MANUEL VÁZQUEZ PORTAL: LA VERDAD CONTRA LA MENTIRA DEL CASTRISMO

Por Waldo González López

«El mercado del libro viejo en la Plaza de Armas me puso en contacto con el verdadero rostro de la realidad cubana. Sumido como estaba el mundo de […] las fábulas jamás hubiera podido columbrar las dimensiones de la tragedia nacional.»

                                                                                     M. V. P. 

La crónica —lo he afirmado en varias ocasiones— es mi «género» periodístico preferido, por ser el más próximo a la narrativa. De ahí, asimismo resulta, literatura por su «afinidad electiva» (v.g. Goethe) con el relato y el cuento; por ello, grandes narradores han escrito y publicado no solo crónicas, sino libros que las reúnen. Entre otros, recuerdo ahora dos Premios Nobel: el portugués José Saramago (publicó seis libros con las suyas) y el colombiano García Márquez (también varios), quienes marcarían pautas en esta categoría.

   Este introito viene a cuento por el volumen de crónicas Memorias de la Plaza, del poeta, narrador y periodista Manuel Vázquez Portal, recién aparecido por la Editorial Primigenios, con edición y atractiva cubierta de Eduardo Rene Casanova, y prólogo del poeta Manuel Sosa.

   Uno de los aspectos singulares del libro es que, dividido en dos partes (la primera tiene 29 capítulos, y la segunda, 20), aparecen seguidas como capítulos con números romanos, y tal continuum, transforma el volumen en una suerte de inesperada ¿novela testimonio?, lo que corrobora mi aserto de arriba sobre el nexo entre crónica y narrativa. Y he aquí su primer mérito.

   Ahora bien, asimismo, la primera mancha editorial —«que hasta el sol las tiene» (dixit Martí)— es la carencia de un necesario índice, pues la división solo aparece al final del primer capítulo, señalada por el propio Vázquez Portal, al pie de página, donde escribe: (Fin de la primera parte).

   Otro aspecto es la emoción —Pathos, sentimiento y vínculo  hermanador con la lectura— que engrandece la segunda parte, porque es entonces cuando el poeta y narrador se enardece con la memoria en filo, pues el recuerdo se torna vivido, casi vívido por cinematográfico, porque con furia sale a flote, rasgando el fluir del pensamiento, como las temibles bandadas de los pájaros de Hitchcok, en el inolvidable filme del icónico realizador.

   Al margen de tales «señalamientos», subrayo varias virtudes de Memorias de la Plaza que convierten su lectura en el ansiado placer que esperan quienes se disponen a disfrutar nuevos/buenos títulos. Por solo subrayar algunas, a modo de evocación:

-La cultura literaria del autor, revelada en su escritura que vence y convence a los más exigentes (entre los que se haya este crítico).

-La ingeniosidad, los neologismos, la ironía y el humor inteligente, ganancias de su prosa culta ¿acaso posmoderna?

-La nostalgia que, tal canónico sesgo, aparece en cualquier página y luego se oculta, para resurgir poco después, dotando de más saudade al volumen.  

-La válida ambigüedad del título Memorias de la Plaza, que para al lector cubano lo remite enseguida a la Plaza de la Revolución, cuyo real nombre: Plaza Cívica, cambiara el tirano Castro, apenas llegara con engaño al poder. 

   Y, en particular, dos cualidades que subrayo:

-La capacidad confesional, en ocasiones asombrosa.

-La poesía inserta en las 168 páginas que llegan, incluso, a la contenida emoción [«sin emoción no hay poesía», diría su/nuestro amado Martí], sobre todo en la segunda parte, donde el poeta Manuel salta sobre el narrador Manuel y el periodista Manuel, completando el placer propuesto al inteligente lector en este viaje hacia dentro, dimensionado por no pocos momentos propuestos por el «humano, demasiado humano» discurso del autor y su consiguiente aprobación por el complacido receptor, quien así culmina este viaje mágico y maravilloso, por decirlo con la clásica canción de The Beatles, título además de su álbum Magical Mystery Tour y de su filme homónimo.

   Tristes recuerdos, me evocaron las páginas del valioso volumen, entre otras las que narran el momento en que angustiado colegamigo, debió vender sus miles de volúmenes en la Plaza de Catedral de La Habana, para no morir de hambre en su breve apartamento, donde convivía desde décadas atrás con su esposa e hijo.

   Y no fue para menos, pues recordé el triste 2010, cuando en vísperas de nuestro exilio miamense, debí vender mi querida biblioteca durante décadas, atesorada con miles de libros de diversas materias, que ocupaban varias habitaciones, primero, en nuestra casa de Boyeros y, luego, en los 3 apartamentos que habitamos en la capital, entre 1982 y 2011.

