Por Genovevo Griñán
Casi dos décadas después de la insidia orquestada por los malhechores comisarios culturales cubanos, por fin la oscuridad se hizo Luz. Lezama Lima, artífice de Paradiso, sufría el asecho de los ideólogos y los comisarios cubiches con pavor.
Su obra cumbre permaneció en el ostracismo, caracterizada por ser oscura, críptica, anti-cubana. Sin embargo, la publicidad negativa le valió a la postre la redención autoral, porque los pocos fieles seguidores y avezados se acercaron a su obra no como lectores, sino como simples oyentes. Un alpiste de musicología. Es decir, una suerte, para decirlo con Heidegger, de poética musical del ser.
Paradiso ya no exige más lectores, ahora necesita una comunidad de oyentes, melodía y músicos ilustrados. Lamentablemente, la Casa musical de Lezama, que reclamaba también una teología para la resurrección, sigue ocupada de malos lectores, impedidos, desde luego, para oír el susurro de la «melodía de la oscuridad».
Recientemente, un biólogo convertido en filósofo le reprochaba un mal español y una lógica no entendible a un usuario lector. No malinterpreten al biólogo, «la oscuridad» del usuario lector, al igual que las fenomenologías intelectuales astrales, también son musicales y necesitan de oyentes.
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