Por ACDV
Cuando Nietzsche, en el Prólogo de su obra Así habló Zaratustra, hace decir al profeta en su primer discurso al pueblo de la ciudad: «El ser humano es un cable tendido entre el animal y el superhombre, un cable sobre un abismo[…]», ¿no se escucha en esas palabras, entre otras voces, sobre todo la voz del biólogo que insiste en que aún no se ha pronunciado la última palabra sobre la evolución del Homo sapiens?
En esta obra Nietzsche da por sentado, como un hecho irrefutable, el colapso del antiquísimo reino de las monarquías, con sus cuatro milenios a cuestas. La situación psicopolítica en la que él desea ser útil como consejero de la procreación no solo está caracterizada por la frase «Dios ha muerto», sino también por la tesis: «El rey ha muerto». Pero mientras que al primer enunciado Nietzsche añade, de forma novedosa en su mensaje del loco, «Dios sigue muerto» -ya sea esta noticia mala o evangelio-, al segundo le acompaña, siguiendo una antigua ley ritual, la proclamación: «¡Viva el rey!».
Los reyes empíricos han dejado de causar impresión y siguen estando «arriba» solo en términos de protocolo y la esfera pública; sin embargo, la función del rey como un polo de atracción de lo que está claramente por encima y más allá, a pesar de su desaparición en la realidad, permanece intacta de forma imaginaria en muchos individuos y requiere una nueva interpretación.
La sustitución de los reyes por presidentes y otras personalidades prominentes no ofrece ninguna solución para esta tarea descrita. Regula el problema de manera superficial, sin siquiera darse cuenta de la necesidad de redefinir el «pre» de la presidencia y el «pro» de la prominencia.
Si deseamos seguir la ley, el ritual y proclamar, en las nuevas circunstancias, a un rey viviente, deberíamos buscar un candidato que no sea ni rey ni ser humano en el sentido convencional de la expresión. Y aquí solo viene al caso, un ser que, debido a sus características especiales, caería fuera del horizonte del ser humano común, una figura inhumana o transhumana en un grado suficiente como para satisfacer las exigencias extravagantes de la sucesión al trono.
¿De dónde obtiene Nietzsche su convicción de que el proceso de reproducción tiene menos valor que el de procreación ascendente? ¿Cuáles son las fuentes de su conocimiento sobre el significado de arriba y abajo en estos asuntos? ¿Cómo y mediante qué elementos puede una forma de vida o una manera de ser situarse por encima de otra en este ámbito?
¿De dónde surgen los criterios para juzgar el prefijo super? ¿Son inherentes a las propias relaciones o se introducen desde el exterior?
¿Por qué Nietzsche ya no considera que permanecer en el mismo nivel sea el grado más alto, como la mayoría de las personas de todas las épocas y culturas han reconocido tradicionalmente? ¿Qué fundamentos respaldan su convicción de que solo se puede afirmar y no es trivial seguir jugando con repeticiones cuando esto implica un ascenso de nivel?
¿Acaso Nietzsche no ha llevado a cabo una peligrosa transformación que lo aleja de sus propios inicios? ¿No se ha distanciado de Schopenhauer, el último pensador de la renuncia, para abrazar el campo de Darwin, el hábil pensador de la adaptación afirmativa?
¿No ha desarrollado incluso la idea de una vida triunfante a través de la adaptación, llegando a la doctrina aún más peligrosa de un triunfo de la vida mediante la conquista, situando esta inversión del sentido de la adaptación en la línea de un concepto exacerbado de poder, fusionado con lo biológico y elevado a un grado metabiológico?
Después de todo, con su propagación del Übermensch, Nietzsche no hace más que asegurarse la posibilidad de tensar nuevas cuerdas sobre las mentes de los espectadores, que hagan que valga la pena alzar la mirada. El üben («por encima», «sobre», «súper») implicaría aquí esa dimensión de la mirada dirigida hacia arriba. El Mensch del Über es el artista que atrae las miradas hacia donde él actúa. Para él, existir significaría estar allí arriba.
El uso del prefijo über en Übermensch se refiere exclusivamente, en primer lugar, a la altura a la que se ha tensado el alambre del funámbulo sobre las cabezas de los espectadores. Creo que no nos alejamos demasiado de las ideas de Nietzsche al reconocer que detrás de la máscara romántica de su pensamiento, que hemos citado en numerosas ocasiones, se esconde nada más que una fantasía de prominencia. Entendemos por prominente aquello que merece ser visto, y aún discutiremos los criterios que lo determinan.
Si admitimos una primera referencia a los posibles significados de la palabra Übermensch como estímulo, se podría visualizar la imagen de un ser vivo que se somete a un entrenamiento continuo y realiza adaptaciones improbables en su propio cuerpo. Un individuo así, que se acerca más a la animalidad debido a la dimensión física de su arte, y que se encuentra más próximo a lo extrahumano debido a su desapego de la esfera cotidiana y la constante exposición a peligros profesionales.
¿Qué significado se encuentra implícito y con qué propósito nos impulsa considerar la vida como un ejercicio? ¿En qué sentido podemos distinguir entre horizontalidad y verticalidad? ¿Se refiere a la transmisión de los padres a los hijos o a la graduación general entre los diferentes niveles de práctica vital?
En la interpretación pedagógica, atlética, acrobática o artística, es decir, en cualquier tipo de interpretación mediada, en última instancia, por lo simbólico o lo cultural de los términos arriba y súper, se aborda claramente un segundo significado del espacio que se superpone a las direcciones primarias del espacio físico y geográfico.
Ambos sentidos del espacio tienen la misma antigüedad en su desarrollo, e incluso no se puede descartar que el segundo significado del espacio, al que nos referimos aquí, merezca una posición prioritaria, al menos desde la perspectiva de la psicología del desarrollo. La razón de esto no es mística: todo niño experimenta, en su relación con su madre, un sentido pre-simbólico y supra espacial de arriba, hacia donde dirige su mirada antes de aprender a caminar.
Sin embargo, el niño no puede invertir de la misma manera la situación polarizada vivida con los padres allá arriba y él mismo abajo. Permanece en ese plano experiencial -si excluimos las desregulaciones psicóticas- posiblemente hasta una edad en la que físicamente hace mucho tiempo que supera en altura a sus progenitores.
A partir de esa mirada hacia arriba de los niños, hacia los padres y los adultos en general, y especialmente hacia los héroes culturales y los transmisores del conocimiento, se desarrolla un sistema psicosemántico de coordenadas con una marcada verticalidad. Casi podríamos decir que el mundo de la primera psique es monárquico.
Quienes se balancean en el alambre en las alturas viven para brindar a los espectadores un motivo para mirar hacia arriba. Nadie miraría hacia arriba si no hubiera allí atractores efectivos: el riesgo que constantemente acecha al artista, la valentía que lo salva en cada paso, la superación de lo imposible al caminar como un vencedor, con el abismo a su derecha y a su izquierda, tal como lo haría una persona común al ir desde la puerta de su casa hacia su cómodo salón.
La diferencia técnica entre el artista que se encuentra en lo alto y sobresale, ya sea sobre un alambre tensado, por escalones o sobre alfombras rojas, es meramente superficial. Lo que realmente importa es la posición del artista, donde se concentra su destreza, adquirida a través de rigurosos entrenamientos, y su exposición total a la visibilidad.
En este punto surge la objeción de que, según Nietzsche, el artista es ante todo un evolucionista e incluso un biologicista de la peor especie, lo cual ejemplifica la traición fatal de su época: la renuncia al mundo espiritual en nombre de un naturalismo exagerado.