¿Marx proto-antisemita?

Por Rogelio García

¡Vaya espectáculo! La biblioteca antigua parecía el escenario perfecto para un drama lleno de debates acalorados. Los libros, testigos mudos, veían cómo un grupo se reunía en torno a Mitos Antisemitas: Una Antología Histórica y Contemporánea, como si estuvieran a punto de presenciar un thriller intelectual.

Julio Beitía, con su tono que intentaba ser de lo más convincente, desafiaba esa idea que había estado dando vueltas sobre el supuesto antisemitismo de Marx. Hablaba con una convicción que podría competir con cualquier abogado en su mejor momento. ¡Era como si estuviera desenterrando el Santo Grial de la verdad! A su lado, otros se lanzaban al ruedo intelectual, respaldando sus argumentos con referencias dignas de una tesis doctoral.

La estrella de la función era el Sobre la Cuestión Judía de 1844, un texto que parecía ser el protagonista indiscutible de este drama filosófico. Se desmenuzaban palabras y frases, como si estuvieran tratando de encontrar oro en una mina abandonada. ¿Era Marx simplemente un maestro del sarcasmo? Algunos decían sí, mientras otros parecían haber olvidado el manual del sarcasmo y veían las palabras de Marx de manera más literal que un diccionario.

En el vibrante escenario intelectual, donde las ideas colisionan y los mitos danzan en el aire, surge la voz del erudito Arnaldo Ñil. Este individuo, empeñado en desentrañar la madeja de la historia, sostiene con firmeza que acusar a Marx de antisemitismo es un error tan común como perderse en un laberinto de espejos.

Juaco Fosa, imbuido de coraje intelectual, se alía con Ñil, el valiente caballero que blandió su espada dialéctica para derribar el mito del antisemitismo en la figura del formidable Marx. «¡Desmentid el mito!», clamaba Ñil, agitando sus argumentos como estandartes en una batalla de interpretaciones.

Pero, ¿dónde reside la verdad en este enigma? ¿Es acaso la habilidad de leer a Marx una hazaña reservada para los eruditos más avezados? El ensayo incendiario de Marx, titulado Sobre la cuestión judía, ondea como una bandera en la brisa del debate. En sus páginas, se arremolina una tempestad de palabras, donde el comercio es la religión y el dinero, su deidad suprema.

«¿Cuál es la religión mundana del judío? El comercio. ¿Cuál es su dios mundano? El dinero…» Así comienza el revuelo de palabras, un juego de espejismos y alusiones que desafía las interpretaciones simplistas. El dinero, celoso y omnipresente, se erige como ídolo indiscutible. ¿Pero es acaso una condena o un análisis incisivo de la sociedad?

Víctor Quintana, tratando de desentrañar el código marxista, piensa que Marx es como un chef obsesionado con la mezcla: quiere que todos los ingredientes culturales se integren en una gran sopa humana sin sabores individuales. «¡Nada de identidades étnicas o culturales separadas en el menú de la humanidad emancipada!», proclama con aire académico.

Pero luego llega Dino Fortunato con su resumen directo al grano: Marx básicamente dice que los judíos deben hacer el truco del mago y desaparecer como identidad para alcanzar la libertad. ¡Abracadabra, judíos, y voilà, libertad!

Y luego, aparece el famoso Armenio, que ve el ensayo de Marx como una caja de Pandora antisemita: ¡una mezcla perfecta entre teoría filosófica y el manual de los protocolos de los sabios de Sion! No falta la opinión incisiva de Agustín el Mulo, que señala cómo Marx, de manera sutil, pero contundente, dejó caer unas cuantas líneas que podrían estar en el guion del peor estereotipo antisemita.

Y claro, no podemos olvidar a Don Machete, quien mira fijamente el ensayo y ve el reflejo de la antigua maldición del «judío codicioso» en cada palabra escrita por Marx. ¡Como si fuera un Sherlock Holmes del antisemitismo!

Pero, oh sorpresa, el profesor Beitía aparece en escena y desempolva su capa de defensor de Marx. Para él, las opiniones de Marx son simplemente brillantes y un tanto irónicas. Según él, Marx estaba discutiendo sobre la «dominación práctica del judaísmo sobre el mundo cristiano». ¿Será que Marx estaba jugando al escondite filosófico?

En fin, el profesor Beitía parece estar invitando a una partida de adivinanzas. ¿Quizás Marx estaba jugando al gato y al ratón con la ironía? Es un misterio que el profesor Beitía podría intentar resolver, aunque la brillantez irónica de Marx a veces puede ser como un acertijo en un laberinto oscuro y lleno de contradicciones.

Era Marx, hábil equilibrista de las ideas, y desliza su pluma sobre la realidad para revelar la ilusión que se teje en torno a los dioses humanos. «La quimérica nacionalidad del judío es la nacionalidad del comerciante», proclama en su retórica afilada como una espada.

