Una mirada a Nietzsche desde más allá del bien y el mal.

Por: Rafael Pineiro López

I

Más allá del bien y el mal es una crítica frontal y sin contemplaciones a la filosofía toda. Friedrich Nietzsche, cual gladiador sin escudo ni Dios, lanza en ristre y maza al aire, cabalga en solitario y con impertinencia en contra de los gruesos muros y el profundo pozo que protegen, como ciudad sitiada, a toda la tradición del pensamiento occidental, desde los griegos en adelante. No parece tener paz con nadie el impetuoso jinete y con mayor o menor énfasis y enjundia va colocando en la filosa picota del verbo envenenado a filósofos y corrientes de pensamiento, como quien lanza al matadero a aves de corral. Todo en pos de privilegiar una honestidad intelectual que siempre ha sido escasa entre los hombres, desconfiando, con la soberbia de aquellos que se saben ingobernables, de todos esos que han intentado sentar cátedra desde los mullidos sillones del poder. (Sí, el poder que otorga el intelecto).

La verdad no se ha dejado conquistar”, es el axioma que, como coronel de tranco firme, rige a lo largo y ancho de la obra. Nietzsche afirma que el dogmatismo ha regido en la filosofía a lo largo de los tiempos. Está convencido de ello. Y apunta que la invención de Platón del “espíritu puro y del bien en sí” ha sido el mayor y más dañino de los dogmas. “El cristianismo es Platonismo para el pueblo”. El platonismo como génesis del cristianismo en términos morales. Eso nos dice Nietzsche de Platón, y se convierte en la cicuta que asesinó a Sócrates con impiedad y saña. No cree en ese concepto del BIEN como caudal de las ideas superiores. Le molesta el buenismo exacerbado de los maestros griegos que aún, seguramente, creían en el escaso espíritu animal del hombre.

Es este Nietzsche pura poesía. Sus palabras adornan, en “Más allá del bien y el mal”, su frase despiadada, su instinto de asesino frío, impenitente, cruel. Sólo de esa manera puede deconstruirse el discurso académico y echar abajo la entelequia metodológica defensora del tradicionalismo a ultranza. El alemán lo intuía. Y puso manos a la obra.

II

Achaca Nietzsche al cristianismo el origen de la tensión filosófica y anímica de toda Europa, y alaba a la Ilustración por intentar ponerle coto a bestia tan inmensa. No hay que olvidar que la Ilustración, heredera del libertarismo de Locke, fue esgrimida fundamentalmente por los hacedores de la revolución francesa.

¿Pero era Nietzsche un verdadero y convencido ateo, como señalan estudiosos y filósofos en la última centuria? Confieso que es una, quizás, de las preguntas más difíciles e incómodas que puedan enarbolarse y que, muy probablemente, no pueda encontrarse a carta cabal su respuesta en las páginas de “Más allá del bien y el mal”.  Por ejemplo, hay aquí una declaración tremenda, contenedora de un ateísmo visible, palpable: Dice Nietzsche que el hombre es quien ha creado todas las causas, la reciprocidad, la relatividad, la coacción, la ley, la libertad, los números. Y que continuamos actuando como los antiguos, de manera mitológica. Para Nietzsche todo el accionar humano está dispuesto en símbolos y mitos.

Pero todo pensamiento filosófico, toda posición intelectual se arriesga a sufrir las furias del pragmatismo, sus embates tortuosos, cuando se interna en aguas de la ciencia fisiológica. Nietzsche yerra y muestra torpeza a la hora de revelar y narrar las características clínicas de la religiosidad, por ejemplo, lo que quizás sea fruto de una interpretación temporal. Cada filósofo y aún más, cada hombre es fruto, cosecha de su tiempo. Nietzsche, en este sentido, no fue una excepción. Llega al extremo, sin algún basamento docto, de preguntarse seriamente si la religiosidad y sus consecuencias no serán fruto de una especie de epilepsia enmascarada. Pero inmediatamente recobra el pulso y a pesar de ser Schopenhauer un ateo convencido, critica su método filosófico de hacer del análisis del cristianismo el centro de sus preocupaciones.

