Prólogo (Relación juego-barrio abakuás en la ciudad de La Habana, Ramón Torres Zayas)

Por Dr. Jesús Guanche

La cultura cubana, desde su formación hasta nuestros días, es depositaria de una africanía nutricia y fecundante, unas veces muy profunda, casi imperceptible, y otras a flor de piel, no por la piel misma en su acepción epitelial, sino por lo evidente del hecho. Este es el caso de la Sociedad Abakuá.

Desde que se tiene noticias sobre sus orígenes en la primera mitad del siglo XIX hasta hoy, estas sociedades han logrado permanecer, primero de modo “secreto” contra todos los embates discriminatorios pensables y, más recientemente, como institución religiosa reconocida y organizada nacionalmente, con una membresía que accede cada vez más a niveles de preparación según las exigencia actuales y futuras.

En todo este proceso histórico-social, tanto en la capital del país, como en las ciudades de Matanzas y Cárdenas, los barrios han desempeñado un papel protagónico como espacios urbanos que condicionaron determinados sentidos de pertenencia en relación con los grupos humanos que los habitan.

Este ha sido el tema abordado por Ramón Torres Zayas en el contexto de la ciudad de La Habana: ¿cómo el espacio de los barrios habaneros facilitó la creación de una red de sociedades abakuá en permanente lucha por la subsistencia, tanto de los propios iniciados como de sus respectivas familias? Sin embargo, en el último medio siglo, sin ser superados definitivamente prejuicios y valoraciones inadecuadas, las condiciones socioculturales, laborales y de instrucción se han transformado y la membrecía de estas asociaciones no se encuentra limitada a los espacios barriales que les dieron origen.

Es cierto que en la etapa formativa la relación barrio-juego abakuá constituyó una especie de binomio (espacio-templo/juramentado), situación que hace posible acceder a la reconstrucción histórica de las genealogías de las asociaciones mediante una red de apadrinamiento de nuevas agrupaciones, cuyos templos aun revelan fuertes nexos solidarios, pues no todas las sociedades poseen locales propios y algunas comparten el espacio ritual entre varias de una misma filiación. Tal es el caso del templo de Efi Nurobia Obane (1934) cuyo espacio comparte con India Obane (1992), Efi Erukanko (2000) y Efi Masongo Obane (2003), en Guanabacoa, según se observa en la fachada del inmueble.

En su trabajo, Torres Zayas reflexiona si realmente estas asociaciones han sido “secretas”, en el más estricto sentido del término, o realmente constituyen focos de resistencia ante múltiples incomprensiones y persecuciones gubernamentales y eclesiales. La condición de “secreta” es relativa pues no es lo mismo que sus miembros mantengan un adecuado nivel de discreción respecto de su pertenencia a determinada asociación, o que diversos procesos rituales —como sucede habitualmente en muchas prácticas religiosas y en otras organizaciones— sean limitados a un número reducido de personas y se mantengan “secretos” para los no iniciados o para quienes no ostentan una jerarquía específica que les permita participar en el rito.

De igual manera, destaca que la presencia abakuá en los barrios habaneros se hizo sentir con fuerza en la organización y desfile de las comparsas carnavalescas, desde los líderes de grupos hasta músicos y bailadores. Para quienes nacimos y crecimos en alguno de los barrios habaneros esto era algo común y corriente, pues por ejemplo en Los Sitios, ubicado en el actual municipio de Centro Habana, aunque la comparsa Las Bolleras se convirtió en la agrupación insignia de ese barrio, tanto los músicos como diversos organizadores eran parte de la membrecía abakuá, particularmente los familiares de las participantes, quienes también se ocupaban de gestionar fondos para que la comparsa luciera sus mejores galas. Recuerdo que Olga la tamalera, la conocida por el chachachá Los tamalitos de Olga, era sobre todo bollera, pues vendía los bollos de carita en el barrio, mientras su marido Julián “Planta Firme” impresionaba por su inmenso tamaño cuando bailaba como íreme en las ceremonias abakuá.

