Por Coloso de Rodas
Por su orientación fundamental, la obra de Saint-Exupéry se distingue de toda su época; por sus formulaciones explícitas, parece fundirse con ella. Las posiciones fundamentales se expresan en términos que son de la época, pero en un contexto que las aleja de ella. Cuando parece querer fijar sus posiciones de manera definitiva y categórica, cuando intenta establecer a nivel universal una experiencia vivida que acaba de describir, Saint-Exupéry recurre a términos extraídos de una sistemática que no se ajusta a la estructura fundamental de su obra.
Habla del Hombre (con mayúscula), de Dios; opone el Espíritu (de nuevo con mayúscula) a la inteligencia, alaba los méritos del Sacrificio y la coacción, y es apologista de la Hermandad. Es la presencia en su obra de estos términos gastados, marcados por el pensamiento tradicionalista, lo que ha permitido a muchos comentaristas presentar la imagen de Saint-Exupéry defensor de los valores establecidos y absolutos. Sin embargo, lo que estos términos intentan torpemente resumir y universalizar es una experiencia concreta que Saint-Exupéry se propuso describir en sus términos más personales. Veamos, por ejemplo, el desfase entre el relato de Piloto de guerra y el credo final, que en su formulación abstracta parece no tener justificación, y que además ha dado lugar a tantas interpretaciones.
Veamos de nuevo el final de Tierra de hombres: «Sólo el Espíritu, si sopla sobre la arcilla, puede crear al Hombre». En el contexto de la obra, es bastante evidente que todos estos términos están cargados de un valor existencial propio. Pero en el clima en el que se reciben, a menudo se convierten en una confirmación de los Valores asegurados, la Verdad, el Hombre, Dios… que son propiedad del racionalismo burgués. Antes de la guerra, las obras de Saint-Exupéry se presentaban con un cierto acento de novedad, de autenticidad existencial.
Pero después de la guerra, cuando muchos sintieron la necesidad de defenderse de las nuevas tendencias de la literatura y el pensamiento, en particular del existencialismo o de lo que se pretendía que fuera el existencialismo, Saint-Exupéry fue visto como un optimista, como una confirmación del pensamiento tradicional, justificada únicamente por la ambigüedad de los términos abstractos que utilizaba en los momentos álgidos de su obra. Y en este sentido estos pasajes de su obra son los menos ciertos. Muchos críticos ya han señalado que cuando Saint-Exupéry se acerca al plano de la filosofía, su pensamiento se vuelve vago, abstracto, incluso incoherente.
La verdad de su posición reside más bien en su enfoque, en la meditación inscrita en el corazón de la existencia. Y el significado de los conceptos abstractos se expresa con mucha más verdad en las imágenes que, a lo largo de la obra, expresan en la abundante riqueza del símbolo lo que la burguesía tiene que ofrecer. Utilizamos aquí el término burgués con el mismo espíritu que Claude-Edmonde Magny en su Histoire du roman français: «Si el reproche de pasividad se dirige menos al pueblo o a la aristocracia que a la burguesía, es porque ésta, en Francia, entre las dos guerras, se le confió de hecho el cuidado de los valores y las artes, y que ha llevado en su gestión el espíritu que ya prevalecía en el resto de su administración».
Saint-Exupéry sólo logra su expresión exacta en lo universal concreto. Al igual que Saint-Exupéry dijo de ciertos enunciados que son incoherentes «fuera de una filosofía general de la civilización», sus propios enunciados, fuera de su jerga literaria y de su estructura conceptual global, son incoherentes. Por ello, cada uno de los términos debe insertarse en el universo de la experiencia y de las imágenes que le dan su significado existencial único.
Cuando quería expresar su actitud ante el conocimiento o la angustia, Saint-Exupéry sólo tenía que recurrir a su propia experiencia personal: las situaciones descritas proporcionaban el contexto concreto de lo que intentaba decir. Si describe su angustia antes de la huida a Arras o el absurdo de una misión de guerra o su estado de ánimo cuando se enfrenta a la muerte, el carácter de su angustia se revela inmediatamente al recoger y seguir sus relatos y descripciones con bastante atención. Suelen tener un carácter casi fenomenológico, ya que relatan auténticas experiencias desde el interior, tratando de captar todo su significado.
