Empecemos: ¿existe una sociedad civil en Cuba? La ingenuidad nos hace pasar gato por liebre. Solo existe sociedad civil cuando sus vínculos existenciales están ligados al estado-nación que lo representa. ¿Existe en Cuba este vínculo causal y concretamente?
El vínculo no es civil –si se entiende lo civil democráticamente–, sino “autocrático-beligerante”. Ninguna sociedad auspiciada por el totalitarismo encuentra formas simbólicas para desarrollar un auténtico espacio civil. Se trasluce un espacio de fuerza autocrática, eso sí, en el que la guerra simbólica aparece matizada y, por qué no, disfrazada con la apariencia de un espacio civil.
Estos son referentes para atestiguar que en Cuba no existe una sociedad civil concreta. La sociedad en términos de sociedad no es una sociedad, porque la civilidad no confluye con el poder de la nación. ¿Qué bienestar busca una nación como la cubana para la población? Ninguno. Por eso, el término de sociedad civil está desarticulado y marginado de acuerdo a sus referentes esenciales.
Por otro lado, iniciativas como “Por otra Cuba” debían entenderse como un esfuerzo por reconstruir simbólicamente esa sociedad civil que aún no existe. Corresponde tanto a la ciudadanía como a su “ascenso” replantear el problema desde una auto-consideración beligerante. Forzar las cosas establecidas para abrir puertas y espacios socialmente y civilmente concretos. Sin embargo, no basta con un conocimiento de la civilidad, ya que partir de una supuesta teoría en la que la sociedad civil simboliza el espacio para luchar y poner en orden ese vínculo con la nación descrito anteriormente, nos hace parecer ingenuos. Diría que a Cuba le falta un orden, o un estado simbólico, que haga inmunes a sus ciudadanos frente al totalitarismo político.
La sociedad civil en Cuba aparecería, en este sentido, en el orden simbólico que aún no posee. Por lo tanto, no quiero morir en Cuba. Hacer que lo obvio se vea como evidente es la meta de todo idealismo. Encontrar un referente comunicativo, simbólico e ideológico que estructure la sociedad en una unidad orgánica, es el pináculo del nacionalismo. En consecuencia, el idealismo es lo evidente y el nacionalismo lo obvio. En este sentido, la sociedad cubana se ha ido proyectando –siguiendo lo que nos dice Niklas Luhmann en su exhaustivo estudio «La sociedad de la sociedad»– estructurada en la típica relación comunicativa en la que yace la modernidad, en función de una propaganda ideológica que ya sobrepasa los cincuenta años de existencia.
Desde luego, no son las relaciones entre individuos las que determinan al régimen –de hecho, los individuos se han desentendido del régimen de algún modo–, sino la subyacente estructura comunicativa que brota del lenguaje ideológico, en la cual colabora todo un pueblo de forma directa e indirecta. En Cuba existe, por decirlo de algún modo, un acoplamiento social por medio de ese “idioma”. Existe la sociedad dentro del sistema socio-comunicativo.
¿Qué es lo que realmente se desvincula del régimen, del sistema comunicativo socialista? No es la sociedad o la cultura de los individuos, no es su estructura “identitaria”, sino un sistema de práctica inmunológica, protectora, contra el agobio del totalitarismo y el lenguaje ideológico. Por ejemplo, la “disidencia” es una práctica, la “sobrevivencia” otra, el “mercado negro” otra más. Y el “idealismo”, junto con la “religión”, son las prácticas fundamentales. Todos ellos funcionan en los márgenes del sistema y constituyen riesgos para él. Sin embargo, estos riesgos no son prácticas sociales, sino individuales y aisladas.
La revolución cubana fue, en este sentido, un acto de lo evidente por lo obvio. Así es como el poder ha logrado hacer creer en la revolución (lo obvio), mediante la fórmula del destino probable (lo evidente). Es convertir el progreso y el cambio en una creencia, pero solo como un recuerdo que no tiene lugar en ninguna parte. El idealismo en Cuba es una de esas prácticas, la más secular, quizás. Se cree en el destino (la esperanza) en un sentido ideológico y se desconoce el sentido natural y lógico de la muerte.
Una de las herramientas del socialismo es ocultar que la muerte existe, al menos ideológicamente. La muerte es solo el fundamento simbólico del idealismo cubano. La muerte comunica un entramado de opiniones que refuerzan el idealismo. Para la ideología, la muerte nunca llegará, a menos que morir por la patria o la nación se convierta en un destino. Aquí radica la trampa simbólica y psicológica a la que están abocados todos los cubanos, dentro y fuera de la isla, desde el momento en que la revolución anunció la victoria con un discurso histórico. Su máxima fue: ¡deseamos morir por la patria!
