Totalitarismo socialista*

*Fragmento del capítulo 4, Segunda Parte, Sobre el Castrismo del libro

Totalitarismo en Cuba: Castrismo Cultural y el último hombre,

Ediciones Exodus, segunda Edición, 2022. Primera edición, 2015, Neo Club Ediciones.  

En las páginas del libro «Los orígenes del totalitarismo», tejido por la pluma magistral de Hannah Arendt, se traza una senda de conocimiento que se entrelaza con la dialéctica del amo y el esclavo. Un enigma que desvela cómo el totalitarismo, en su más oscuro despliegue, halla sus cimientos en tres imponentes pilares: señorío, castigo y prerrogativa.

Un escenario distinto, el de la isla de Cuba, nos envuelve con sus más de cinco décadas de dominio y represión, tiñendo con tonos sombríos las aspiraciones que Arendt concibió. Las gradaciones a las que en su momento aludió se tornan ahora insuficientes ante el vasto tapiz de posibilidades que una sociedad en evolución ha desplegado. Un mágico viraje que condujo de lo político a lo cultural, forjando una gradación insólita, una suerte de disciplina y orden que ha tejido los hilos de una realidad sui generis. En el crisol del presente, Cuba avanza por su propio camino totalitario, destilando una forma única de práctica y rendimiento que trasciende las fronteras de la política y la represión. Así, si en los albores de la Revolución (1959-1970) el régimen decidía tejer la tela social con hilos de poder y represión, hoy emergen pruebas fehacientes de que la esencia misma de la sociedad cubana ha mutado en una orden cultural de naturaleza totalitaria.

Mas, ¿de qué provecho es sumergirse en las páginas de «Los orígenes del totalitarismo«, cuyo manantial ha nutrido el pensamiento de historiadores, politólogos y ensayistas en su intento de descifrar el enigma de la «Revolución Cubana» o el transitar del totalitarismo en sus entrañas? Siempre que nos aventuramos por la ruta de estas premisas -poder, represión y privilegio- los resultados a los que arribamos son:

  1. Un mosaico de la evolución de un régimen, trazado según las características preconcebidas, desde su naturaleza revolucionaria hacia el peldaño totalitario.
  2. Una dependencia que encadena a todos, unido por los hilos de los privilegios del Estado.
  3. La sociedad, un peregrino acordeón, fluctuando entre notas de represión que dirigen su danza.

Y así, en esta danza de palabras, nuestra gramática se convierte en un tejer de retóricas repetitivas, enmarañadas en un callejón de sinuosas bifurcaciones. El fenómeno de la «Revolución Cubana» que esculpen las palabras de tantos, está imbuido con el mismo tono y abrazado por una postura metodológica y epistémica inalterable. Son obras que se alzan como voces que claman, pero no transitan más allá del umbral de la denuncia, incapaces de adentrarse en las sinuosas sombras de la transformación cultural enraizada en el germen del totalitarismo.

Un ejemplo descarnado surge al escuchar los discursos de Fidel Castro, en los que el eco de un poderío absoluto se entrelaza con la sumisión ineludible. No obstante, tras esta cortina de aparentes claroscuros, yace la fenomenología de una verdad, aquella en la que el pueblo mismo, cual artífice, talla los muros del totalitarismo en Cuba. No es solo el poder y el dominio los pilares que sostienen esta entidad, sino el rendimiento al que, como hojas al viento, se ven sometidos pueblo y cultura. Y en medio de esta sinfonía de ideas, surge una metáfora que encapsula la esencia: «El deporte, un sagrado derecho del pueblo».

En la íntima tela de la realidad cubana, se esconde un derecho que ha sido desdeñado, no por carecer de base jurídica, sino por su cuna en lo cultural. Un derecho sutil y latente, el derecho a la eficiencia, al rendimiento y a la práctica. Hemos demostrado nuestra eficacia en empresas conjuntas, pero lo hacemos desde la óptica de la acusación. Señalamos con dedos acusadores al Estado, mas no nos señalamos a nosotros mismos. Y en este juego de poderes y destrezas, el totalitarismo en Cuba se desliza de las garras del mando, para recaer en las manos de un riguroso y eficiente disciplinamiento del pueblo. Un totalitarismo que, en su ser más auténtico, reside en las habilidades y aptitudes que el pueblo ha cosechado a lo largo de los años. Son estas las mismas prácticas que esquivan los ojos escrutadores de los estudiosos, un misterio oculto en la bruma de la comprensión.

En este contexto profundo, el disciplinamiento no se nutre de imposiciones rígidas. Más bien, se erige como una norma tejida en el entramado institucional y social, donde los individuos se pliegan al compás del rendimiento y la labor según las pautas delineadas en el orden y el espacio prescritos. Para ejemplificar esta noción, cabe mencionar la Orden Religiosa del Palo Monte en Cuba, de la cual expuse con anterioridad, cuyo alcance puede extenderse hacia otras manifestaciones, desde la disciplina impuesta por el INDER hasta la ANAP y las ONGs. La UNEAC, por su parte, emana como un ejemplo totalitario, donde los miembros enclaustrados se adhieren a una gramática concreta, siguiendo la directriz establecida. Cada intelectual perteneciente a la UNEAC ostenta el derecho de inmiscuirse en actividades deportivas y de moldear su identidad en consonancia con la norma, trascendiendo el papel meramente ejecutivo para trazarse una senda hacia lo que son o anhelan ser. Este viaje implica la construcción de una vida y diseño arraigados en la lógica intelectual, cuya manifestación se plasma en prácticas y ejercicios escrupulosamente delimitados (siempre dentro de las confines de la norma).