Para Nietzsche la religiosidad es, más que nada, un impedimento clínico, y es por ello que equipara los términos neurosis religiosa yser religioso; los considera un solo único, indivisible, completo. Califica a los milagros como una sucesión de antítesis, donde un hombre malo se convierte de pronto en santo. Es probable que su posición sea simplista en este punto, porque no todos los santos fueron hombres malos ni viceversa. Pero la piedra ya está lanzada. El espíritu de la iconoclastia no puede darse el lujo de descansar a la sombra. Solo el reto, impúdico y maldito, puede salvar al hombre.

Existe también un atajo geográfico al que Nietzsche echa mano en sus análisis sobre la religión cristiana. Apunta con agudeza que las naciones latinas son más propensas a profesar el catolicismo que las naciones del norte el cristianismo. Piensa Nietzsche que los del Norte no están hechos para la religión, excepto los Celtas. Y critica a pensadores franceses como Comte y Renan, a quienes acusa de escribir boberías religiosas.

Y he aquí un punto imprescindible para poder entender la posición de Nietzsche ante la religión, cuando alaba a los antiguos griegos por la indómita plenitud de agradecimiento conque profesaban sus creencias, cosa que ocurrió de manera aristocráticahasta que la plebe le añadió la proliferación del temor. Es este, podría decirse, un punto de encuentro donde se agolpan los temores y las fobias y los ascos del pensador alemán; un punto donde religión y plebe se trenzan en amigable abrazo del cual Nietzsche huye con el desespero de aquellos que temen a la ignorancia de los hombres.

Dice que la fe cristiana es, desde el inicio, sacrificio de toda libertad, de todo orgullo, de toda auto certeza del espíritu. Es una fe cruel y fanática. Afirma que la rebelión del esclavo se genera desde la duda por la fe, desde la libertad frente a la fe, de la despreocupación frente a la seriedad de la fe. Y vuelve a recalcar que fue la Ilustración la que parió a la revolución francesa, a la cual califica como la última gran rebelión de esclavos. Para Nietzsche, sin dudas, era la revolución francesa una necesidad imperiosa ante la tiranía del moralismo cristiano.

De todas formas, cuando se lee la obra que nos ocupa, ese “Más allá del bien y el mal” apoteósico, psicótico y valiente, no se puede llegar a conclusiones acerca del absoluto ateísmo de Friedrich Nietzsche, quien llega a señalar con gracia que el máximo pecado de la Europa literaria fue el unir el Nuevo Testamento, esa “especie de rococó del gusto en todos los sentidos” junto al “grandioso” e “inmenso” Viejo Testamento, para conformar la Biblia. Algo muy decidor del análisis de Nietzsche sobre la religión es cuando dice que el teísmo europeo fenece a causa de un Dios-padre oscuro que no parece escuchar y que al mismo tiempo es incapaz de comunicarse con claridad. Y a la par de la muerte del teísmo cristiano, asegura que el instinto religioso se encuentra en plena alza en la Europa del siglo XIX, pero que dicho instinto rechaza la percepción cristiana de la religiosidad. Nietzsche no da las espaldas al misticismo, a lo mágico, a lo desconocido, a la existencia de un Dios incluso, sino que descarta que sea el moralismo cristiano quien represente a la religiosidad del ser humano. Vuelve Nietzsche sobre lo mismo al decir que la filosofía moderna, debido a su escepticismo gnoseológico, es anticristiana, pero no antirreligiosa. ¿Se atisba en estos enunciados una cierta pretensión agnóstica o incluso gentil?

En todo caso las aprehensiones de Nietzsche acerca de la religión trascienden las fronteras del cristianismo y sus diferentes ramas. Por ello es que afirma que el Buda desarrolló su pensamiento “bajo el hechizo y la ilusión de la moral”.De Schopenhauer decía lo mismo, por cierto.