El mismo proceso se aplica al problema del conocimiento. Saint-Exupéry se limita a describir las experiencias y a expresar su significado inmediato, salvo la noción de verdad, que en realidad pertenece más bien al concepto de sujeto. El conocimiento en su trabajo es siempre activo. Los paisajes sólo aparecen en un contexto dinámico y sólo se describen en relación con actividades concretas. La geografía es la geografía del proyecto. Crítica al conocimiento adquieren su verdadero significado en situaciones concretas, como la del personaje de Courrier Sud que prepara su primer vuelo. Todas las discusiones sobre el conocimiento, forman parte de la dialéctica de la acción y el devenir en la obra, y el significado de las descripciones concretas emerge más o menos constantemente en relación con el eje fundamental.
En cuanto Saint-Exupéry intentó derivar un principio epistemológico universal a partir de su experiencia y descripciones de carácter fenomenológico, las dificultades se hicieron más numerosas. Antes le bastaba con situarse en su experiencia y describirla de la forma más completa posible. Pero si intentaba situar su experiencia en un nivel metafísico, se encontraba con que utilizaba términos abstractos que, además, ya habían sido movilizados por el racionalismo o por las filosofías tradicionales.
Es evidente, pues, que Saint-Exupéry utiliza términos que ya no corresponden a los significados contenidos en la fenomenología y en los relatos de sus experiencias. Así, se refiere al concepto de verdad, contrapone la inteligencia al Espíritu y enfrenta la ciencia a la Sabiduría. Sin embargo, está claro que estos términos no tienen en su obra el mismo significado que en el pensamiento filosófico tradicional, que suele reservarlos para su propio uso. Por otra parte, en su época, estos términos estaban contaminados por el espíritu racionalista.
Esto explica en parte por qué parecían tan ambiguos en la obra de Saint-Exupéry. Lo que entra en juego en el plano de los problemas del conocimiento es aún más cierto cuando se trata de la concepción que Saint-Exupéry tiene del hombre o de las relaciones interpersonales. La visión de Saint-Exupéry es fundamentalmente «activa» y, con el problema del hombre, toca la línea de fuerza de toda su orientación.
Sin embargo, para expresar su concepción del ser-en-el-futuro, del ser a través de la acción, a nivel universal, Saint-Exupéry sólo disponía del lenguaje de la tradición esencialista y racionalista. Si vio las dificultades del racionalismo, no es seguro que fuera plenamente consciente de su distancia con el esencialismo. A términos como Verdad, Inteligencia, Espíritu, añade pues Hombre, Dios, Hermandad, Responsabilidad.
Es todo el lenguaje burgués y humanitario de su tiempo. Veamos, por ejemplo, cómo, en el artículo introductorio de Tiempos modernos, Jean-Paul Sartre describe los significados que adquieren en la sociedad de la época conceptos que se repiten explícitamente en el credo de Piloto de guerra: Todos los hombres son iguales: debe entenderse que todos participan por igual de la esencia del hombre. Todos los hombres son hermanos: la fraternidad es un vínculo pasivo entre moléculas distintas, que ocupa el lugar de una solidaridad de acción o de clase que la mente analítica no puede siquiera concebir.
Sin embargo, el contenido que les da Saint-Exupéry es radicalmente opuesto a este espíritu. Cuando describe una situación concreta, Saint-Exupéry lo hace con fidelidad y perspicacia. El relato del vuelo sobre Arras es, entre otras historias, un excelente ejemplo de sus posibilidades como escritor. Pero no se limita a describir, sino que intenta dar a su experiencia un cierto significado universal.
