Por Pedro Medina
Con venir al mundo, el POETA tropieza, primero, con la llegada al lenguaje: las convenciones establecidas, narrativas, sueños, señales de tráfico, órdenes, reglas, etcétera, constituyen la formación de parques temáticos o incubadoras culturales.
Luego, dentro de esa incubadora cultural, aparece el imperativo llegar a la vida y entonces todo se disloca. Surge a partir de ahí la religiosidad, el mito, el misticismo, el ocultismo, el esoterismo, el estoicismo, etcétera. Surgen las ansias de despertar la conciencia como atributo de superación.
Pero venir a la vida significa otra cosa al margen de la conciencia: la vida busca a través del POETA aumentar su poder. El POETA llega a la vida con el propósito de crear más vida a la VIDA.
Y para lograr ese crecimiento vital no se necesita de la conciencia sino de la voluntad. No necesita instrucciones, sino entrenamiento. No necesita explicaciones, sino disciplinamiento. No necesita adoctrinamiento, sino el arte del atletismo cultural de alto rendimiento. De lo contrario somos herederos de la decadencia.
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