Como he agotado mi fascinación por el sabor y el peso de las palabras, dispuesto a mirar más lo que no parece objeto, y a escuchar menos lo que convoca a las multitudes, me quedo ahora con un simple sedal, y el agua ensimismada que nunca regalará su cifra. No es el cansancio que auguraban mis libros furtivos, no es capitular a la sombra de las torres sin razón ni honra, acaso el entendimiento de que somos la mitad de otra estela, el doble reflejo que nadie descubre en el principio de cada cosa. La marca que llevo, esos dos círculos que se entrecruzan, recoge mi esencia vertida en otra. Hasta aquí me trajeron los esquemas, contra el muro, junto al cerco tendido desde antes. Es aquí donde el viento todo dispersa y resalta la sensualidad del oro, de los surcos y el follaje, del idioma incomprensible.

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