Tensión y literatura (la angustia del ser literario entre la creación y la creatividad)

Por: Galán Madruga

En su novela Hacia el horizonte (Editorial Letras Cubanas, 2007), el narrador y ensayista Joel James dice que «la razón de ser del horizonte es no ser alcanzado jamás».  Y tiene razón, porque el horizonte, la esperanza, el futuro, el paraíso y todo lo que la imaginación pueda crear por delante de uno mismo, nunca será atrapado y vivido realmente.

El horizonte llega a través de la   ficción de la vida, lo cual no es verdad. El horizonte entonces evoca un truco, del que parte la imaginación para salvar al hombre de la tensión, la angustia y el sinsentido de su vida. El horizonte es sólo un testimonio de la brecha que se abre entre la creación y la creatividad. Y mientras el horizonte exista para el hombre, mientras quede una distancia entre lo que es y lo que desea ser, no habrá vida para él.

La imaginación en función de la creación se abre al horizonte acercándose a la muerte; la creatividad, la imaginación a través del presente resulta constructiva a la merced de la vida misma. Cuando en literatura el escritor se cierne sobre el horizonte, cuyo objetivo es primordial, acaba matando la vida. Cuando en Paradiso, obra de Lezama Lima, la realización de Cemí se posterga en el futuro, en el mañana, se abre el camino de la angustia. Y esta angustia será perseguida después por los que serán sus epígonos. La tradición literaria es un resultado de esa separación que nunca se logra colmar.

El escritor en su naturaleza humana se halla en esa encrucijada, entre la creación y la creatividad pende una espada de Damocles. Creación equivale a tensión y sufrimiento; creatividad implica relajación, salud. Estos dos términos deben ser entendidos en profundidad porque nunca se encuentran. Por eso la poesía (el contenido poético) tiene dos dimensiones intransmisibles que se logra mediante la imaginación: la «creación» y la «creatividad». Ambas grandezas, en el argot literario, aparentan indicar lo mismo, se mezclan con facilidad y familiaridad, pero el uso que se les da a ellas es arbitrario respecto a la «existencia».

Para la existencia estas dos palabras nunca significarán lo mismo; no advienen en una misma dimensión de la realidad, sino en dos. De modo que la «creación poética» no será la misma en la forma y el contenido, en que florece la poesía, en el estado de «creatividad poética». La creación de algo (a no ser que sea la vida), siquiera la de un personaje literario, será un florecimiento en sí mismo. Algo debe florecer, pero no en el terreno de la literatura y la escritura.

Los poetas y narradores viven, por ende, en una tensión perenne. Su mirada siempre concentrada en el futuro crea la separación, la ansiedad. Por lo general cuando se escribe (poema, novela, cuento, ensayo) aparece la tensión, debido a que la escritura es un modo muy natural de separarse de la realidad. Entre el escritor y lo que se escribe existirá un espacio, distancia y, por ende, tensión. En la danza, el baile y el bailador la separación no existe. Entre el bailarín y el baile no hay separación, entonces no hay tensión.

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¿Qué significa tensión? Que el escritor siempre anhela el futuro. Proyectando la imaginación hacia el futuro, va creando el horizonte. La literatura avanza en esa dirección. Por eso, como bien ha señalado Harold Bloom, existe la «ansiedad de las influencias». Cuando José Martí me influye alcanzándolo voy a creando un «horizonte» para mí, abre la tensión sobre mí. Ha creado una imagen, una ficción, sobre lo que será el futuro luminoso. ¡Ha creado algo sin sustancia en mí! Entonces debo seguir en esa creación de ficciones. Es así como se crean las generaciones y tradiciones literarias. Este es un punto sin retorno, frenético, que la literatura ha creado para sobrevivir a su existencia.

De hecho, es inimaginable tener libertad de crear en el presente, es decir, crear lo que vivimos ahora conscientemente. ¡Es imposible! Quien lo logre, cosa bien difícil, habrá entrado de lleno en la creatividad. Habrá dejado atrás la imagen del «horizonte», en tanto daño nos hace en los días que corren. Dejará de creer en el «eros de la lejanía».

Con la creación, el sujeto imaginativo permanece ahí. Dice: «Yo soy el creador». Con la creatividad el sujeto desaparece de la escena: «Sólo queda lo creado». Incluso intentar decir que el sujeto ha desaparecido de la escena no equivale a vivir la creatividad. El asunto es bien complicado y habrá de entenderse adecuadamente, porque en muchos textos la concepción sobre la creación suele confundirse con la creatividad. Es decir, la creatividad no es un florecimiento en sí mismo si lo miramos desde el esfuerzo del ego.

La creación nace de la voluntad de poder, de los instintos, de la imperiosa necesidad del futuro. La creación contiene la imaginación por el futuro. El «poeta» vive mediante el horizonte; mientras, por el contrario, el «poeta en actos» trata de vivir en la experiencia, tal y como van sucediendo ahora mismo. El sujeto se ha ido, y en su lugar queda la poesía. En su lugar va quedando la diversión.

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