sueño, donde vislumbraba una lata de conservas abollada, con un poco de líquido tibio en su interior. Rascaba el fondo de la lata con movimientos rápidos y bruscos, como un perro buscando pulgas. En ese momento, comenzó a comprender la diferencia entre la vida y la mera existencia. Su vida se había extinguido, interrumpida, pero la existencia continuaba, persistía. Aunque esa existencia fuera penosa, el mero pensamiento de una muerte cercana llenaba su corazón de terror. Entonces, la lluvia empezó a caer; algunas gotas se colaron por la ventanilla enrejada. Sin dudarlo, Sofía Osipovna desgarró un trozo de tela del dobladillo de su camisa, se acercó a la pared del vagón y deslizó la tira por una hendidura. Luego, esperó a que la tela se empapara con el agua de la lluvia, la sacó y comenzó a masticarla, disfrutando de su frescura y humedad. Pronto, sus vecinos también comenzaron a arrancar trozos de tela, y Sofía Osipovna se sintió orgullosa de haber encontrado una forma de capturar la lluvia.»

En cuanto a la reflexión sobre la existencia y la libertad que sigue, es una exploración interesante del tema. Sin embargo, para una mayor claridad, se podrían dividir los pensamientos en párrafos más pequeños y estructurarlos de manera más ordenada. Además, podrías considerar usar un lenguaje más sencillo y directo para que el mensaje sea más accesible para el lector promedio. Aquí tienes una versión revisada:

Ante la inminencia de la muerte, Sofía Osipovna se encuentra perdida en su búsqueda de significado en la vida. No se hace preguntas sobre el sentido de la vida, pero sueña con encontrar una solución a su angustia existencial. Sin embargo, pronto se da cuenta de que sus sueños son solo ilusiones, ya que continuar soñando no la salvará de la muerte que se avecina. Entonces, surge la urgencia existencial. Para sobrevivir, debe aceptar su realidad a toda costa. Sofía Osipovna abraza su situación con valentía, sin creencias ni teorías. Se enfrenta a su existencia con determinación y, en ese acto consciente, la sumisión se convierte en un trampolín hacia la libertad.

En ese momento, la vida social y las preocupaciones por la justicia y la identidad nacional se vuelven irrelevantes para ella. Sofía Osipovna encuentra su libertad en su conexión con la esencia de la existencia misma, compartida con sus compañeros. Sin embargo, siempre existe una fuerza que la tienta hacia la sumisión, una fuerza que el totalitarismo ha cultivado en la psicología de las personas. Esta fuerza subyacente amenaza con socavar la libertad alcanzada.

En otro contexto literario, me recuerda a un pasaje de la novela La Tabla de Armando de Armas, que comparte una similitud en la exploración de la libertad. Nadie desea vivir en esas condiciones, y tampoco quiero morir en Cuba. Hacer que lo obvio sea evidente es el objetivo del idealismo. Encontrar un símbolo que una a la sociedad es la esencia del nacionalismo. El idealismo se vuelve evidente, y el nacionalismo se convierte en lo obvio.

La sociedad cubana se ha construido en torno a un sistema comunicativo basado en una ideología que ha persistido durante más de cincuenta años. La revolución cubana logró hacer que la creencia en la revolución fuera evidente, a través de un discurso histórico que presentaba el destino como inevitable. La idea de morir por la patria se convirtió en una trampa psicológica que afectó a todos los cubanos, dentro y fuera de la isla.

Este idealismo, que promueve la idea de morir por la patria, es la base en la que se sustenta el socialismo cubano. Sin embargo, no quiero que mi destino esté moldeado por esta ideología. Esta falacia ideológica me ha llevado a cuestionar mi deseo de morir en Cuba.

Continuará…

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