LA DOBLE PRISIONERA DE STALIN Y HITLER

Por Waldo González López

Me place compartir mis gustos y preferencias por la lectura, en cuanto [ojalá] pueda influir en quienes me lean, pues no solo disfruto de este placer desde la adolescencia —junto a la poesía, el cuento y la novela—, como asimismo las autobiografías y las biografías, tales los testimonios y los diarios.

   Sí, ya sé que las primeras, en no pocas ocasiones, tienden a mostrar «perfectos» a quienes los escriben, pues por lo general solo refieren a los ¿méritos? de quienes las escriben, ignorando sus deméritos y engañifas, mentiras y… ¿traiciones?

   Mas, entre muchas otras, no dudo de las autobiografías y biografías escritas por talentos de la talla de Johann Wolfhann Goethe (Poesía​ y verdad  (1811-1830, fiel autorretrato que abarca desde su juventud hasta su partida a Weimar, donde residirá hasta su muerte: narracion concebida como una variante de Bildungsroman, género creado por él con su segunda novela Wilhelm Meister o Años de aprendizaje); Stephan Zweig (El mundo de ayer, fascinante autobiografía que leí muy joven y que aun tengo entre las mejores); Pablo Neruda (Confieso que he vivido; que leí en Cuba en los ‘70s, gracias al poeta, narrador y Premio Nacional de Literatura Félix Pita Rodríguez que me la obsequió, pues allí nunca se publicó, porque el gran poeta criticó a Guillén, El Malo y otros secuaces, porque vino a recibir un homenaje  a EUA); Agatha Christie (Autobiografía ejemplar que nos revela los misterios y hallazgos de la universal autora en su clásica narrativa); Luis Buñuel (Mi último suspiro, decisivas memorias por sus puntos de vista y planteos, entre los que no oculta su filia marxista); Manuel Puig (Maldición eterna a quien lea estas páginas, que no es una autobiografia ni una biografia, sino una original novela del fallecido narrador posmoderno argentino quien pone patas arriba el “género”); Gabriel García Márquez (Vivir para contarla, excelente volumen de memorias, al nivel de sus novelas y su libro de crónicas periodísticas admirables; a pesar de que me decepcionó el Gabo cuando supe de su adulación por Castro, quien le proporcionara al colombiano su existencia muelle en Cuba: una mansion en el mejor reparto de los diplomáticos, como su apoyo a la Fundación del Cine…; mas excusé al gran narrador de Cien años de soledad, cuando supe de su intervención en favor del narrador, periodista y colegamigo cubano Amir Valle, quien sufriría los embates castristas, y solo pudo partir a su beca a Alemania, gracias al procomunista “amigo” del tirano); Rauda Jamis (Frida Kahlo, magnífica biografía escrita por esta inigualable escritora francocubana, hija del poeta Fayad Jamis) y Teresa de la Parra (Memorias de la Mama Blanca, novela que, como relato autobiográfico, narra las vivencias y evocaciones de la infancia de la autora venezolana).