Para Nietzsche es el instinto de conservación el que provoca la ligereza y la falsedad en los hombres. Esto es muy importante, porque Nietzsche en realidad consideraba a la religión como un complejo proceso de relaciones entre los hombres, que establecía vínculos de diferentes índoles entre señores y súbditos, por ejemplo. Consideraba que la religión era una manera de calar en las conciencias de las masas, pero que al mismo tiempo podía brindar reposo y procurar calma. Para los hombres extraordinarios, la religión es una vía de superación y contemplación. Para los ordinarios, especie de vía de escape de los problemas comunes y un camino para brindar y obtener felicidad. Es de destacar el sentido notablemente humano e incluso ateo que Nietzsche revela en estas observaciones. No especifica en este capítulo 61 de la tercera parte, como sí lo hizo con anterioridad, en la probabilidad de una existencia superior desconocida. Es, en ese sentido, una formidable contradicción que solo acarrea consigo más interrogantes.

“El cristianismo ha sido hasta ahora la especie más funesta de auto presunción”. En esta frase parece descansar todo el sustento sentimental que Friedrich Nietzsche expresaba hacia el cristianismo sajón y el catolicismo latino. Si ello implicaba la creencia verdadera en un Dios superior, es cosa que no se resuelve con la lectura de “Más allá del bien y el mal”. Eso es un hecho.

III

En “Más allá del bien y el mal”, como en buena parte de su obra restante, Nietzsche pone en duda todo el ejercicio filosófico anterior en pos de encontrar el significado de la verdad, lo cual es una actitud muy a su estilo: ¡Iconoclasta! Para Nietzsche la verdad debiera encontrarse en el ser, en “lo no pasajero, en el Dios oculto”. Curiosa frase, por cierto, esa “El Dios oculto”, que no se antoja precisamente, aunque pudiera serlo, como la frase de un ateo. Todo el centro de la teoría gnóstica de Nietzsche reside en atesorar el concepto de “Verdad” como ente primordial, inviolable y misterioso, al que por su magnitud superlativa termina por otorgarle una denominación, ¿metafóricamente?, monumental. Dios como Verdad en términos fonológicos podría también significar Dios como concepto primigenio, pero con Nietzsche… ¿quién sabe?

Incluye en su crítica sobre las respuestas al significado de la verdad también a los metafísicos y a todos aquellos que han seguido corrientes de pensamiento orientalistas. Ya había señalado en este trabajo la observación nietzscheana a Buda de construir una entelequia filosófica “bajo el hechizo y la ilusión de la moral”.   Observación que se ampliaba hasta alcanzar a Schopenhauer, por cierto. Pero también acotaba que los místicos son más honestos y más torpes que los filósofos, porque aceptan de buen grado que sus conclusiones provienen de su inspiración y no de sistemas analíticos pretenciosos y falsos.

Se abalanza también sobre su mayor influencia, Schopenhauer, de quien heredó el concepto de la voluntad de vivir (su ‘voluntad del poder’) y sin poder (pienso yo) ser demasiado específico, critica su visión personal y subjetiva de la filosofía. ¡Pero es que bajo este axioma entonces todo pensamiento es criticable por inexacto! Y aunque Nietzsche, chafarote en la diestra, descabezó toda forma de raciocinio que le precedió, no deja esta de ser una postura relativista, que se pone en su propia contra, pues todo lo que enuncia aquí también es subjetivo y personal, aunque responda a observaciones presuntamente objetivas. Pero ¿todo análisis objetivo no se vuelve subjetivo al ser procesado por la conciencia? En todo caso, para Nietzsche, Schopenhauer era cándido. Lo acusaba de haberse apropiado de un prejuicio popular, el de la voluntad libre, y lo exageró, cosa común a todos los filósofos. Y es que la ponderación manifiesta molestaba al pensador alemán. Afirma que el hombre no puede vivir sin los juicios falsos, sin la mentira construida tras siglos de pensamiento. Y que aquella filosofía que esté dispuesta a revelarse contra esa nefasta tradición se encuentra más allá del bien y el mal.

