The Passion of the Christ

Por: Rafael Piñeiro López

¿Qué sería de Caifás, el anciano rector judío, o de Herodes, el pequeño rey epicúreo, o de Poncio Pilatos, aquel oscuro gobernador romano que vegetaba en los confines del imperio? De no haber sido por el Nuevo Testamento, esa obra cumbre de la literatura, jamás habríamos de recordarles. De no haber sido por Jesús, un nombre mencionado por Josefo, una sombra en la ya oscura historia repleta de sombras de aquella Judea tan lejana, se habrían volatilizado como una inocua gota de saliva en medio del desierto más estéril.

The Passion of the Christ es solo otra muestra de esto que me atrevo a confesarles. Habría sido formidable que Mel Gibson narrara la historia previa al sufrimiento, que es el alimento del cual se nutren las religiones cristianas y que aplacara la traición y los enjuiciamientos, la tortura, para mostrarnos al hombre que vagaba como Virula el loco por las arenas de Midbar Yehuda, antes de su aparición esa fatídica noche en los contornos de Gath-Šmânê, recitando aquellas cosas tan extrañas y aún incomprensibles. Pero Gibson, sabedor de que la fe se construye con base en la empatía, carga la mano sobre la sangre y el horror; el horror de la chusma clamando paredón y muerte. ¿Acaso no es una historia que se repite siempre?

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