Por Jesús Jovellanos
El 22 de febrero de 1969, poco antes de que se publicara La arqueología del saber el 13 del mes siguiente, Michel Foucault impartió una conferencia muy famosa en la Société Française de Philosophie titulada ¿Qué es un autor? Según Daniel Defert en la Cronología que acompaña el primer volumen de Dits et écrits, la conferencia se hizo célebre principalmente en el mundo anglosajón, y posteriormente Foucault la retomaría con algunas modificaciones en 1970 en la Universidad de Búfalo, en Estados Unidos.
En su discurso, Foucault busca mostrar que el término autor no se limita al pronombre encontrado en un texto ni a la persona externa que lo ha creado. Más bien, plantea que es una función mucho más compleja. Según Foucault, «el nombre del autor» no se encuentra en el estado civil de las personas ni en la ficción de la obra, sino que se sitúa en la ruptura que establece un grupo específico de discursos y su singularidad. La función de autor está vinculada a un sistema jurídico e institucional y no siempre se ha ejercido de la misma manera.
Algunos discursos, como los contratos o las fórmulas, circulan sin ser atribuidos a ninguna persona en particular. En otros campos, donde solemos hablar del autor, la función tampoco ha sido uniforme. En el pasado, por ejemplo, el valor científico de un texto dependía del nombre del autor y de la autoridad que representaba, mientras que la literatura circulaba de forma anónima. Atribuir la autoría de un conjunto de textos a un nombre propio implica una serie de operaciones que son complementarias a las que se realizan al hablar de una obra.
Foucault señala que el autor no es más que una proyección, en términos más o menos psicológicos, de cómo se trata a los textos. En La arqueología del saber, se aborda esta cuestión de la siguiente manera: la formación de una obra completa o de un opus implica una serie de elecciones que no son fáciles de justificar ni de formular.
¿Es suficiente agregar a los textos publicados por el autor aquellos que planeaba imprimir y que solo quedaron inconclusos debido a su muerte? ¿Deberían incluirse también todos los borradores, proyectos previos, correcciones y tachaduras de los libros? ¿Qué consideración se debe otorgar a los esbozos abandonados? ¿Y qué hay de las cartas, notas, conversaciones relatadas y frases transcritas por los oyentes, es decir, esa inmensa cantidad de rastros verbales que una persona deja a su alrededor al morir y que hablan tantos lenguajes diferentes en un entrecruzamiento indefinido?