   Mas, si vamos a las biografías de creadores y luchadores cubanos que debieron afrontar el castrismo/comunismo, no dudo en poner en primer lugar, al admirado Armando Valladares (Contra toda esperanza, autobiografia/testimonio/diario del quizás mayor luchador cubano anticastrista y/o anticomunista, que sí es lo mismo, es igual, parafraseando una canción de cierto farsante innombrable); el luchador, ex prisionero del castrismo y poeta Alberto Müller,quien, en ¡Pobre Cuba! Mis memorias, a lo largo de sus amenas 329 páginas, evidencia la crueldad del sátrapa Castro y su temprana entrega al comunismo; Reinaldo Arenas (Antes que anochezca, novela autobiográfica en la que el valioso narrador revela, con su particular estilo, su compleja sobrevida bajo el castrismo, en la que, no sólo retrata las persecuciones sufridas en su doble condición de escritor contestatario y homosexual, sino que constituye una denuncia global del régimen, reflejando en muchos pasajes la terrible situación de la población bajo la tiranía arbitraria y carcelaria, como en un fragmento estremecedor denuncia a los reclutas obligados a trabajar en condiciones esclavistas; Alberto Roldan (La mirada viva, muy convincente libro, con una prosa  decisiva, donde el fallecido cineasta denuncia los atropellos de quien se consideraba el rex del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfico: el arrogante y despreciable homosexual Alfredo Guevara, quien, protegido por su gran amor desde los tiempos de la Universidad —bien conocido por todos en el mundo intelectual y artístico de la Isla—: Fidel Castro, dominara con mano dura el ICAIC, frustrando proyectos de valía, como la prohibición de abandonar el país y, luego, expulsarlos, como hiciera con el propio Roldán y el fotógrafo Néstor Almendros; Heberto Padilla (La mala memoria, donde el canónico autor de Fuera de juego, narra con pelos y señales los días de la cárcel a que fue sometido por el fascista Castro, quien, en la persona del poeta, repitió las ejecutorias de sus admirados asesinos Hitler y Stalin; y una relevante narradora, de quien he disfrutado no pocas de sus novelas y libros de cuentos; aunque no he leído el más reciente volumen de Zoé Valdés: La intensa vida, en el que narra los trabajos y los días vividos en Francia, donde por su beligerante actitud contra el castrismo, no todo ha sido llover sobre mojado, como acontece aquí, en EUA, más ahora, con la extrema izquierda demócrata luchando contra los republicanos y sus políticas que quieren salvar a este gran país del comunismo.    

   Claro que en este breve recuento, no pueden  faltar dos nombres de canónicas europeas: el de la inolvidable Anna Frank, cuya breve pero intensa adolescencia, conocí saliendo yo de la mía, cuando leí su formidable Diario y descubrí a esta adelantada narradora, que narra las vicisitudes padecidas en el tiempo que pasó oculta de los terribles fascistas alemanes. Así, en 1940, con el objetivo de huir de los nazis, Ana, su hermana y sus padres, se escondieron en el Anexo Secreto, un espacio vacío en el edificio donde su padre tenía un negocio, angustioso tiempo en el que Ana soñaba convertirse en escritora y periodista al concluir la Guerra, y pensaba mientras sobrevivía en el complejo mundo de entonces. Su madurez la expresaría el 15 de julio de 1944, cuando escribiera en su Diario: «La terrible realidad ataca y aniquila totalmente los ideales, los sueños y las esperanzas apenas se presentan». Lástima que moriría sin poder realizarlos.

   La otra es la antifascista y anticomunista Margarete Buber-Neumann, quien en Prisionera de Stalin y Hitler. Un mundo en la oscuridad [dedicado a su madre] narra las crueldades padecidas en carne propia por el fascismo y el comunismo.

   A lo largo de 500 páginas revela mucho más de lo que apenas atisbé durante aquella inolvidable visita en 1976, cuando gracias a la obtención del Premio La Edad de Oro, pude viajar a Polonia, con mi entonces condiscípulo, amigo y compositor (quien musicó mi poema galardonado): Danilo Avilés, al campamento polaco de Auschwitz, donde me causara un hondo malestar fisico y espiritual el corroborar las imágenes que solo había visto, sobre todo en algunos filmes polacos, los mejores por cierto sobre el tema.

   Con este comentario y los siguientes apuntes, solo ansío sugerir la lectura de este libro fundamental, más aun en los tiempos que corren, cuando creo necesario recordar el horror, el sufrimiento y las masacres de aquellos millones de personas (mujeres, hombres y niños) inocentes, con el fin de que no se repita aquella barbarie.

   En su prólogo a este libro fundamental: «Bubet-Neumann, la deportada doble», resaltaría el relevante periodista y novelista español Antonio Muñoz Molina:

Para Margarete Buber-Neumann el pacto nazi-soviético tuvo un significado muy concreto, que fue el traslado de un sistema concentracionario a otro, de los barracones y las alambradas y las torres de vigilancia del Gulag a los de los campos alemanes, porque uno de los muchos artículos de aquel acuerdo de vileza era la entrega a Alemania de aquellos ciudadanos del país que hubieran escapado del nazismo y buscado refugio en la Unión Soviética […] Que estos hombres sobrevivan, que los recuerdos y las palabras que dejaron estén vivos todavía, es quizás una prueba alentadora de la capacidad de resistir de la inteligencia, más perdurable que la doble conjura totalitarian que estuvo a punto de aniquilarla en Europa. 