Este idealismo, que abraza la idea de “morir en mi patria”, es el fundamento “ilustracionista” –de aprendizaje– que la revolución inculcó bajo los fundamentos básicos del socialismo en Cuba. Se trataba de inmunizar a la revolución ante cualquier desgracia social. Todos los que sienten ese destino –el de vindicar los cementerios de Cuba algún día– aparecen con una vida influenciada por lo evidente. El destino existe. Es evidente que el proyecto revolucionario mantiene su vigor idealista bajo la estrafalaria “hermandad” por quienes aceptan la llave del sepulcro territorial cubano. Blas Roca escribía en los años cuarenta del siglo XX, en «Los fundamentos del socialismo en Cuba», que la teoría marxista del comunismo tenía que ser valorada ante las circunstancias y peculiaridades cubanas. No se trataba de una aplicación simple de la teoría, sino de asumir el programa funcional e ideológico del destino implícito. Se trataba de ver dentro de la explicitud de la teoría lo que era evidente: la idea, la utopía.
Puedo morir en Cuba, pero eso no me convierte en heredero de mi propio destino. Es una falacia ideológica, la misma que aniquiló definitivamente a José Martí. Mi destino ha podido ser moldeado por la ideología de morir en mi “patria”. Esto es lo evidente, lo que nos hace pensar, en las últimas horas de vida, en un regreso a la “patria”. Incluso aquellos que viven allí piensan algún día en el regreso definitivo. Sin embargo, si algo define existencialmente al socialismo cubano, es ese deseo, que ha sido una práctica secular. Entonces, no quiero morir en Cuba. Pero antes de morir quisiera saber qué hay en la revolución cubana, entre el ocultismo y las ciencias sociales. De hecho, existe una amplia literatura teosófica, sobre todo en Occidente, que nos permite acercarnos al conocimiento estructural de los cuerpos sutiles y la psicología evolutiva del hombre.
Los trabajos, por ejemplo, de Helena Blavatsky, sobre todo “La doctrina secreta”; los de Annie Besant, entre ellos “El hombre y sus cuerpos”; de Alfred Sinnett, “Esoterismo Buddhism”, cuyos textos fueron conocidos por José Martí. Sin embargo, es importante tener cuidado con el pensamiento teosófico, ya que la resolución de los “cuerpos sutiles” nunca fue vista en conexión con la realidad social.
Hasta donde sé, en América, Emerson fue el primero en intentar integrar el conocimiento esotérico con la práctica del saber social y político. Por eso, el movimiento de los trascendentalistas norteamericanos se sumerge en el conocimiento de la relación entre el universo interior y el exterior del mundo humano.
Emerson extrajo de la obra mística de Swedenborg varios aspectos esotéricos de la estructura de los “cuerpos sutiles”, lo que lo llevó a plantear la teoría emergente del escolar norteamericano y la propuesta literaria de que “sin literatura americana no hay América”. Unas décadas después, el psicólogo William James realizó un trabajo meritorio basado en la influencia de Emerson, en el cual profundizó en los planos exotéricos de la mente y la psicología humana.
En el siglo XX, otros teósofos y esoteristas elaboraron obras donde se puede obtener información sobre la estructura de los “cuerpos sutiles”. La obra de Rudolf Steiner es muy importante. Su visión de la interioridad del universo desde la antroposofía se asemeja mucho a los métodos de indagación martiana sobre la sociedad norteamericana, especialmente a los retratos de hombres norteamericanos. Una fuente de información posterior valiosa es la obra de Evelyn Underhill sobre “La mística” y la de Leadbeater sobre las chakras y los cuerpos de energía humana. También está la obra del cuarto camino de George Gurdjieff y Pedro Ouspensky. En la tradición hermética de los rosa-cruces, se pueden encontrar detalles al respecto, los cuales aparecen en el cuerpo del conocimiento masónico.
6: Sin embargo, este conocimiento sobre el interior humano, esta ciencia oculta, como lo llamaron los teósofos, nunca ha sido objeto de atención para la ciencia social. El único que intentó llevar a cabo una simbiosis entre lo que ocurre en el universo interior humano y la relación con la exterioridad en Cuba fue José Martí. Es sintomático que un pensador cubano como Joel James dijera hace apenas un lustro que el problema fundamental de la filosofía en Cuba no es la relación entre el Ser y la Conciencia, sino la relación entre la interioridad y la exterioridad humana. Sin embargo, el fallo en esta especulación de James es que identifica el sentido de las cosas, de lo existente, dependiendo de la conciencia. “Si no hay conciencia en el hombre, no se pueden conocer las cosas”. Diría que lo primero existente es la conciencia, y que las cosas, la manifestación, surgen después.
