Fuera de este mundo Comentarios sobre cine, televisión, sociedad y cultura © Rafael Piñeiro López

Fuera de este mundo Comentarios sobre cine, televisión, sociedad y cultura © Rafael Piñeiro López

Plug a tierra (prólogo del libro «Fuera de este mundo»)

Fuera De Este Mundo es por eso un libro fuera de este mundo, y tal vez en ello radique su importancia mayor. Si esperas hallar en él la recomendación simplona del experto que escribe en los periódicos o habla en la televisión, no sigas leyendo.

Por Leopoldo Luis García

Dice Paul Auster que «el mundo en el que hemos estado viviendo es bastante malo», que «a forma en que vivimos se está desmoronando» y que «las estructuras internacionales en las que vivimos no están funcionando». Solo un mago sería capaz de encontrar un paralelismo creíble entre las maneras de pensar de Paul Auster y Rafael Piñeiro-López; pero si algo acerca a ambos escritores es una suerte de noción escatológica, según la cual la sociedad contemporánea se estaría yendo literalmente a la mierda.

Puede sonar apocalíptico, pero la lectura de estos comentarios sobre cine, televisión, sociedad y cultura no deja lugar a la improvisación exegética, y no sé para Auster, pero para Piñeiro-López el rumbo que lleva la Humanidad no sigue los derroteros ideológicos, políticos y socioeconómicos que hemos transitado hasta hoy durante siglos. Su perspectiva de la realidad no es causa, sino consecuencia, y tal vez no habría mejor pretexto que la crítica –de cine, de televisión, de lo que sea– para justificar su presentación al gran público (si todavía existe un gran público).  

En vez de hacer un inventario de catástrofes, yo debería comentar estas viñetas, que son fruto de una especial predilección por la realización audiovisual como medio expresivo, aunque probablemente nunca persiguieron el propósito de un libro. Tampoco dispuesto a engavetarlas, su autor las publicó de manera eventual en las omnipresentes plataformas virtuales: ese estandarte comunicativo de la contemporaneidad que nos convierte en avatares de nosotros mismos, a la espera de un like que nos valide ante la masa. Ya lo dije: debería comentar, pero son notas sobre cine y televisión, y ni siquiera he visto la mayoría de las películas y series que en este volumen se reseñan. La única alternativa que me queda es decir la verdad: este es un libro de ficción, no de crítica, y mucho menos de ensayo. Lo que hace el autor es novelar lo que ha visto en la pantalla –grande o chica–, y transformar esa visualidad en literatura viva, pletórica de anécdotas y emociones. Por eso es un libro para el disfrute, no para la academia o el estudio sistemático de un tema que ya tiene demasiados exégetas.

Aquí hay de todo lo que podemos haber visto o dejado de ver en las últimas décadas. Piñeiro-López hinca el bisturí con precisión milimétrica –recordemos que además es médico–, mas no para diseccionar el filme de turno como si fuera un cadáver estético, y él un forense de la imagen, sino para identificar ciertas claves que no siempre son evidentes al espectador, pero que hacen fluir la pieza con una especie de «corriente subterránea de sentido» (como diría un maestro de técnicas narrativas) en una dirección muchas veces insospechada.

Dicho lo anterior, leer Fuera De Este Mundo conlleva dos innegables ventajas. Una: la invitación explícita a ver o no ver la pieza reseñada en cada caso, sin perjuicio de que el espectador termine por disentir y formarse una opinión diametralmente opuesta a la del autor del texto. Dos: la invitación implícita a pensar con la cabeza fría en algunas de nuestras pequeñas (y grandes) tragedias cotidianas, para las que no parece haber lugar en los medios de comunicación dominantes, tal vez porque ellos reflejan las corrientes de pensamiento dominantes, y a un pensador por cuenta propia como Piñeiro-López se le hace difícil asimilar esos códigos. Fuera De Este Mundo es por eso un libro fuera de este mundo, y tal vez en ello radique su importancia mayor. Si esperas hallar en él la recomendación simplona del experto que escribe en los periódicos o habla en la televisión, no sigas leyendo.

Hay varias locuras aquí. La primera de todas, armar un artefacto con cientos de páginas, sin dividir sus contenidos en partes menores, o agruparlos según el hilo conductor que los propios temas sugieren. Alguien escribió una vez que organizar un libro de poemas era como querer ordenar el bosque. A Rafael Piñeiro y a sus editores debió ocurrirle lo mismo, cuando se sentaron por primera vez frente a toda una montaña de papeles (lo de papeles es un eufemismo, ya se sabe que hablamos de páginas virtuales). El resultado es esta especie de diario cinematográfico, donde el lector puede enterarse de lo que ocurre en pantalla, pero también atisbar en la espiritualidad del autor, intuir sus estados de ánimo, su experiencia de vida, que a fin de cuentas no es sino enfrentarse al «horror de los espejos» de que hablaba Borges, y «no solo ante el cristal impenetrable», sino ante ese «imposible espacio de reflejos» donde la conciencia individual –imprescindible a la redención humana– asume su más auténtico rol protagónico.

