Por KuKalambé
Se trata, o eso afirma el manuscrito, fechado enero 2018, que he tenido delante, de una novela inédita de Armando de Armas cuya extensión ronda las ciento cincuenta cuartillas y que lleva el título Un ruido como de vidrios rotos al pisar. Todo ocurre dentro de un tren que va de Nueva York a Miami y que avanza de un modo que apenas se percibe, un avance que no se corresponde con la idea habitual de desplazamiento sino con una deriva menos tangible, una especie de movimiento interior que se expresa en las oscilaciones de la conciencia del narrador. El viaje parece largo y también detenido, lo que produce esa incertidumbre en que uno no sabe si de verdad avanza o si la propia mente frena lo que la máquina impulsa hacia adelante.
Lo primero que sorprende en esta novela es la voz narrativa, una voz que relata y al mismo tiempo examina lo relatado, una voz que parece no fiarse del todo de sus recuerdos. Esa sospecha no se declara en ningún momento, emerge entre líneas, en la manera elusiva en que el narrador va acomodando lo que dice respecto a lo que siente y lo que evita transmitir plenamente. El narrador parte en ese tren acompañado por su mujer y sus hijos menores, que duerme en un sueño profundo del que no parece tener deseo de salir, mientras él recibe mensajes cada vez más insistentes de una amante cubana que le reclama atención y presencia. La escena, que en cualquier otra novela podría volverse trivial, aquí se carga de un aire inquietante porque el narrador decide apagar el teléfono no por indiferencia sino por saturación, por la sospecha íntima de que hay reclamos que no podrán responderse sin generar un conflicto mayor que el que ya existe.
Una de las capas más logradas de este manuscrito consiste en mostrar un presente que oscila entre la culpa y el alivio. El narrador viene de presenciar dos hechos que han ocurrido casi sin transición, su hijo mayor ha sido condenado y su hija menor ha recibido un premio de gimnasia rítmica. Esa sucesión de hechos contrarios, unidos por una proximidad temporal que resulta casi cruel, se convierte en el eje emocional del viaje. El narrador intenta comprender la naturaleza contradictoria de la vida, una vida que premia y castiga con la misma impasibilidad. El texto sugiere que quizá no haya triunfos ni derrotas definitivas, que lo ocurrido a su hijo no es únicamente una caída y que lo ocurrido a su hija no es únicamente un ascenso, que ambas escenas forman un mismo tejido y que sólo vistas desde cierta distancia pueden adquirir un sentido que ahora se escapa.
La novela adquiere una tonalidad onírica sin recurrir al artificio del sueño declarado. Lo onírico nace del ritmo del tren, del discurso del narrador, de la manera en que el pasado regresa y se mezcla con el presente. Se tiene la impresión de que el viaje no pertenece del todo al ámbito físico, sino a una zona donde la memoria se expande y se contrae, donde una mujer perdida en un matrimonio anterior reaparece para determinar un destino posterior, donde la llegada inesperada de una alemana a la puerta del narrador cambia su vida sin aviso alguno. Las mujeres que han pasado por su historia no aparecen como figuras anecdóticas sino como señales que influyen en la dirección que él va tomando. Esto podría percibirse como autoindulgencia del narrador, pero está tan bien tramado que termina formando parte de la atmósfera general del relato, un relato que nunca declara que todo obedece a un designio superior y que, sin embargo, deja entrever que el narrador lo cree por momentos.
También asoma en la trama la pertenencia del protagonista a una organización llamada Liga Norte, cuya naturaleza no se define por completo. La novela insinúa más de lo que explica, lo cual es un acierto, porque esta falta deliberada de claridad evita cualquier lectura literal y preserva la ambigüedad ética y emocional del personaje. La Liga Norte se convierte en una presencia que pesa sobre las decisiones del narrador, aunque él mismo nunca llega a explicitar la profundidad de ese vínculo. Esta reticencia no es un defecto sino una marca del manuscrito, que opta por el misterio en lugar de la transparencia.
Uno avanza por estas páginas con la sensación de que todo está atravesado por una revelación que el narrador intuye pero no alcanza a formular. La llegada inesperada de la alemana a su puerta en otra vida anterior, la perjura que lo abandona por un finlandés, los hijos que prosperan o caen, las mujeres que reclaman o se marchan, la presión invisible de la Liga Norte, el ser nórdico y la misión Cuba, el tren que atraviesa la planicie de Florida con un movimiento que parece no obedecer a la física. Todo eso contribuye a la sensación de que la novela transcurre en un territorio que no pertenece por completo a la vigilia. Lo onírico se extiende en la prosa sin declararse, de la misma manera en que los sueños se cuelan en nuestras horas despiertas sin pedir permiso.
Un ruido como de vidrios rotos al pisar deja la impresión de haber sido escrita en un estado intermedio entre la lucidez y la penumbra. Esa cualidad, tan difícil de sostener sin caer en confusión, está lograda aquí con precisión. El narrador se pregunta sin formular la pregunta, se contradice sin admitir la contradicción y avanza hacia un destino que siente inevitable. La novela termina siendo la crónica de un viaje que acaso no se hizo para llegar, sino para revelarle al protagonista aquello que llevaba años evitando admitir.
El manuscrito, será editado y publicado en el año entrante de 2026.