Pero Joel se confunde en este sentido porque cree que la conciencia existe solo en relación con el hombre. Sin embargo, la conciencia es más que el hombre; es el testigo de todas las cosas, incluyendo al propio hombre. La conciencia es un “cuerpo sutil”, el más elevado de los que conforman al hombre, ya que no deja de ser la universalidad de toda la existencia.
Otras corrientes ocultistas ancestrales como la Cábala y la tradición secreta de los Esenios proporcionan información sobre los “cuerpos sutiles”. En Cuba, algo que no ha sido estudiado desde este ángulo es que las tradiciones religiosas populares, los sistemas religiosos y sincréticos desde el Palo Monte, la Santería y el Espiritismo en sus variantes científica y popular, informan sobre la existencia de los cuerpos sutiles. Esta tradición religiosa popular cubana, dentro del cuerpo antropológico y sociocultural cubano, constituye un esfuerzo por expresar de manera popular los diferentes niveles de los cuerpos sutiles.
La influencia del conocimiento esotérico influyó en la conformación de la poesía romántica y del arte surrealista. Por eso, la incógnita manifiesta en toda una tradición sociocultural a lo largo de cinco siglos de historia es solo una indicación. Los estudiosos de la tradición y los procesos identitarios han abordado la pregunta desde otro punto de vista, adoptando un análisis positivista y histórico. Regresan a lo que consideran las raíces y el origen, y buscan el legado, sintiéndose parte de una tradición o manifestación cultural, pero lo hacen a través de las causalidades que relacionan su tiempo con toda manifestación sociocultural previa. Indagan observando el pasado. El sistema poético del mundo de Lezama se sostiene en esa búsqueda.
Sin embargo, para José Martí, este mecanismo de búsqueda fue un error. La propia pregunta “quién soy yo” lo llevó a apartarse, en determinado momento, de la dinámica del tiempo social y a adentrarse en otra dimensión temporal, donde el desplazamiento de lo que ocurre –la recurrencia estructural– no determina ninguna estructura social. Lezama ha dicho en este sentido que la búsqueda martiana es peculiar, porque escarba en el origen y en las raíces lo que está oculto a toda manifestación social.
Es decir, las raíces y el origen de toda manifestación no se deben buscar en el exterior, sino en el interior de uno mismo. Lo que sucede es –y aquí retomo la concepción de Maturana sobre la calidad con la que un organismo se reajusta y reorganiza en sí mismo– que los primeros cuatro cuerpos sutiles del hombre, el físico, emocional, astral y mental, se reorganizan según las circunstancias sociales existentes. Sin embargo, el quinto y los demás no suelen responder a las circunstancias sociales, sino a uno mismo y a la subjetividad más profunda. En este punto, uno supera la trampa orteguiana del ensimismamiento del “yo soy yo y mi circunstancia”.
No es necesario profundizar en la doctrina espiritista kardeciana en este contexto. Sin embargo, dado que una parte de nuestra sociedad, algunas instituciones religiosas populares y el trabajo de uno de los intelectuales más prominentes de Cuba, Don Fernando Ortiz, han sido influenciados por esta doctrina, es conveniente aclarar ciertos puntos que nos permitirán avanzar en las ideas que exponemos aquí.
La doctrina de la ciencia espiritista kardeciana se elabora a partir de los misterios que afectan al cuarto cuerpo sutil del ser humano, es decir, el cuerpo mental: la comunicación mediúmnica, la clarividencia, el magnetismo, la hipnosis, la telepatía, el sueño y el inconsciente. No obstante, su fundamento principal radica en los poderes generados por la mente humana. Desde esta perspectiva, Kardec incorporó varios conceptos pertenecientes al quinto cuerpo, el cuerpo espiritual. Un ejemplo es la creencia en la reencarnación del espíritu. Sin embargo, aún persisten desconocimientos acerca de los cuerpos sutiles quinto, sexto y séptimo. Kardec consideraba al cuarto cuerpo como el límite del ser humano, lo que limitaba su interpretación del Evangelio. Incluso en lo relativo a la reencarnación, su enfoque es ambiguo y se mezclan conceptos del cuarto y quinto cuerpo, sin reconocer gran parte de lo que concierne al quinto, casi la totalidad del sexto y nada del séptimo. Aunque su doctrina parece científica, su lógica solo abarca hasta el cuarto plano. Kardec fundamentaba sus investigaciones en hechos como el fenómeno de la mesa giratoria y la existencia de individuos que actuaban como vehículos comunicadores con registros sutiles perceptibles para los seres humanos.