Así, en esta danza de palabras yuxtapuestas, la verdad se desvanece entre las sombras de la interpretación. La obra de Marx, un lienzo donde la crítica social y la ironía se entrelazan, desafía a aquellos valientes que se aventuran a descifrar sus enigmas y a desentrañar los mitos que acechan en sus páginas.

Pero, como en todo buen drama, no faltaban las voces discordantes. Armenio y Las brujas del Sión aparecían como los antagonistas, señalando con dedo acusador que Marx no solo jugaba con estereotipos, sino que también se le había pasado la mano con nociones antisemitas clásicas. ¡Menuda sorpresa!

Y ahí no paraba la cosa. La correspondencia de Marx, que parecía ser el cotilleo más jugoso del momento, revelaba sus comentarios despectivos y llenos de prejuicios raciales. ¡Oh, qué intriga! La imagen de Marx como un bromista ingenioso empezaba a resquebrajarse.

Y entonces, como si estuviéramos en una película de suspenso, se revelaba El Préstamo Ruso, un artículo publicado en el New-York Daily Tribune el 4 de enero de 1856, donde Marx soltaba unas perlas de comentarios acerca de los judíos. ¡Vaya escritura! Sus palabras eran como balas, acusando a los judíos de todos los males del mundo. Las palabras que emergían de aquel escrito eran un torrente de acusaciones, una diatriba que señalaba a los judíos como los manipuladores detrás de cada tirano, los artífices de la opresión y el saqueo.

El texto era sorprendente. Marx no escatimaba y decía que en los intrincados hilos del poder y la opresión, cada tirano parece tener su fiel respaldo, ¿verdad? Como esos tíos molestos que siempre aparecen en las reuniones familiares. Resulta que cada papa tiene su propio jesuita de confianza, como si fueran una especie de accesorio papal imprescindible. Esos anhelos de dominio serían cómicos si no fuera por el equipo dinámico de jesuitas dispuestos a sofocar las ideas y unos cuantos judíos listos para vaciar bolsillos como si fueran magos especializados en hacer desaparecer monedas.

Y Marx recalcaba: Y claro, el trabajo real, la labor de titanes, recae en los hombros de esos astutos judíos. Solo ellos, con su monopolio de la maquinaria de préstamos y su talento para el comercio de valores, son los artífices de la danza financiera. ¿Dónde hay capital suelto buscando inversión? Siempre hay uno de esos pequeños judíos con una sugerencia o un préstamo bajo la manga. Ni el bandido más avezado en los Abruzos podría igualar su destreza para encontrar dinero en el maletín de un viajero. El lenguaje que se habla parece una torre de Babel, y el aroma que impregna el aire… definitivamente no es de los más agradables. Esos préstamos, maldición para el pueblo, ruina para los propietarios y dolor de cabeza para los gobiernos, resultan ser la bendición suprema para las casas de los hijos de Judá. Esos prestamistas judíos son tan peligrosos para el pueblo como los terratenientes de la aristocracia. Sus fortunas pueden ser inmensas, pero los estragos que causan al pueblo y el impulso que le dan a sus opresores son solo la punta del iceberg.

La ironía del destino parece que no tiene límites. Hace más de un siglo y medio, ¡sí, en 1855!, Marx lo decía citando párrafos bíblicos, resulta que Cristo expulsó a los cambistas judíos del templo. ¿Y qué encontramos en nuestros tiempos? Los cambistas aliados con la tiranía. ¿Coincidencia histórica? Puede ser. Pero los judíos prestamistas de Europa hacen a una escala más grande lo que otros hacen en pequeñito y sin tanto alboroto. Es solo que son tan eficientes en lo que hacen que es necesario señalarlos y estigmatizarlos.

Curioso, ¿no? Marx, ese hombre de muchas palabras, parece haber dejado fuera de la lista de sus escritos para el New York Daily Tribune un artículo sobre El préstamo ruso. Cuando los defensores del antisemitismo de Marx se quedan sin respuestas, parece que deciden simplemente ignorar lo que no encaja en su narrativa. ¡Qué sorpresa!

Cuando se considera a Marx y sus puntos de vista hacia los judíos, uno debe ir más allá de su ensayo; también es necesario considerar su correspondencia. Marx usó a los Bambergers para pedir prestado dinero, pero mostró desprecio por ellos. De manera despectiva, se refirió al padre e hijo como «Judío Bamberger» o «pequeño Judío Bamberger». Similarmente, Spielmann, cuyo nombre aparece frecuentemente en la correspondencia entre Marx y Engels, fue referido como «Judío Spielmann».

La biblioteca se transformó en un escenario de batalla intelectual. Mientras unos trataban de convertir a Marx en un genio del sarcasmo, otros lo pintaban como el villano de la historia, ¡un supervillano intelectual con tinta en lugar de superpoderes! Entre debates y libros, la figura de Marx quedaba enredada en un enredo de opiniones opuestas, revelando las profundidades oscuras de su pensamiento y su pluma.

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