No menos loco es llevar al papel unos textos irregulares nacidos mediante parto natural en el ciberespacio. ¿Fueron pensados frente a un ordenador, o tecleados de manera directa en un teléfono inteligente? Quizá no lo sabremos nunca. Se juntan aquí viñetas ligeras y breves –incluso muy breves–, y textos más extensos, articulados desde una especulación filosófica evidente. Pero ¿acaso no son fruto de una era en movimiento, sin asideros visibles, donde los marcos teóricos se difuminan y no alcanzan a explicar los desafíos que plantea la posmodernidad? ¿No serán estos intentos el boceto futurista de una crítica mucho más terrenal y menos desabrida? La respuesta, como es de rigor, está en el viento.

Para Bazin el cine es fotografía y temporalidad: la imagen revela una realidad anterior y muere en ella. En cambio, Deleuze rechaza la sumisión del concepto a la imagen cinematográfica. Por su parte, a Piñeiro lo guía un interés genuino en la subjetividad del género: «o más importante que debe encontrarse en una pieza cinematográfica cualquiera, es una historia sólida que traiga consigo momentos memorables. Si una determinada obra logra quitarte el aliento y emocionarte hasta el dolor, entonces ha valido la pena». Ha comprendido que no puede el lenguaje en sí mismo asegurar la trascendencia, como no logra sensibilizar a casi nadie un relato mal contado. En esa cuerda vibra también su prosa, de muy variados registros, pero siempre capaz de asumir con plasticidad asombrosa el tono de la producción juzgada (porque toda crítica es y deber ser, ante todo, juicio de valor).

Vivimos en tiempos de posverdad, y sería poco menos que ridículo postular enunciados concluyentes. Lo que algunos ponderan como sociedad idílica, para otros no pasa de ser una señal inequívoca de decadencia. El mundo contemporáneo libra una batalla campal de la que apenas llega el fragor. Como vislumbró Foucault, el Poder real se materializa en estrategias de control, y ya no tiene que ver con la soberanía de las naciones, sino con la codificación de la Verdad y su imposición a sectores definidos de población. Esas relaciones subyacen en todo –o en casi todo– el contenido audiovisual del que se ocupan los circuitos de estreno y las inefables plataformas de streaming (llámense Netfllix, Hulu, Amazon Prime).

En esa misma medida, la crítica piñeriana elude, ¿de manera intencional?, toda subordinación al canon, consciente de que asumir el mismo constituye la aceptación tácita de un modelo excluyente desde la raíz, aunque favorecido por el status quo, en su intento de preservar una normatividad cultural que lo sostiene y legitima. Piñeiro no disimula la estocada: apunta al corazón del oponente, sin remilgos buenistas, y mientras Vanity Fair glorifica a un Joel Schumacher como «el director que mejor domó a las estrellas de cine de los 90», o como «el artesano perfecto al que los grandes estudios siempre recurrían», él lo describe como un realizador con «a sensibilidad de un dinosaurio extinto» y nunca como «un narrador sagaz». Sin embargo, no sería justo confundir su criterio audaz con la festinada exaltación de «o marginal» por lo marginal, o con un exilio institucional irreverente, pero a la vez naíf. ¿Qué es entonces? ¿Un outsider? Un estudio publicado en la prestigiosa Harvard Business Review señala, y cito: «que la probabilidad de éxito creativo es más alta en cierta zona fronteriza entre el centro y la periferia», porque «el acceso al centro provee legitimidad, mientras la exposición a la periferia proporciona novedad, y esa combinación de legitimidad y novedad siempre genera un impacto». Si alguna vez Rafael Piñeiro pone mira en esa especie de multiculturalidad prefabricada que nos venden desde determinados círculos –y que nada tiene que ver con la auténtica cultura de los pueblos–, lo hace con ojo panóptico y nunca periférico. Tal vez en ello estriba la razón de su «éxito creativo».

Fuera De Este Mundo no es un llamado a la evasión existencial, aunque el título en sí mismo revela una postura ideoestética consecuente con el autor. No hay aislamiento intelectual, sino voz antinómica que apuesta por la singularidad en un planeta cada vez más plural e inclusivo, pero también más reduccionista.

Sirva este plug a tierra para introducir esa voz contundente, y sirvan estos comentarios sobre cine, televisión, sociedad y cultura para entender esos complejos procesos, porque son mucho más que simples comentarios sobre cine, televisión, sociedad y cultura.

Miami, verano de 2022

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