En el universo de la cultura totalitaria cubana, la UNEAC irrumpe como una pieza paradigmática, un arquetipo de orden. Esta dinámica puede extenderse a incontables instancias, abarcando un vasto espectro de órdenes y disciplinamientos erigidos.

En esencia, el Estado introduce las directrices, y los miembros las abrazan, a veces hasta alcanzar un grado de independencia notable: asumen el manto del Estado en el complejo entramado del poder. Aunque carezca del espacio preciso para sumergirme en reflexiones que se desplegarán en el futuro, es imperativo reconocer que todos los esfuerzos por institucionalizar en Cuba, en tanto reflejo de la estructura social y cultural, hunden sus raíces en una orden y un disciplinamiento que, dada la impronta del totalitarismo, se ven compelidos a plegarse y evolucionar. Sin embargo, estas formas aún no han sido analizadas desde una perspectiva teórica, y la comprensión de la ascesis inherente al totalitarismo en Cuba aún yace en proceso de forja.

En el ámbito de la filosofía política, surgen dos enfoques básicos (esquemáticos) para desentrañar los misterios del totalitarismo: el «fenomenológico», de índole descriptiva, y el «esencialista», arraigado en un epicentro o punto de partida. Dentro del «fenomenológico descriptivo», la tesis más célebre esgrime que se trata de una estructura definida por una amalgama de características, entre las cuales se erigen:

  1. Discurso (ideología) oficial.
  2. Control de los medios de información.
  3. Concentración y centralización económica bajo la tutela estatal.
  4. Instrumentación de la violencia y el terror a través de aparatos represivos.
  5. Creación de un enemigo ficticio.
  6. Emergencia de un partido político único como maestro de masas.

El enfoque «esencialista», aunque preserva su naturaleza descriptiva, gravita en torno al «terror» como sustancia esencial del totalitarismo. Sin embargo, se vislumbra una tercera perspectiva que se escapa de los moldes de la filosofía política. La falta de reconocimiento de esta perspectiva ha desembocado en una catástrofe política, suscitando una comprensión fragmentada del totalitarismo, un fenómeno paralelo a la clásica metafísica cósmica de tiempos pretéritos.

Aquellos que aborden la novela «Paradiso» de Lezama Lima desde esta perspectiva hallarán un cuadro sobre cómo el ser humano transmuta en un ser totalitario, donde la individualidad y la existencia misma se funden en una totalidad totalitaria. Ser totalitario en esta nueva era implica visualizar el mundo como un todo unitario y exclusivo. Para reformular la cuestión: ¿Cómo y por qué el ser humano abraza el totalitarismo? Las descripciones generales conferidas por la filosofía política, a las cuales nos hallamos habituados a reciclar, quedan desprovistas de alcance. En este sentido, el dilema lo explicita Nietzsche desde los fundamentos de la ascetología general. El totalitarismo se erige como una ascesis en la labor humana. Se asemeja a indagar cómo y por qué Fidel Castro evolucionó en un ser totalitario.

La trascendencia no reposa en las descripciones preconcebidas, sino en la imagen que el individuo acoge de la totalidad. Si esta totalidad se comparte, se despoja de su carácter totalitario; en cambio, si se torna absoluta, adquiere forma de discurso oficial, la única voz que abarca la totalidad de la esfera. La imagen del mundo preludia a las descripciones. Lamentablemente, Cuba habita en un estado de inconsciencia bajo el dominio de la imagen del «Ese sol del mundo moral«. Como resultado, la concepción de la particularidad del mundo permanece ajena en suelo cubano. Por naturaleza cultural, gravitamos hacia el totalitarismo. Este enigma yace en la raíz de lo que denominamos la «Cuba profunda«. Hasta el momento, ningún proyecto de investigación sociocultural ha abordado tal enigma.

Iniciemos este viaje escudriñando al ser humano, su existencia y la imagen que ha forjado de sí mismo en relación con su entorno. Desde allí, emergen las raíces de una historicidad y continuidad, trazando el sendero que conduce a comprender cuáles hábitos y costumbres colaboraron en la construcción de una imagen de absoluta magnitud.

¿Cuáles son los ideales del totalitarismo en Cuba? Estos residen en una práctica arraigada desde los días de las prefecturas o campamentos mambises: «Morir por la patria es vivir». Esta imagen, considerada una práctica inamovible, permea a cada rincón de la isla. Nos engloba y nos sobrepasa. Aunque no lo confesemos con palabras, hemos erigido esta imagen como el propósito primordial de nuestra existencia. Enclavados en una cosmovisión totalitaria, vivimos y palpamos sus matices. Desde Heredia hasta Céspedes, de Martí a Varona, de José Antonio a Fidel Castro, estos individuos ejercen como los artífices de la ascetología totalitaria cubana.

Continuará…

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