Este sistema metafísico cuidadosamente elaborado cautivó a Don Fernando Ortiz, quien lo incorporó en su metarrelato antropológico, penal e histórico para abordar los problemas raciales, la decadencia y la criminalidad en Cuba. Sin embargo, al adentrarse en los aspectos del quinto y sexto cuerpo, tanto la lógica como el lenguaje comienzan a fallar, lo que limitó la exploración de Kardec. Las razones detrás de la simbiosis entre el rito y la metafísica espiritista aún son desconocidas, y queda mucho por explorar en este sentido.
Un ejemplo regional en Cuba es Bayamo, donde las declaraciones de Ángel Lago han resultado más esclarecedoras que la interpretación de Don Fernando sobre los orígenes del espiritismo del cordón. Sin embargo, la relación entre esta práctica ritual y los fundamentos doctrinales kardecianos sigue siendo confusa. En la región de Manzanillo, el poeta Manuel Navarro Luna, un practicante del espiritismo, contrastó los efectos sin causas visibles con la teoría espiritista desde una perspectiva científica. Navarro Luna desconfiaba de toda ciencia y consideraba que el espiritismo kardeciano no llenaba la brecha del conocimiento. Dada la época en la que vivía, en la que el concepto de mediaunidad sobrepasaba el alcance del positivismo y los estudios de la psicología paranormal estaban en desarrollo, su posición es comprensible.
Hoy en día, con una perspectiva más amplia, podemos comprender mejor estas cuestiones. Sin embargo, aún queda mucho por explorar y comprender en profundidad. Por ejemplo, surge la pregunta de por qué la mayoría de los hombres de las regiones orientales de Cuba que se unieron al movimiento 26 de julio y luego a las guerrillas de la Sierra Maestra estaban vinculados a prácticas y cultos religiosos populares. Figuras como el doctor César Vallejo, Celia Sánchez, Manuel “Piti” Fajardo y muchos otros eran practicantes del espiritismo. En mi opinión, el metarrelato de la revolución cubana, desde la Guerra Grande hasta el 1 de enero de 1959, se arraiga en una influencia proveniente del «cuarto cuerpo». Céspedes era masón, Maceo practicante del Palo Monte y Fidel Castro, según los misterios que lo rodean, tenía un alto grado en la práctica de los rosacruces.
Una exploración adecuada de la relación entre esta ciencia oculta y los cuerpos sutiles que la componen con el contexto antropológico y sociocultural de la cultura cubana revelaría una lógica oculta y fragmentada que unifica más de cien años de historia. Podríamos entender algún día por qué la conciencia colectiva cubana fue impulsada hacia la autodestrucción en términos de identidad, nacionalismo y revolución.
Este fenómeno podría parecer extraño, pero lo que hoy conocemos como intercambio cultural tiene sus raíces en estas antiguas cuestiones ocultas. La cultura de estilo y el intercambio cultural en Cuba se han convertido en temas fundamentales. Sin embargo, debemos ser conscientes de que hablar del «intercambio cultural» entre Cuba y el exilio es, en gran medida, hablar en términos verbales y presuposiciones vacías. Al examinar la estructura semántica de la frase «intercambio cultural», se revela cómo el significado de las palabras puede ser engañoso. Más que un intercambio genuino, esta expresión oculta una dinámica de poder y control, donde la cultura de origen es dominante y la cultura de estilo se subordina. Este planteamiento encubre la realidad dual y crítica de origen y estilo.
El poder totalitario busca proteger la «cultura de origen» de la invasión de la «cultura de estilo». Por lo tanto, el concepto de «intercambio cultural» es en sí mismo un eufemismo político e intelectual. Las nociones de «cultura de origen» y «cultura de estilo» son fundamentales en esta discusión. La primera se refiere a la cultura que se origina y desarrolla en la Isla, mientras que la segunda se origina en los márgenes y cuestiona el poder y la manipulación de la «cultura de origen», tanto dentro como fuera de Cuba. Aunque estas nociones surgieron casi al mismo tiempo debido a la realidad del habla y el estilo de vida en ambos contextos, el «intercambio cultural» es en realidad un camino hacia el control, en lugar de un verdadero intercambio.
En resumen, es evidente que la influencia de la doctrina espiritista kardeciana ha dejado una marca profunda en la sociedad y la cultura cubana. Esta influencia se ha manifestado en múltiples aspectos, desde la religión popular hasta el movimiento revolucionario. Aunque la lógica de la doctrina puede ser discutible en ciertos aspectos, su impacto y conexión con la cultura son innegables. El concepto de «intercambio cultural» en Cuba es en realidad una máscara para el control y la subordinación de la «cultura de estilo» a la «cultura de origen», impulsada por el poder y la ideología. Solo al examinar a fondo estas cuestiones y explorar la relación entre lo oculto y lo cultural podremos entender mejor cómo han moldeado la historia y la identidad de Cuba a lo largo del tiempo.