De igual manera, cada año los abakuás del barrio de Los Sitios alquilaban un ómnibus y a las doce de la noche del 24 de diciembre se iban de excursión a Varadero. La algarabía era tal que no era posible pasarla por alto, pues desde horas antes hasta el mismo instante de la partida los toques, cantos y bailes mantenían en vilo al barrio. Además, salían de la misma esquina de mi casa en Manrique y Figuras. En esas ejecuciones musicales se borraba la frontera entre quien, dentro del plante, era tocador del bonkó enchemiyá y, fuera de él, tocaba el quinto en una rumba con la misma capacidad improvisadora, pero con un obvio cambio de timbre. Se indiferenciaban los movimientos de quienes, dentro del rito, encarnaban los íremes evocadores de los antepasados y, fuera de él, bailaban divertidos una Columbia en diálogo desafiante con el quinto y con los mismos gestos de avance, retroceso, limpieza y sacudimiento que cuando representaban simbólicamente a los míticos antepasados. Porque en Cuba, la rumba, la conga y la música de las religiones populares de fuerte estirpe africana están unidas por el hilo intergeneracional de sus propios portadores y por los roles múltiples que desempeñan en muy diversos momentos.

Todo lo anterior se vincula con las difíciles condiciones de vida de un sector social no solo marginal, sino marginado y discriminado, que acudía a las reglas del juego del “ambiente” para subsistir. Este es un fenómeno social que ha calado muy profundo en las mentalidades y que no se borra de la noche a la mañana tras algo más de medio siglo de esfuerzos por dignificar la condición humana de los oprimidos. Un tiempo extremadamente corto si lo medimos con un cronómetro histórico.

Sin embargo, la movilidad social y espacial de la membrecía junto con los procesos migratorios internos y externos ha ido desdibujando el protagonismo del barrio. No obstante, el autor refiere que aún subsisten determinadas condiciones desfavorables en los conocidos barrios de Jesús María, Colón y Cayo Hueso, por ejemplo, donde los abakuás tuvieron una significativa participación en el movimiento obrero portuario, tabacalero y del transporte. Es la misma estirpe de los tabacaleros que antaño conoció José Martí en el Cayo Hueso (Key West) insular estadounidense cuando recaudaba fondos para la guerra necesaria en la segunda mitad del siglo XIX. ¿Cuántos nietos o biznietos de aquellos patriotas participaron luego en misiones internacionalistas en Angola y otros países? ¿Cuántos descienden de aquellos abakuás que, desde sus barrios, quisieron rescatar a los ocho estudiantes de medicina en 1871 antes que se cometiera uno de los crímenes políticos más vergonzosos del colonialismo en Cuba? ¿Cuántos descienden de aquellos que protegieron al Mayor General Antonio Maceo en el barrio habanero de San Isidro en 1893? ¿Cuántos descienden de los oficiales abakuá cubanos que participaron en la Guerra Civil Española (1936-1939)? ¿Cuántos descienden de los que cayeron durante las explosiones del vapor francés La Coubre en 1960?

Paradójicamente, la crisis cubana de los años noventa del pasado siglo XX favoreció el reconocimiento social e institucional de las centenarias asociaciones, independientemente de un inevitable proceso de internacionalización, cuyos detalles organizacionales deben resolver sus principales miembros. La creación de la Organización para la Unidad Abakuá (OUA), el 21 de diciembre de 1999, fue un paso de avance y un ejemplo de reconocimiento a la diversidad cultural del país.

Este libro ve la luz en un momento muy apropiado, pues existe un consenso internacional de reconocimiento mundial a las manifestaciones de cultura popular tradicional que, identificada operacionalmente como “patrimonio cultural intangible” y sobre todo vivo, se manifiesta en particular en los ámbitos siguientes: a) tradiciones y expresiones orales, incluido el idioma como vehículo del patrimonio cultural intangible; b) artes del espectáculo c) usos sociales, rituales y actos festivos; d) conocimientos y usos relacionados con la naturaleza y el universo; e) técnicas artesanales tradicionales.[1] En este contexto, por su cualidad única en América, las sociedades abakuá de Cuba abarcan ampliamente todos los anteriores requisitos señalados por la Convención y, de tomarse en consideraciones adecuadamente, podría ser acreedoras de tal reconocimiento y sería una forma de saldar una asignatura pendiente con nuestra propia cultura.

  El Cerro, La Habana, 2017

[1] Artículo 2, inciso 2 de la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Intangible, París, 17 de octubre de 2003.

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