A estas alturas me asalta la duda de si Nietzsche no es igual a los filósofos que critica. Sí, su espíritu es iconoclasta, es cierto, pero no ofrece respuestas de ninguna índole ¿Basta la pretensión de intentar averiguar de manera honesta lo que antes no se averiguó? Y sobre todo ¿intentó Nietzsche averiguar de manera honesta o solo fue poseído por el espíritu de la pretensión y la polémica? Me encanta, en todo caso, su desparpajo e irrespetuosidad hacia la tradición filosófica. Dice que, tras las revelaciones de los filósofos, que detrás de la lógica filosófica, se encuentran instintos y valoraciones, incluso, exigencias fisiológicas. Por eso sus postulados no son creíbles.

La enorme desventaja de los filósofos, según Nietzsche, es que para ellos nada es impersonal, sino que todo parte de su moral. Está claro, según él, que aquel que pretenda trabajar seriamente en la búsqueda de las verdades universales debe de abandonar sus instintos, su subjetividad por así decirlo, y otorga el beneficio de la duda a científicos esforzados y laboriosos, especie de espaldarazo al empirismo que quizás contraste con otras tesis enarboladas por él con anterioridad, donde coloca los sentimientos por encima de la ciencia. Y la pregunta que cabe aquí es ¿son los sentimientos instintivos?

En todo caso ¿Se puede atisbar allí el germen de la locura? ¿Locura genial en todo caso o simple bravuconería intelectual? ¿Era Nietzsche un sicario intelectual, presto a descabezar cualquier conato de pensamiento tradicionalista?

A pesar de todo ello, Nietzsche es optimista y dice que se avizora en el futuro una nueva generación de filósofos capaces de responder a esos misterios y cuestionamientos. Él, evidentemente, no se incluye entre ese “nuevo género de filósofos”. Es decir, para Nietzsche, la buena nueva no ha llegado. Su ilusión se equipara, según atisbo, al entusiasmo cristiano de la fe. A este nuevo género de filósofos los llama “tentadores”. Sospecha que al igual que sus predecesores, amarán la verdad y casi asegura que no serán dogmáticos, porque les repugnará que su verdad sea una verdad para cualquiera. Serán espíritus verdaderamente libres, que se elevarán por encima de todo lo conocido hasta entonces. ¿Serán los filósofos del súper hombre?

IV

Es difícil enmarcar hasta ahora a Nietzsche dentro de una determinada corriente filosófica. ¿Era racionalista como Descartes? ¡Pero si el mismo desconfiaba de la razón! ¿Empírico al estilo de Hume? Criticaba a los empiristas y a todos aquellos que privilegiaban las ciencias sobre los sentimientos. (Las ciencias no explican al hombre. Es el hombre quien las explica a ellas) Pero también anteponía los sentimientos a la razón y tenía una visión probablemente agnóstica sobre Dios. Solo podemos intuir, ante una fuerza tan atípica y descomunal, cuáles fantasmas atosigaban su conciencia, pero es sabido que un “demonio” salvaje no puede ser acorralado en una cuadra, como si de una bestia de carga se tratase.

Nietzsche afirma que el hecho de que la verdad sea más valiosa que la apariencia no es más que un prejuicio moral. Por ende, no sólo la verdad es importante, pues el mundo se ha construido en base a percepciones y apreciaciones. ¿Pero acaso la crítica a la filosofía occidental por parte de Nietzsche no parte de esa subjetivación de la verdad? En parte, pues en realidad lo que parece molestar a Nietzsche es que se determine como verdad única e irrebatible a los postulados subjetivos hechos por la filosofía. Es decir, imaginemos y propongamos, pero no establezcamos que nuestras observaciones son LA VERDAD, pues es deshonesto y malicioso hacerlo. Al mismo tiempo ¿no hay moralidad en estos postulados de Nietzsche? ¿No privilegia Nietzsche el concepto de la moral en el ejercicio de la filosofía, a pesar de sus ataques en contra de ella misma? ¿Qué entiende Nietzsche por moralidad? Para el pensador alemán, la búsqueda de la verdad es cosa difícil y debe de abordarse desde un ángulo menos humano, menos prejuiciado. Afirma que quien busque la verdad para hacer el bien, probablemente no encontrará nada. Este tratamiento de la verdad como concepto por parte de Nietzsche es sin dudas místico, cuasi religioso, agnóstico.

