Para definir lo indefinible de Cuba

By: Manuel Sosa

Siempre he tenido esa convicción: el equívoco es parte de nuestra naturaleza insular. Y además: el ridículo, que nos distingue y nos salva de ser invisibles. Y cuando pensamos en tales prerrogativas, tan útiles para el arte y la política, llegamos a otra palabra querible y exacta: la desilusión.

La desilusión del Almirante, la primera desilusión. No éramos Cipango, no había oro. Y faltaban muchas otras por venir.

Pienso en el nombre, en el gentilicio, en la designación que al cabo se esfuma y no explica nada, pues no todos están conformes con su significado esencial. El nombre que prevaleció sigue siendo una especie de abstracción geográfica. El historiador Nicolás Fort y Roldán quiso explicarlo de una manera lúgubre y deleitosa. Cuba “Coabai” venía de “coa” (muerto) y “bai” (país): el País de los Muertos.

De todas maneras, el nombre de “Juana” trató de hacer honor a un príncipe adolescente que resultó muerto de unas fiebres pocos años después. Para darle más color al asunto, ese príncipe (Juan de Aragón, el único varón de Isabel y Fernando) tenía por hermana a Juana de Castilla, conocida popularmente como Juana la Loca.

Tampoco tuvo suerte el propio Fernando de Aragón, tratando de estamparnos su nombre, y no bastó que Fernandina fuera impuesta por Real Cédula. De Fernandina nos libró la insistencia del apelativo original, el abstracto.

¿Qué nos legaron los aborígenes cubanos? Ese nombre persistente, y muchos otros incluyendo el de la capital del país, pues no sobrevivieron ellos mismos al empuje de las eñes y las zetas. El historiador antes mencionado señaló varios rasgos que pueden haber permeado el aire y la tierra hasta nuestros días, si se habla de legado o contagio. Entre otros: 1) el lenguaje de los aborígenes presumiblemente no distinguía el género femenino; y 2) sus defectos principales eran la indolencia y la lujuria.

Otro historiador, Félix de Arrate aseguró que la mayoría de los indígenas que aún permanecían en la isla la abandonaron hacia 1554, rumbo a la Florida. ¿Entonces?

Pero no sólo nuestras tribus dispersas; ya hacia 1532, como resultado solo que otras tierras se seguían descubriendo y explorando, y comprobado el hecho de que en Cuba no había grandes riquezas, la isla se fue despoblando de colonos y empobreciéndose a tal punto que el Rey tuvo que decretar pena de muerte y pérdida de bienes a quienes intentasen abandonarla.

A veces no hay que explorar mucho para entender la manera en que se reciclan esas tres categorías ya apuntadas: el equívoco, el ridículo, la desilusión.

En este punto vale explicar que nuestra instrucción jacobina, desde el prescolar a la universidad, siempre estuvo atiborrada de banderas, himnos, cornetines, barbas y bigotes venerables, versos decasílabos, bronce, mármol que fue yeso y luego plástico, florilegios y palmeras…

Quizás por eso, en mi caso, me vi necesitado de apuntar los reversos, de buscar la tan necesitada levedad, de soltar lastres e incurrir en la blasfemia ocasional. Así, cuando me mostraban un pabellón, yo veía colores masones; cuando hablaban de bayameses, yo imaginaba marselleses residuales; donde había corsarios, yo ponía personajes de aventuras; donde había casacas rojas, yo ponía hijos de Albión; si hablaban de próceres y batallas, yo veía caudillos territoriales y escaramuzas. Y para qué abundar sobre mi opinión personal de aquel Pepe Antonio obstruyendo el progreso y de aquella Mariana Grajales amenazando al hijo con su dedo fulminante.

Y tuve que ahondar en mi herejía o apostasía o deslealtad, descubriendo alternativas, caminos paralelos, hechos velados o preteridos. Para querer a alguien o algo, decía yo, hay que abrazarlo todo. Y sólo así podremos admirar el cuadro que resultará: abigarrado e imperfecto y por ello, creíble.

Nada más parecido a un punto donde confluyen todas las fuerzas. Tal sería este Aleph del reverso, insondable y cegador: los criollos asaltando casas de franceses, que terminaron siendo asesinados o expulsados del país para vengar la invasión napoleónica a España; José Antonio Aponte, intentando emular el ejemplo de Haití con una revuelta; el periódico “Tío Bartolo”, antecedente infame de ese otro que llaman hoy “Abuelita”; las deidades africanas asumiendo el ropaje del santoral católico como única manera de simular y sobrevivir; el precio de 100 millones que pudo haber pagado el presidente James K. Polk por la isla; el pabellón del venezolano Narciso López ondeando por primera vez en las oficinas del Commercial Advertiser en New York; el mismo Narciso López y sus filibusteros tomando la ciudad de Cárdenas y retirándose a las pocas horas por la indiferencia de los que debían ser liberados; la muerte sin sentido de Céspedes, apartado y olvidado; José Martí suspendiendo el examen de Economía en la Universidad de Madrid; Vicente García, el eterno sedicioso e insatisfecho, muerto tras comer un plato de quimbombó donde un espía escondió vidrio molido; Carmen Zayas Bazán huyendo de su esposo, usando un salvoconducto del gobierno español; la columna invasora de Antonio Maceo, que incluía con toda intención soldados de dudosa conducta para que la movilidad y el constante batallar les impidiera hacer de las suyas; el juicio y destitución de Quintín Banderas, por insubordinación e inmoralidad; el propio Quintín usado para la propaganda de las jaboneras Crusellas y Sabatés, vestido de mambí y con grados de General; “La Chambelona” como himno de los liberales; la personalidad del hijo de Martí, a quien apodaban “el hijo de la estatua”; el periódico comunista “Hoy” describiendo a Batista como “celoso guardador de la libertad patria, tribuno elocuente y popular”; la campana de La Demajagua llevada y traída a conveniencia de unos y otros; Eduardo Chibás disparándose al vientre; la carta del adolescente Fidel Hipólito a Roosevelt, que prefiguró su discurso político: “I don’t know very English but I know very much Spanish and I suppose you don’t know very Spanish but you know very English because you are American but I am not American”; Fulgencio Batista amparado por “la luz de Yara” y consultando a Maceo a través de su espiritista Antonia González; las plaquitas de metal que rezaban: “Fidel, esta es tu casa”; los hermosos nombres de centrales azucareros que fueron cambiados por nombres oportunistas; y aquel ya famoso resumen de la genética revolucionaria: “El color negro es dominante sobre el rojo. Siempre que se combina un gene rojo con uno negro el animal sale negro. Pero cuando se combina un gene rojo de un animal negro con un gene rojo de otro animal negro, el animal tiene los dos genes rojos y entonces nace rojo. Es decir, cuando hay rojo es porque tiene los dos genes rojos.”

Existe una cura para esta enfermedad, pero puede sonar a retórica jacobina, de la que siempre tratamos de huir. Y es que la patria es uno mismo, la casa que habitamos, el círculo de amigos, las costumbres que nos mueven, la ventana oscura que nos trae los olores del huerto. Pero más que esos destellos sobre el manto negro, pasando por encima de caídas y enmiendas, queda la certidumbre de que una parte puede salvar el todo, y que la patria verdadera es la inconformidad.

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