«Nihil contra venenum nisi venenum ipse»

Por Kukalambé

Cioran posee una singularidad única al haber desarrollado una praxis del pensar sistemáticamente revanchista. Su actitud no se basa en una venganza por asuntos privados o por humillaciones sociales, sino en una ira trascendente y un escepticismo ofensivo. Se muestra como un Job colérico, exponiendo sus defectos como argumentos contundentes contra un Creador sádico.

Como guardián de esta ira elegida, es tan desinteresado como el fundador de una orden ascética y tan egomaníaco como un satánico. Su revanchismo filosófico es lo contrario del agradecimiento pensante. Ha dejado claro que el pensar es ingrato, especialmente cuando el futuro inteligible está más allá del meditar y encolerizarse reactivos, y reside en el querer que formula proyectos y lleva a cabo empresas.

Cioran es lúcido en el no-querer, mientras que el querer es para él, al igual que para Heidegger, un terreno extraño. No se adentra en el mundo de la voluntad y desprecia el pragmatismo. Su odio se dirige hacia aquellos que pueden querer, no hacia aquellos que pueden creer. Su pensar desagradecido ha caído en lo absurdo porque su impulso de vengarse de Dios supera su creencia en él.

Bajo el signo de lo absurdo, Cioran, hijo de sacerdote, se sumerge en una cosecha tardía y anacrónica de la época de la metafísica religiosa. Practica el derrumbamiento de ídolos que ya no son contemporáneos y se recluye en su buhardilla como un anacoreta que apila desengaños.

El revanchismo de Cioran lo mantiene aferrado toda su vida a una negatividad juvenil y depravada. Su orgullo temprano y nunca revisado lo lleva a no rebajarse a la madurez, lo que hace que sus escritos sean densos, insistentes y monótonos. Su malestar es su fuerza, y como autor solo trata un tema para no caer en lo arbitrario.

La frase crítica de Sartre, «el vicio es fundamentalmente el amor al fracaso», se convierte en su divisa. En contraste con Nietzsche, Cioran se sumerge en la falta de distinción y la reacción en lugar de fundar su pensamiento en impulsos afirmativos. Su obra es una venganza sin vengador y una restitución que no tiene damnificados. Por esta razón, sus escritos tienen efectos terapéuticos, ya que su claridad en el extravío inmuniza contra la tentación de abandonarse a la falta de forma.

A diferencia de Nietzsche, Cioran no busca superar su propia decadencia, sino que acepta su morbidez y escepticismo como venenos del Ser y destila sus escritos como contravenenos. Aquellos que saben y necesitan pueden hacer uso de esto sabiamente, pero los imitadores no encontrarán en la farmacia de Cioran lo que buscan para satisfacer su ambición.

Pero al final vino la retractación. En una conversación, el viejo Cioran en París, donde retractó sus comentarios despreciativos sobre Epicuro y reconoció su cercanía y valor como benefactor de la humanidad. Esta muestra de generosidad demuestra que permitir a los hombres retirarse de los frentes de lo real es un acto especial de generosidad, y nuestro siglo no ha conocido a nadie más decidido que él en enseñar esta retirada.

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