En la sección 5 de “Los prejuicios de los filósofos” arremete contra Kant, a quien califica como tieso y morigerado, a pesar de reconocer que fue el que inauguró el período de oro de la filosofía alemana, pero a quien termina conceptuando de poco serio y a quien considera que hay que tratar con indignación moral. También carga contra Spinoza a quien acusa de deshonesto. Para Nietzsche la filosofía ha sido pretenciosa y manipuladora, según puedo intuir. Privilegia, siempre en base a la honestidad, a los escépticos sobre los positivistas. A estos últimos los llama “filosofastros”. Dice graciosamente Nietzsche que la filosofía alemana adormece los sentidos.

Critica la inmortalidad del alma, a la cual llama “atomismo psíquico”, diciendo que no está contra de que se siga enarbolando ese concepto, pero que sí debe darse cabida a las teorías que promueven el concepto de arma mortal. Nietzsche, evidentemente, clama por la diversidad en un tema tan cardinal a la filosofía.

Es muy curioso como en este mismo capítulo de “Los prejuicios de los filósofos”, Nietzsche recuerda la animadversión de Epicuro en contra de Platón, debido a que “le molestaban los modales grandiosos” y cómo calificó a los de la academia como comediantes y poco auténticos, y sin embargo deja deslizar la posibilidad de que Epicuro fuera corroído por la envidia. ¿Pero es que acaso la posición de Epicuro no refleja probablemente la propia opinión de Nietzsche sobre Platón y la filosofía posterior?

Hace un paralelismo entre la filosofía de su tiempo y la de los estoicos griegos, que pretendían vivir según la naturaleza pero que lo que hacían al final era imponer sus visiones y conceptos sobre la propia naturaleza. Y es cierto, esa no es una manera honesta de intentar buscar y explicar las verdades. Según Nietzsche eran los estoicos sinceros pensadores que se engañaban a sí mismos, tal y como el resto de los filósofos que los siguieron. Es decir, en este punto Nietzsche autentifica las intenciones de la filosofía, les da un carácter primario de honestidad, pero… las desvaloriza por la manera en que se ejecutaban a priori. Es el intentar transformar la realidad circundante en vez de adaptarse a ella, es el intentar transformar la probable verdad en vez de ser transformados por ella. Una especie, a mi modo de ver, de psicopatía deductiva.

V

Para Nietzsche el instinto de auto conservación no es el instinto cardinal de los seres orgánicos (¿se refiere también a los animales?) sino la voluntad de poder, el dar rienda suelta a las fuerzas. Y afirma que el instinto de conservación es tan sólo una de las consecuencias indirectas de la voluntad de poder. A mí personalmente me parece esta una de las más controversiales observaciones del pensador alemán. No estoy convencido, aunque lo reconozco por observación diaria, de la superioridad del espíritu del hombre por sobre las fuerzas animales. Hay ciertas circunstancias extremas en que el raciocinio se ve superado, con amplitud, por los espíritus salvajes que acarreamos desde la propia concepción del hombre, sea cual sea su génesis. Debiera siempre acotarse la variable de la circunstancia.

A medida que “Más allá del bien y el mal” avanza en su discurso, Nietzsche va minando con agudísima contemplación ciencias, métodos y teorías. Como siempre, su afán parece ser escudriñar con espíritu crítico cada estamento formulado por los hombres.

Por ejemplo, consideraba que la física amparada en el mundo de los sentidos era promisoria, pero que sola por sí misma ya había dado muestras de interpretar y amañar el mundo. ¿Es esto, acaso, una contradicción en el pensamiento de Nietzsche, que por momentos parecía estar cercano al empirismo de Hume más que a cualquier otra cosa? Sólo está claro aquello que se deja ver y tocar es una máxima análoga al “nada ajeno a la realidad existe”. ¿Era el objetivo de Nietzsche ser contestatario y polémico, aunque para ello tuviera que elaborar opiniones encontradas?

