Por Waldo González López
Me place de veras haber adquirido, por mi incansable labor de buceador de libros viejos (bouquiniste, lo traducen los franceses) un volumen que ansiaba, desde hacía tiempo.
Se trata del invaluable volumen Fidel: El juicio de la Historia, del historiador, narrador y periodista (tal bien lo comprueba su columna semanal del miamense semanario Libre): Roberto Luque Escalona (Holguín, Cuba, 1936).
Su publicacion en el México de 1990, con edición de su hija Verónica Luque para la Colección Plural, de Producción Editorial Danteentrañó uno de los más duros golpes al asesino que durante seis décadas y media usurpara y aun hoy lo hace, a través de su mafiosa familia y muy cercanos seguidores, al sufrido pueblo cubano, en la que sin duda es la más extensa y sangrienta dictadura en la época contemporánea.
Expulsado de la oficialista Agencia Prensa Latina en 1971 por presentar en el Concurso Casa de las Américas su novela de tema político Los funerales de Héctor, en 1989, escribe el relato corto sobre la emigración Aquel no era mi día y, tres meses después, concluye este valioso libro de análisis histórico que brevemente comento en mis Notas al margen y comparto con los lectores de mi columna en Ego de Kaska, de Ángel Velázquez
Verónica concluye su presentación de esta suerte:
«Al igual que mi padre, confio en que este libro constituya una reflexión sobre las condiciones históricas que permitieron el ascenso y la permanencia de un fenómeno que ha influido, casi siempre para mal, en la vida de todos los cubanos: Fidel. No fue absuelto por la ley en 1955, y tampoco la historia lo absolverá el día —esperemos cercano— en que al fin sea juzgado».
«Dedicado a Jersey Joe Walcott, quien me enseñó la noche del 23 de septiembre de 1952, cómo se debe luchar», el libro se divide en 15 capítulos, narrados con el peculiar estilo del autor que atrapa al lector por su cariz personal que descubrí años atrás en su columna Jan y Cuje, del semanario Libre, publicado por la familia propietaria de las escuelas Lincoln˗Martí.
Otra arista que gana a los lectores es el humor irónico y ácido que guía su prosa nunca de prisa y siempre disfrutable, que se distingue justamente por tales peculiaridades.
Su análisis, como suele suceder con textos escritos en los momentos en que acaecen los fenómenos históricos analizados, muestra los sinceros criterios del autor y su circunstancia [para decirlo con un lugar común, pero válido del pensador español José Ortega y Gasset], concebidos en la ya lejana fecha de su escritura y su inmediata publicación.
Mas, ello no obstaculiza un ápice la lucidez de Luque Escalona, historiador y narrador de valía, tal ha demostrado a lo largo de su meritoria ejecutoria corroborada en sus numerosos libros publicados, como su valioso periodismo, en particular el disfrutado durante los últimos años en el semanario Libre.
Para la mejor comprensión de los lectores de países latinoamericanos, Luque Escalona, a largo de su ameno análisis por las distintas etapas de nuestro país, desde la etapa colonial hasta la aparición de la Hidra de siete cabezas, analiza las distintas figuras que prestaron su talento y ortaron a la configuración de nuestra patria.
Pero lo que más resalta en la atenta lectura de su libro, aparte de su rigor como historiador, es el desprecio al canalla que desdirigiera nuestra Cuba, hundiéndola en el insalvable abismo que es hoy, tras más de medio siglo de hambre, penurias y tiempo perdido, luego de haber estado entre los países de mayor desarrollo cultural y económico no solo en el área, sino incluso en mejores índices, como la TV y otros rubros, que España.
Así lo evidencian los distintos calificativos con que nombra al innombrable asesino, canalla y mendaz tirano, que podía incluirse entre los protagonistas de la novelistica de dictadores, escrita por una breve pero sólida lista de narradores que va de Ramón del Valle Inclán a García Márquez, pasando por Mario Vargas Llosa y Alejo Carpentier, entre otros, como Miguel Ángel Asturias y Martín Luis Guzmán.