Y se encuentra luchando con un lenguaje que ya no está a la altura de lo que quiere expresar. Así podemos entender la importancia de lo que escribió sobre el lenguaje. «Para entender el mundo de hoy, utilizamos un lenguaje que se estableció para el mundo de ayer», dijo en Tierra de hombres. Pero aun así decidió expresarse. Y en términos que ya existían. Le quedaba imponerse a sí mismo no negar nada de lo que conocía en el plano de la experiencia. Es, pues, la estructura de la obra y, en particular, las imágenes las que van a romper los valores escleróticos que se han aferrado a ciertos términos. Y es en la relación entre imágenes y conceptos donde debemos encontrar la expresión de la perspectiva existencial de Saint-Exupéry.
En cierto sentido, es normal que exista esta discrepancia entre los conceptos y la orientación fundamental de la obra: es quizá lo que más confirma la calidad del escritor y lo convierte en un creador más que en un filósofo. Independientemente del despojamiento de las formas novelescas que buscó a lo largo de su obra, Saint-Exupéry siempre conservó ciertas formas de afabulación que, además del uso de la narración y de las imágenes, preservaron sus obras de una excesiva abstracción.
Sin embargo, hay que señalar que el desfase entre el pensamiento reflexivo del autor y las actitudes inscritas en la creación literaria generalmente no se expresa, o casi nunca, en la propia obra. Esto es lo que permitió a Claude-Edmonde Magny decir: «Muy a menudo, hay incluso un antagonismo entre lo que el escritor cree que ha querido expresar y lo que realmente expresa: […] los mejores escritores son precisamente aquellos que se han encontrado pensando contra sí mismos».
Si, para la mayoría de los escritores, la obra va más allá del pensamiento reflexivo del autor, para Saint-Exupéry la situación no es exactamente la misma. Parece ser (como dejan claro sus cuadernos) que a nivel reflexivo percibió con bastante claridad el significado de muchas de las ideas implícitas en su obra literaria. Más bien, es dentro de la propia obra donde se manifiesta la brecha entre la parte explícitamente conceptual y la que tiene que ver con la experiencia concreta. Cuando la brecha entre lo reflexivo y lo implícito se establece entre la obra y su autor, se puede hablar de la grandeza de la obra. Pero cuando la diferencia aparece dentro de la propia obra de forma tan marcada como en el caso de Saint-Exupéry, debemos reconocer una debilidad en la obra, en la que el autor no ha conseguido ajustar los conceptos a la experiencia única que pretendía expresar o crear.
Para expresar su visión del sujeto en proceso de devenir a través de sus acciones y en relación activa con el mundo, Saint-Exupéry utiliza el término Hombre con mayúscula. Se encuentra especialmente en Tierra de hombres, en Piloto de guerra y en Carta a un Rehén. Sin embargo, el término era equívoco: hacía tiempo que formaba parte del vocabulario de la elocuencia burguesa y se refería vagamente a la humanidad abstracta, a la naturaleza humana y a una especie de dignidad, también abstracta. Sin embargo, Saint-Exupéry quiso marcar el fracaso de este humanitarismo racionalista y propuso en su lugar un humanismo activo. En el credo de Piloto de guerra, contrapone la visión cristiana del hombre a la del humanitarismo, presentando a este último como una decadencia del primero. A continuación, propone transponer a la noción de Hombre el sentido de trascendencia activa que caracterizaba al cristianismo.
En una obra claramente moralista como Citadelle, Saint-Exupéry ya no habla del Hombre sino de Dios. Debemos preguntarnos por qué esta sustitución de un término por otro y, más concretamente, qué significado tiene en la obra. En una obra esencialmente poética y «totalitaria», en el sentido etimológico de la palabra, como Citadelle, es evidente que el término Dios está más cerca del orden de la imagen que el concepto Hombre, que pertenece al vocabulario racionalista.
Examinando el contexto ideológico particular en el que el autor sitúa la noción de Dios y el sentido que le otorga, y remitiéndonos a las notas de los Cuadernos, hemos visto que la noción de Dios era, en la obra de Saint-Exupéry, un concepto cuyo alcance no iba más allá del de una hipótesis científica o un mito. En otras palabras, era una noción cuya única importancia radicaba en las posibilidades que podían derivarse de ella, sin necesidad de atribuirle un alcance ontológico u objetivo. Por tanto, podemos concluir que Saint-Exupéry sustituyó el término Hombre por un concepto más concreto, el de Dios. Para algunas mentes, puede parecer lo contrario.