También Nietzsche critica a la psicología por no haberse librado de los prejuicios morales, lo cual le impide llegar al fondo, bucear en la voluntad de poder, un concepto sin dudas cardinal en toda la filosofía nietzscheana. Sin embargo, reconoce el potencial de la Psicología y la proclama como la señora de las ciencias, pues es la que conduce a los problemas fundamentales. Yo comparto en gran medida esta observación. Diría aún más, diría que es la Psiquiatría el bastión del conocimiento humano, en conjunción con otras especialidades médicas como la Fisiología y la Anatomía neurológica. Pero sin dudas, son la psiquiatría y la psicología las encargadas de interpretar los hallazgos empíricos de la medicina y llevarlas a un nivel superior por mediación del análisis. En el caso de Nietzsche es cierto que critica la subjetividad de los análisis humanos, pero… ¿existe alguna otra alternativa? ¿O corresponde a una entidad superior, a un Dios responder todas las preguntas de los hombres? Tampoco podemos obviar el papel preponderante que Nietzsche otorga a los sentimientos sobre las ideas. Pero… ¿no son los sentimientos acaso subjetivos y moldeables? Sigo hallando un vacío y hasta una contradicción en estos postulados de Nietzsche.

Sobre la filosofía como ciencia, Nietzsche afirma que es más un corroborar que un descubrir. Afirma que los filósofos recorren una y otra vez a los caminos ya andados y que a ello puede llamársele método. “Es un atavismo del más alto rango”. Mi opinión es que solo las ciencias, incluyendo las nuevas tecnologías, son capaces de seguir impulsando hacia adelante el pensamiento filosófico a la luz de nuevos descubrimientos, a medida que el hombre va expandiendo sus límites de desarrollo y conocimiento. Critica denodadamente y una vez más la pretensión filosófica de considerarse dueña y defensora de la verdad. Aunque, ¡cuidado!, Nietzsche no relativiza la verdad, él establece la existencia de una. Pero me parece que es incapaz de reconocerla. Por ende, cree a los hombres incapaces de llegar a ella. Esto se me antoja como la construcción de un enunciado agnóstico, una especie de categorización socrática forzada de que no sabemos en realidad nada.

Abordando más estrechamente la trama de la moral, Nietzsche usa un término para referirse a la época prehistórica que me parece consecuente con los tiempos que vive el mundo hoy en día. Él llama a la prehistoria un “período pre moral, donde el imperativo ‘conócete a ti mismo’ era aún desconocido”. Para Nietzsche, que se consideraba a sí mismo un inmoral (en realidad Nietzsche hablaba sobre la superación y la auto superación de la moral), probablemente una época signada por el símbolo de la pre moralidad, que significaría una nula influencia de las religiones sobre el acaecer de los hombres, sería maravillosa. Y dice, con gracia, que el filósofo no debe ser sólo un hombre moral, que el filósofo tiene sobre todo el deber de desconfiar. ¡Nietzsche se halla, sin dudas, a años luz de la moralidad Kantiana!

