Por Pata de Palo
De donde surge esa palabreja que intenta dar sentido a la muerte después de la vida, si no de la trascendencia. «Trascendencia», según nos explica el teórico cultural Mühlmann, es el desconocimiento sobre sentir lo lento y, también por añadidura, sobre lo tremendo.
Cuando el movimiento de temporal dura más de lo que dura una generación, se hace imposible de captar, por medio técnico y humano, lo trascendente. El mas allá ocupa el lugar del conocimiento. Cuando la historiografía francesa supo organizar metódicamente el tiempo en «corta y larga duración» la vida en Francia dejó de ser trascedente para los historiadores. Se había logrado un conocimiento sobre el miedo.
Otro motivo que permanece intacto para lo trascendente (para el miedo) tiene que ver con la naturaleza evolutiva de la cultura, cuando esta se mueve cuya dinámica se da dentro de lo tremendo y lo inasible. La cuestión en este sentido estriba en que lo tremendo para el sujeto se le presenta como parte de lo desconocido y misterioso. Lo lento se hace rápido y la trascendencia da paso a una nueva generación, idea, postulado, mentalidad colectiva.
Cuando la cultura teórica (la historia de la epojé) se dio cuenta de que los procesos evolutivos de las civilizaciones eran determinados por la tensión cultural (de hecho, el plebiscito es una tensión cultural) de los hombres respeto a las manifestaciones simbólicas, el asombro comenzó a perder la naturaleza trascedente. Hoy en Alemania el asombro no cuenta como un incentivo filosófico para el comienzo de la filosofía.
El asombro aparece en todos los estados de furia a la hora del combate político y electoral. Abstrayéndonos del asunto y guardando cierta distancia del fenómeno trascendente, en un combate las tropas enemigas sufren el estrés, sin que lo sepan los implicados en la contienda. Por ejemplo, en la carga al machete mambisa es razonable encontrar el trance como forma de asombro movido por fuerza exógena y trascendente. Cuando esa fuerza se va, la desmoralización aflora.