   Y es que la atribulada vida de esta mujer fue siempre harto difícil, en tanto nunca fue protagonista; mas, estuvo demasiado cerca de quienes sí lo eran, «como si hubiera nacido para un destino doble de testigo y víctima inocente».

   Buber es el apellido de su primer marido, hijo de Martin Buber, el filósofo judío de Viena, teórico y programador del sionismo progresista; y mediante su hermana Babette, se relacionará con Willi Munzenberg, eminencia gris de la propaganda cultural en Occidente de la Tercera Internacional. Mas, su segundo marido, Heinz Neumann, sería quien definiría su porvenir, ubicándola primero en la aristocracia del comunismo alemán, y luego arrastrándola consigo en su abrupta ca da hacia el ostracismo y el cautiverio. Y, mientras leía este incambiable volumen, me preguntaba casi con incredulidad: ¿Tan mala suerte tuvo esta mujer? ¿Cómo pudo sobrevivir? ¿De dónde sacó tanta valentía?

   Un hecho decisivo parece haberle otorgado uno de los dones de la creación literaria: la narración. Sería en el campamento alemán de Ravensbrük donde conocería a la mítica Milena Jesenska, quien dos décadas atrás compartiría un amor apasionado y tortuoso con el luego mundialmente célebre Franz Kafka, cuya genial narrativa aun asombra a millones por su magnético simbolismo e irrepetible canon que haría de sus libros, desde su aparición, monumentos de la literatura mundial.   

   Y la personalidad de Milena acrecentaría en Margarete la íntima amistad —sufrimiento y sensibilidad, mediante— con su fraternal «compañera del alma, compañera», parafraseando al gran Miguel Hernández. Claro que tal «afinidad electiva» [v. g. Goethe] de algún modo decidiría su trunco futuro como brillante narradora, pues ambas planificaban escribir el libro al salir de la horrible prisión; pero por la muerte de la novia de Kafka, solo realizaría la tarea Margarete, quien demostrara su gran talento en sus páginas.

   Dividido en diez partes y varios capítulos en cada uno de ellos [¿cuál más estremecedor?]: del primero, «Prólogo de la tragedia» al ultimo, «De vuelta a casa», Margarete va narrando aquella infravida que padeciera día a día en el Inferno dantesco, donde el submundo de maldad fascista logra sacar lo peor de aquellos seres ¿humanos?, entre los que esta admirable mujer —a pesar de estar rodeada de quienes, en el cotidiano sufrimiento, muestran lo más bajo a que pueden descender los infrahumanos— no pierde ni sus más elementales rasgos de bonhomía, lo que acrecienta su humanismo.

   Ya en «La vida es más alegre» [«gran» idea de Stalin, impresas en las banderolas que atestaban las calles moscovitas] inicia su impronta definitoria que, con un estilo sencillo, directo y, en ocasiones, poético, denuncia, quizás con mayor dolor que otras figuras de las letras europeas: Albert Camus: Archipiélago Gulag y André Gide: Retours de l’URSS (Regreso de la URSS), la inolvidada debacle nazi. Leamos, pues, el inicio de ese primer capítulo que evoca, con la sencillez y la brevedad gustada por Hemingway, Azorín u otros narradores de alta valía:

Era el 30 de abril de 1937. Moscú se preparaba para la fiesta del Primero de Mayo. El sol radiante de la primavera rusa inundaba la Ulitsa Gorkovo. Con un paquete bajo el brazo, intentaba abrirme paso a través de la riada humana que avanzaba lentamente. Se estaban probando altavoces colocados en las fachadas de las casas. La «Marcha triunfal» de Aida resonaba con brío en la calle. Quise desembocar en una calleja lateral para no seguir oyendo el estruendo, pero una multitud de hombres y mujeres, vestidos todavía con sus prendas grises de invierno forradas de algodon, se agolpaba en la esquina y ocupaba toda la anchura de la calle para contemplar cómo era izado un gigantesco retrato de Stalin en la fachada de una casa. «¡Si por lo menos no tuviera que verlo!». En cualquier lugar hacia donde dirigiera la mirada había retratos de Stalin. En los escaparates, en las paredes de las casas, en la entrada de los cinematógrafos, siempre la misma cara con el bigote lacio; en la estrecha calleja lateral que conducía a Petrovka, resonaba un vals vienés.

