Mi experiencia con el sistema de salud en España

Por Héctor A. Rodríguez, PhD

Sufrí un accidente doméstico en Miami que me fisuró el radio de mi brazo derecho y dejó heridas que requirieron puntos en el dedo medio de mi mano derecha. Tenía un viaje a España programado en unos días, y los médicos de mi centro en León me recomendaron retirar los puntos allí, ya que solo llevaba siete días de sutura.

Pasados diez días, acudí a un centro médico en Madrid. En el hotel me recomendaron visitar la Cruz Roja más cercana. Me agradó la idea, recordando la Cuba de los años cincuenta, cuando siendo un joven intranquilo me hice varias heridas que requerían puntos en las cejas. Mis padres me llevaban entonces a las Casas de Socorro de la Cruz Roja, ya fuera en Holguín o en La Habana, que funcionaban de manera uniforme y eficiente. Así resolví las lesiones que me provocaba jugando béisbol o baloncesto.

Temprano, a las 8 de la mañana, y con un frío de 7 grados en Madrid, caminé hasta la Cruz Roja de San Bernardo. Mi sorpresa fue mayúscula: hoy en día, esta organización se dedica a la asistencia social, no a atender casos médicos menores como quitar tres simples puntos. Les expliqué que, hace 70 años, ellos mismos habían resuelto accidentes similares. Mi indignación aumentó al recordar mis donaciones a la Cruz Roja Americana, que incluso me otorgó un carnet de miembro. Hasta el día de hoy, no donaré un centavo más a esta Cruz Roja «globalista», que ahora desvía fondos para asistencia social en lugar de curar heridas. Allí vi a cuatro árabes «recibiendo ayuda social». Parece que ahí es donde terminan los impuestos de los españoles, y hasta mis propias donaciones internacionales.

Molesto por ese mal comienzo del día, buscamos un hospital cercano y llegamos en taxi, ya que no conocía las rutas de autobús. En el hospital, la primera pregunta en el área de información fue: «¿Tiene cita?». Les expliqué que era turista, que venía de Miami y solo necesitaba quitarme tres puntos. Sin embargo, me repitieron el protocolo: «¿Tiene cita?». Respondí que no. Me indicaron que debía ir a urgencias y sacar una cita.

En urgencias, la sala de espera estaba abarrotada, con unas 20 o 30 personas. Me resigné a que sería imposible avanzar rápidamente. Pregunté si al menos había baños disponibles sin cita, y me señalaron el final del pasillo. De camino, intercepté a un doctor y le expliqué mi situación. Me respondió que era oncólogo y no podía ayudarme. Más adelante encontré a otra doctora, a quien también relaté mi caso. Ella, más conocedora del sistema, me indicó que fuera al departamento de atención privada.

¡Eureka! Ese departamento contaba con un área internacional. Me pregunté por qué, si ese servicio existía, nadie en información ni urgencias me lo había mencionado. Parecía otro ejemplo de la ineficiencia propia de los sistemas de salud públicos con tintes socialistas.

En el área privada, expliqué nuevamente mi situación. Después de hacer las gestiones correspondientes, llamaron a urgencias para obtener la aprobación del procedimiento. Me informaron que el costo sería de 125 euros, lo cual acepté inmediatamente. Tras pagar, una amable trabajadora me llevó a urgencias, donde me asignaron un turno. A los diez minutos, me llamaron dos jóvenes, a quienes expliqué por enésima vez mi caso. Luego de evaluarlo, me pidieron esperar nuevamente.

Media hora después, finalmente me atendieron. Dos profesionales mayores, probablemente enfermeras o doctoras, me escucharon por última vez. Tras observar mi dedo, confirmaron que la herida estaba cerrada y seca. Procedieron a retirar los puntos con habilidad, utilizando pinzas y bisturí. Aplicaron mertiolate y me recomendaron dejar la herida al aire, asegurándome que en un par de días estaría completamente curada. Agradecido, me despedí deseándoles feliz Navidad.

Mi esposa me esperaba fuera, impaciente, ya que todo el proceso tomó más de una hora. Gracias al sistema privado pude resolver mi problema, pues el sistema público español, como suele ocurrir en regímenes socialistas, es ineficiente y desesperantemente lento.