Memorias de la Habana muerta (La economía unerground)

Por Andreus Cortés

En febrero del 2012 viajé a La Habana en son de un problema familiar. La Habana queda a 900 kilómetros de mi ciudad natal, donde aún viven mis padres. Un viaje por cuatro días, salí domingo de Miami y regresé miércoles. En el aeropuerto de La Habana nadie me esperaba. Sin contratiempo pasé emigración, tomé el equipaje después de aduana y camino hacia la puerta de salida una oficial me pidió los documentos migratorios (pasaporte) y un libro que sostenía bajo el brazo (Erótica). Entró en una oficina, y sin haber pasado dos minutos salió, me entregó los documentos y «buen viaje». Tomé un Taxi particular hasta Centro Habana, llegué al hotel Lincoln donde me esperaba mi hijo, su mamá y abuelo. Al día siguiente fuimos a la embajada de España con el fin de testificar la adopción de la ciudadanía española del menor (como supone la Ley de Memoria Histórica) Ellos se regresaron a Oriente el mismo lunes por la noche. El marte lo dediqué a caminar todo el día por Centro Habana.

En una libreta de apuntes fui escribiendo mis observaciones sobre la realidad acontecida (el brillo de la gente, las relaciones interpersonales, el trasiego masivo de transeúntes en las calles, la psicología colectiva, el desbarajuste económico, el funcionamiento del comercio interno, los precios de los productos en el mercado no oficial y el funcionamiento económico de los negocios por cuentapropia.) Saltó a mí de pronto la primera pregunta, tan solo caminar media hora: si este sistema económico cuasi feudal crea una tendencia, por qué se mantiene sobre la base de un modelo fallido. Mis apuntes trababan en la medida del paso de las calles habaneras un paisaje desolador, casi dostoievskieano, a las usanzas de una «Habana muerta».

Así fue como percibí el «capitalismo socialista» que discurría por las calles de La Habana en aquel día. Al hacerme la pregunta, apareció de súbito en Galiano el mismísimo Maurice Godelier, ayudante y discípulo predilecto del eminente antropólogo Lévi Strauss. Godelier tuvo la «dicha» en los años 70s de publicar con la Editorial Ciencias Sociales un libro, cuyo clásico dentro de la antropología económica circuló por todo el mundo: «Racionalidad e irracionalidad en la economía» se titulaba el doctrinario texto.

Godelier me posibilitó al instante la primera advertencia, casi una respuesta: «para que exista un sistema económico en orden debe darse en una estructura económica específica, en una relación entre economía, sociedad e historia». La advertencia fue puntual. La «economía» por sí sola no puede explicar las complejidades de un «sistema económico», trátese de esclavista, feudal y capitalista.

Fue entonces cuando mis observaciones sobre la economía urbana habanera comenzaron a proyectar apuntes desde un antropólogo que recoge el dato factual, la etnografía simbólica de la relación eco-nómica, y tratar de desarrollar una teoría que, bajo una hipótesis meridiana, intentara corroborar la intensidad en la temporalidad de la relación. La ciudad de La Habana podía estar y bajo el influjo de un mercado interno en ebullición, pero que se margina a merced de la «irracionalidad económica» y emerge muy aparte de cualquier política económica estatal. La irracionalidad que mis apuntes logran alcanzar se nota diáfanamente en la estructura de los precios en el mercado no estatal.

Esta estructura de los precios de los productos básicos –solo por mencionar una sub estructura económica en acción– de ese mercado interno iba regida por el hecho de que no sobrepasa el límite del valor de la moneda convertible. Los precios de los productos de primera necesidad se determinaban imaginariamente en ese límite (25 pesos=1 dólar), habida cuenta el mercado consumidor no vía la diferencia entre salario y valor representativo del salario respecto a la moneda convertible.

Los consumidores no veían la diferencia en el acto de la compraventa. Por ejemplo, el precio de una libra de arroz de 15 pesos moneda nacional, una libra de carne de puerco 25 pesos. Ninguno de los valores establecidos para cada producto de primera necesidad –digamos, por libra o unidad– sobrepasa el límite del valor del peso nacional respecto a un peso en moneda convertible (25 pesos=1 CUC). Aunque los precios eran en moneda nacional, se establecían por mediación del valor de la moneda convertible. La sociedad habanera, como todas las de la isla, iba adaptándose, según vi, a esa simbología mercantil “irracional”.

Desde luego, sucede en todas las sociedades donde el mercado interno comienza a establecer cierto patrón en las relaciones mercantiles, y donde el Estado es todavía fuerte y ejerce el poder en la economía. Esta idea de la “irracionalidad”, paradójicamente, que no deja de ser racional en una economía de intercambio interno, sobre todo en economías donde el Estado predomina y domina sobre el cuerpo de la economía, se convierte en una dinámica económica que provoca en sí misma cierta separación respecto al control estatal. El mayor flujo de personas que transitaban por las calles intervienen en las operaciones del mercado interno de productos básicos, que si bien es «legal» mantiene la marca, el sello «unerground».

Un mercado legal sobredimensionado. Pues se trataba –la fenomenología de los apuntes lo corrobora- de una lucha frente sobre el control de los precios, no solo a través de los valores de los productos, sino intentando escapar del control que ejerce el Estado sobre la economía. Hay otro hecho interesante que sobresale en mis apuntes da cuenta de que la llamada “irracionalidad económica” por ahora no produce riqueza y, sin embargo, va estableciendo un mercado cuya clase social a la larga avizora una estructura y un funcionamiento visible en la futura formación del capitalismo en Cuba.

De pie frente a una tablilla de precio, en un banquillo donde se vendía arroz, viandas, hortaliza, se me apareció en cuerpo presente el polaco Wiltold Kula. Alguien de la cola, llegado su turno, pidió comprar 3 libras de arroz. Kula sonrió al ver que el vendedor usaba un jarro y maniobraba la romana para despachar el arroz. Por ahora, de acuerdo a los datos y la mentalidad de los habaneros en las calles, el mercado no estatal se sobreponía a través de un funcionamiento simbólico, no racional, al margen de los sistemas de economías capitalistas. Kula bajó la cabeza y expresó: «el hombre es la medida de todas las cosas».

Quede intrigado. Miré al despachador, una sonrisa irónica se decantaba de sus labios. Algo queda oculto. La «irracionalidad» cabía muy bien en otros aspectos que trataremos de narrar en otra sección de estos apuntes de la Habana muerta. Que la «racionalidad» de un sistema en quiebra no contribuya eventualmente al desarrollo de los precios y la productividad del trabajo, sino mediante la forma y el modo de ganar ganancia monetaria oculta –me fue diciendo Kula al paso de un estanquillo a otro- en lo que se refiere a una reminiscencia feudal antisistema métrico decimal. Así funcionan los sistemas económicos precapitalistas – adujo Kula.

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