 VI

El Nietzsche “político” ha sido obviado por la gran mayoría de los estudiosos, más allá de achacársele una dudosa influencia visceral sobre las ideas del nacional socialismo alemán de la primera mitad del siglo pasado. La realidad es que la lectura de “Más allá del bien y el mal” es una oportunidad excelente de redimir a este Nietzsche político y de categorizarlo como hombre agudo y perspicaz. Comienza, por ejemplo, en la obra de marras, apuntando algo muy interesante: Nietzsche afirma que en toda colectividad bien estructurada y feliz la clase gobernante se identifica con los éxitos de la colectividad. Pero si alguien pudiera intuir alguna loa a los comunitarismos por parte del pensador alemán, yerra. Su crítica a los socialismos es sagaz y demoledora cuando dice que aquellos que reclaman igualitarismo “no quieren salir responsables de nada, y aspiran, desde un auto desprecio íntimo, a poder echar su carga sobre cualquier cosa. Estos últimos, cuando escriben libros, suelen asumir hoy la defensa de los criminales; una especie de compasión socialista en su disfraz más agradable. Y de hecho, el fatalismo de los débiles de voluntad se embellece de modo sorprendente cuando sabe presentarse a sí mismo como la religión del sufrimiento humano”. Y retrata con maestría la génesis intelectual de las revoluciones proletarias cuando afirma que “Estos expulsados de la sociedad, estos perseguidos durante mucho tiempo, hostigados de manera perversa, acaban siempre convirtiéndose, aunque sea bajo la mascarada más espiritual, y tal vez sin que ellos mismos lo sepan, en refinados rencorosos y envenenadores, para no hablar de esa majadería que es la indignación moral”.

Dice que el peor de los gustos es el gusto por lo incondicional. Y prosigue su brillante crítica a los mesianismos, a los que somos tan dados los cubanos, diciendo que “la cólera y la veneración, que son cosas propias de la juventud, parecen no reposar hasta haber falseado tan a fondo a las personas y las cosas que les resulte imposible desahogarse en ellas”. Y prosigue “la juventud es ya de por sí una cosa inclinada a falsear y a engañar”.

Un episodio brillante de esta obra es cuando Nietzsche afirma que el concepto de “bien común” es una falacia y que se contradice a sí mismo, pues lo que es común siempre tiene poco valor.

A los profetas del socialismo los llama mentirosos y cínicos, pues “nadie miente tanto como el indignado” y “el cinismo es la única forma en que las almas vulgares rozan la honestidad”.

Es curioso constatar también que ante las variadas muestras de simpatía que profesa Nietzsche sobre la Ilustración, debido a aquello del anticlericalismo de la revolución francesa, antepusiera aquella definición de “farsa horrible y funesta” a la hora de clasificar al movimiento popular que tomó la bastilla. Es decir, no basta esa quizás admiración que siente Nietzsche por los filósofos de la Ilustración, pues reniega de la obra práctica cumbre que ellos establecieron. Es probable que debido a ello, y a pesar de las críticas, Nietzsche y su concepto de superhombre esté más cerca de Locke que de Rousseau. De allí su pretensión por destacar a la individualidad por encima de la aglomeración y la fanfarria. Hay un desprecio innegable en Nietzsche por el vulgo, por la masa, y una admiración implícita hacia el individualismo, hacia el hombre que no se doblega ante la opinión de la mayoría. Se me antoja una declaración de principios nietzscheana, un espaldarazo al individualismo a la par que una crítica a los socialismos y colectivismos. Y vuelve a desarrollar su teoría del superhombre cuando dice que “es cosa de muy pocos ser independientes, porque es un privilegio de los fuertes”.

En un alarde profético, critica Nietzsche duramente al buenismo, muy a tono con los tiempos que corren. Dice que no hay que legitimar a una doctrina solo porque haga felices o virtuosos a los hombres. Que los idealistas suelen hacerlo, pero andan errados. Que estos se entusiasman con lo bueno y lo bello y que “hacen nadar en un estanque todas las diversas especies de multicolores, burdas y bonachonas idealidades”. El mal también existe, parece decirnos Nietzsche. El moralismo suele obviarlo, pero existe.

Epílogo

Más allá del bien y el mal” se enmarca dentro del pensamiento seminal de Nietzsche: la crítica a las religiones organizadas (específicamente el cristianismo en todas sus variantes), el afán por promover el triunfo de la individualidad del hombre, la oposición a Hegel y al resto de la filosofía occidental… Y por encima de ello, de sus ideas básicas y medulares, ese sorprendente sentido profético que provoca que su pensamiento se encuentre hoy día más vigente, incluso, que cuando fue creado. Nietzsche posee el aura del pensador moderno. Esta obra, de una ferocidad poética tremenda y de un sentido iconoclástico notable, lo atestigua sin dubitaciones.

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