   Y he aquí tres de los valores que descuellan en la prosa de la entonces relevante aficionada a narradora Margareta Buber-Neumann. Sí porque por su brevedad, síntesis y poder descritivo, sus memorias se me antojan una novela biográfica o un testimonio de acertado poder narrativo.

   De esta suerte, el lector va descubriendo con la autora la maldad innata del nazismo y el comunismo, alojados en el fondo de los ¿humanos? seres que, en ocasiones de terror, pueden llegar a la traición, la más baja mendadicad a que arriban ante el espanto cotidiano. Valga el siguiente ejemplo: Cuando Margarette trata de consolar a una anciana a la que, dos días atrás,  han detenido a su hijo mayor Kolia, le dice a Margarette: «El que entra en esta máquina de picar carne jamás sale sano».

   Otro aspecto de interés revelado por la valiente Margarete es el método empleado por los comunistas en las prisiones —luego utilizado también por los fascistas y luego, asimismo, incorporado por el castrismo con los presos políiticos—, que denominaban  los encarcelados: «interrogatorios en cadena»: las llamaban a un interrogatorio, tras dos horas regresarlas a las celdas y al dormirse apenas diez minutos después, llamaban a otro interrogatorio, con el fin de generarles un estado de inseguridad, con el consiguiente daño a su  sique, por lo que no pocas se suicidaban.  

   Sin embargo, quizás por su formación y madurez, Margarete soportará con increíble pero cierto estoicismo, como se advierte en estas memorias o testimonio, la detención del esposo en Moscú, por la NKVD (Ministerio del Interior), aquella «espantosa noche del 28 de abril de 1937».

   Y no lo verá jamás: será asesinado por las huestes fascistas/comunistas, que en la larga marcha, tal la breve y estremecedora novela de William Styron,  asombra por sus caracteres, penetración psicológica e irreductible adhesión a los valores que justifican la permanencia de la humanidad.

   En «Vida, hasta nuevo orden» corrobora una vez más su valor, al narrar que, a la espera durante mucho tiempo que irían a apresarla también, por fin llegan los canallas de la NKVD «[…] con su pregunta ¿Tienen armas? y el registro del cuarto no me asustaron lo mas mínimo?» 

   La gravedad de su situación, como su decisión de no rendirse se comprueban en «Un cumpleaños , al observar la talentosa narradora: «poco a poco fui perdiendo el miedo a las noches, aprendi a dormir sobre las tablas y me aparecieron unas zonas lisas en las caderas […] y los músculos de las piernas se me entumecieron, de tanto tenerlos encogidos». 

   Otro personaje real que no poco me recuerda a mi vida en la Cuba a la que no volver , es Tamara, una sensible poetisa de apenas veinte años, «de ojos oscuros y miembros finos , quien en el circulo literario de su Universidad, donde estudiaba Medicina por complacer a su padre, leyó algunos de sus poemas, entre ellos el «Himno a la libertad», y enseguida «Fue detenida por la NKVD y acusada de “instigación al terror” porque ¿a qu  dictador evocaba en su obra, sino a Stalin? Total, ocho años de campo de concentración en un bloque disciplinario».

   Mas, en medio del sufrimiento, compartía escasos pero gratos momentos con sus compañeras de infortunio, con las que, sotto voce, leían poemas y cantaban canciones, con las que, al menos por varios minutos, hallaban sosiego a sus atribuladas existencias.

   En fin, podría continuar comentando otros momentos de valía, pero ya dije atrás que, con estos apuntes, solo pretendía entusiasmar a quienes me siguen a adquirir este significativo volumen que, por sus valores éticos, literarios e históricos, merece ser adquirido por quienes, además, luchan contra aquel pasado fascista/comunista que hoy intenta dominar el mundo democrático que defendemos.   

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