Por Kukalambé
El Renacimiento, ese fascinante período histórico que nos es familiar, solo puede ser comprendido en su totalidad si consideramos cómo el tan mencionado «descubrimiento del mundo y del ser humano» estaba intrincadamente ligado a la formación explícita de entornos simbólicos y naturales. Desde aquella época, se pueden vislumbrar en la cultura europea indicios de una conciencia compartida acerca de la historia moral y atmosférica. Ahora, nos concentraremos en la incipiente conciencia y su huella en los documentos de esa era.
Giovanni Boccaccio (1313-1375), el poeta y filósofo, emerge como el principal testigo del proceso que denomino «el descubrimiento del entorno a través del espíritu de la peste». Su obra, el Decamerón, también conocida como «el libro de los diez días», finalizada en 1353, delineó con claridad los contextos mencionados. Aunque a menudo se ha malinterpretado esta obra como un simple compendio de anécdotas frívolas, Boccaccio se dirige especialmente a un público femenino con la intención explícita de aliviar la peor enfermedad femenina, la melancolía. Según él, esta surge de la obsesión con un objetivo inalcanzable, y su cura solo puede lograrse, redirigiendo gradualmente los pensamientos hacia objetivos positivos y alcanzables. Las historias, o «cien novelas» como Boccaccio las denomina, están dirigidas principalmente a estas mujeres. En ocasiones, las describe como cuentos, fábulas, parábolas o relatos, según convenga.
El Decamerón revela una estructura narrativa que trasciende la simple poética dirigida a mujeres. Boccaccio tiene en mente la regeneración de una sociedad en declive a través de una cura ejemplar. Esta cura implica volver a aprender el arte de vivir bien, como lo expresa Pampínea, la líder bella y sabia del grupo central en este libro. Frente a la adversidad más extrema, Boccaccio destaca la necesidad de aplicar racionalmente remedios apropiados para preservar la vida según las leyes de la razón natural, que guían el bienestar de todos. En primer plano está el derecho natural a disfrutar, relajarse y encontrar serenidad, donde se encuentran convergiendo lo moral y lo higiénico.
Una ética inmunológica como esta cobra gran relevancia en el contexto de la gran catástrofe del siglo XIV: la Peste Negra, una devastadora plaga que se originó en Asia y azotó Europa. Boccaccio muestra cómo esta tragedia desafió tanto a las artes humanas como a los consuelos religiosos. Hace eco de los horrores de la peste al narrar cómo, en ese contexto de desgracia, las recomendaciones de salud y las modestas oraciones parecían ineficaces. La peste se propagaba de los enfermos a los sanos con la rapidez del fuego en elementos secos o inflamables. Ejemplifica esto con la historia de los cerdos que sufren una muerte repentina al tocar los harapos de un pobre. Menciona cómo dos sacerdotes que llevaban un cadáver con una cruz se vieron superados por varios portadores con camillas, dado que el número de muertos crecía sin control.
La crueldad del destino, y tal vez también de los propios seres humanos, se manifestó en toda su monstruosidad. Se estima que entre marzo y julio, más de 100,000 personas perecieron dentro de los muros de Florencia debido a esta plaga. Boccaccio expone un escenario desgarrador de los sucesos durante esos días de horror.
Las observaciones recopiladas por el corresponsal pintan un panorama de una sociedad urbana en profunda decadencia. Los establecimientos permanecen cerrados, la actividad agrícola se descuida, los edificios nobles son abandonados y caen en manos de saqueadores y personas en un estado de embriaguez apocalíptica. Incluso las mascotas son expulsadas, y los perros más leales son abandonados por sus dueños. La desolación es tal que los padres abandonan a sus hijos enfermos, y el miedo y la desfachatez dominan tanto los hogares como las plazas. La magnitud de la caída en los sentimientos humanos es ilustrada irónicamente por Boccaccio, quien sugiere que aquellos que gozan de buena salud en Florencia desayunan con sus amigos, pero cenan en el más allá con sus parientes fallecidos.
Frente a todas estas desgracias, Boccaccio propone su visión alternativa de una sociedad ficticia. A unas dos millas de la ciudad afectada por la plaga, en una colina que ofrece vistas a la región de Toscana, emerge la primera república estética de la Modernidad. Más aún, se presenta el primer caso de una contracultura: un grupo compuesto por siete mujeres y tres hombres jóvenes, educados y provenientes de familias respetables. Estos individuos se reúnen en la iglesia de Santa Maria Novella con el propósito de fomentar el buen humor y la cortesía. Deciden emprender la tarea de revitalizar una vida en decadencia. Y lo hacen a través de una práctica alimentaria cuya verdadera importancia se revela en esta representación. Esta singular «vianda» se llama «narrar» o, con mayor precisión, contar relatos o novelas cortas, conocidas como novellare. Estos cuentos pueden tener su origen en la Antigüedad o en el presente, siempre y cuando posean un atractivo fresco o relaten acontecimientos notables capaces de revitalizar.
Esta actividad de narración merece un examen más minucioso, ya que de ella surgirá gran parte de lo que en siglos posteriores se conocerá como información. Boccaccio está delineando el surgimiento de la información moderna desde los cimientos de la reanimación. Incluso podríamos hablar del descubrimiento de sistemas mentales de inmunidad. Cuando estos sistemas funcionan adecuadamente, los impulsos morales constructivos que emanan de ciertas historias pueden ser empleados para enriquecer la salud social y erótica de un grupo.
Continúa…