Pero si situamos el problema en su contexto histórico, resulta que, por un lado, la noción de Hombre va acompañada de una connotación racionalista a la que Saint-Exupéry se opone, y que, por otro lado, la noción de Dios conserva en la civilización occidental un significado afectivo o mítico mucho más profundo que el de Hombre. Además, el cristianismo, según Saint-Exupéry, ha inculcado un sentido de valores activos, que el racionalismo burgués de finales del siglo XIX y el a principios del siglo XX. Independientemente de que reconozca o no el valor objetivo del concepto de Dios, Saint-Exupéry lo utilizó como medio para expresar y realizar su visión del Hombre. Aunque no se adhería al dogma cristiano, Saint-Exupéry estaba en cierto modo mucho más cerca del catolicismo que del racionalismo de su época.
Además, es difícil ver cómo en la obra Citadelle podría haber apelado a la noción de hombre: el clima poético-religioso de este largo recitativo lo prohibía. Por otra parte, el término no podría haber sido utilizado tan abundantemente sin hacer estallar el equívoco que lo rodeaba en las otras obras y sin romper así explícitamente con la ideología de la época. Saint-Exupéry habría tenido entonces que definir con precisión su propia actitud tanto hacia la noción de Dios como hacia el humanismo. Tal este gesto habría sido radicalmente contrario al tono de todas sus obras. Por otro lado, al utilizar el concepto de Dios sigue manteniendo la estructura compositiva que caracteriza su obra: recurre a un concepto conocido y aceptado cuyo significado «refracta» por el contexto en el que lo inserta.
Sin embargo, al utilizar el concepto de Dios para expresar su visión del hombre, Saint-Exupéry mantuvo el equívoco. Quizás incluso más que si se hubiera ceñido al término Hombre. Creyendo que se dirigía a un mundo para el que los valores activos del cristianismo se habían congelado en el racionalismo, esperaba revivir un concepto. En cierto modo, tenía razón. Pero el destino de su obra después de la guerra muestra lo fácil que era arrastrar su posición hacia un cristianismo que él habría repudiado o que, al menos, no se corresponde en absoluto con la orientación de su obra. Las obras de Renée Zeller, expresión de una voluntad inquebrantable de convertir todo, lo demuestran mucho más allá de cualquier comentario que podamos hacer.
Para recuperar la perspectiva de Saint-Exupéry, debemos volver, no a los términos abstractos, sino a las propias situaciones que describió y a las imágenes a través de las cuales tantas veces trató de expresar el contenido particular de los conceptos que utilizó. La ventaja de la experiencia vivida y de las imágenes sobre los términos abstractos es que conservan un carácter global, esencial para la expresión de cualquier perspectiva existencial. En efecto, Saint-Exupéry reconoce el poder totalizador de la imagen en este sentido: «Por eso digo de una imagen, si es una imagen verdadera, que es una civilización donde te encierro».
Gracias a su carácter concreto, la situación particular y, más aún, la imagen, permiten reunir y expresar globalmente casi todos los aspectos de la actitud fundamental, cuya división y análisis distorsionarían casi inevitablemente el significado. Además, su conjunto manifiesta características que subrayan, mejor que los términos más abstractos, el aspecto personal y singular de un pensamiento. En el plano de la imagen, el pensamiento se afirma claramente como un estilo único de ser, una actitud existencial singular e insustituible.
El caso de la obra de Saint-Exupéry es, en nuestra opinión, un ejemplo muy convincente de ello. Si nos atenemos a los términos abstractos, su pensamiento sigue siendo vago, poco riguroso y muestra poca originalidad en relación con su época. Si nos remontamos a las situaciones y a la expresión simbólica, que constituyen la mayor parte de su obra, descubrimos una actitud y una forma de pensar que están en desacuerdo con casi todas las doctrinas aceptadas de la época y que anuncian el estilo de pensamiento de la posguerra.