   Mas, regreso a Vazquez Portal, quien no oculta la saudade que lo agobiara:

Fue la primera vez que eché de menos mis libros. Vi las paredes aun manchadas por los anaqueles que eliminé a medida que se vaciaban, y un sentimiento de manquedad se apoderó de mí. Ya no tena libros ni tenía dinero. Había llegado un momento terrible. […] En aquellos anaqueles, muchos de los cuales me habían acompañado por más de treinta años, reposaban libros de un valor sentimental que ningún dinero hubiera podido pagar a no ser por la urgencia con que el Período Especial golpeó a sus páginas. Entre ellos muchos de los que mis amigos escritores me habían autografiado. Sentí como si mi vieja bibliomanía se volviera contra mí para cobrarme muy caro mi deslealtad. ¿Qué había hecho con mis mejores cómplices, mis mejores consejeros, mis mejores maestros? […] me sentí el ser más extraviado del mundo. […] me afligía tanto la certidumbre repentina de la irreparable pérdida de mis libros que estuve convencido […] de que serían una cicatriz imborrable en mi recuerdo, que cargaría siempre como un fardo de culpas, de remordimiento.     

   La honestidad devendrá una suerte de autorretrato monológico, pues tras la máscara de jodedor contumaz asumida para que la banalidad, la insania y la ordinariez no lo magullaran demasiado, escondería siempre un empedernido y doloroso romántico. Tal ha sido —confiesa— su manera de que los fantasmas que lo asediaran no atacaran a las personas que ama. En consecuencia, sobre el cúmulo de miserias, agonías, sufrimientos que muchas veces le impondría la cotidianidad, volcaría un torrente de bromas para, si no podía evitar, sí al menos aliviarlas.

   Y, al evocar ese tiempo tan complejo, le llegan «relámpagos de recuerdos», cuando se mantuvo escribiendo: […] «la forma más honrosa que tuve a mano para defender mis derechos. […] Uno puede retirarse de cualquier empleo, pero la memoria no se retira. Cada día, quizás por añoranza, quizás por nostalgia, la Plaza se asoma a mis recuerdos. Es como un remanso que me sirve para refugiarme en momentos más agradables que los presentes.

   Así, mientras esperaba la ansiada salida al exilio, prisionero bajo la crueldad de ese «régimen que es dueño de la tierra, el mar, el cielo y cuanto ganado animal lo pueble», el poeta sufriría, a la espera, que los amos le «concedieran la carta de manumisión. Solo que no era un esclavo manso pues se había revelado. Lo castigaban con el cepo de lo que ellos llaman “la tarjeta blanca” y que debió pagar para obtenerla al tirano entonces aun vivo —mas, por fin, muerto en el 2016, desde cuando yace bajo la terráquea Piedra, jamás lunar, tal la novela homónima de Wilkie Collins—.

   En consecuencia, tras las rejas de la Isla Prisión, Gulag […] «que sería mi cárcel; mi casa, la celda de aislamiento». Debía prepararse para una condena de la que ni imaginaba siquiera cuáanto duraría. A partir de ese momento, asumiría su posición de preso. Leer y escribir eran sus únicas posibilidades. «Sabía que estaba privado de todos mis derechos civiles, políticos y humanos».  

   Mas, al evocar aquellos idus de marzo, jamas olvidaría aquel complejo tiempo cuando estuvo sumido en la cultura de la sobrevivencia, que, sin embargo, no sería en vano, pues no constituiría

una experiencia humana desagradable. Todo lo contrario. Aprendí que la solidaridad entre las personas no debe ser excluyente, que en todos los estratos hay valores muy auténticos y reconfortantes para el espíritu, que la mayor parte de ellos estaban moralmente en desacuerdo con sus oficios, pero que la realidad se los imponía como una tabla de salvación.     

   Asimismo, su peligrosa labor como periodista independiente, si bien sería un aliciente, poco le proporcionaría en lo económico, tal le sucedería a colegas que ocuparan las nuevas vías de la información: El Buró de Prensa, dirigido por Yndamiro Restano; Habana Press, por Rafael Solano; APIC, por Néstor Baguer; Cuba Press, por Raúl Rivero…

   Mas, aun en medio de su difícil situación, jamás perdería el buen humor que le conozco desde que alguien, ¿quién? nos presentara décadas atrás, cuando amisté con el probado escritor cubano, que ahora me/nos emociona a tantos, a muchos, a todos, con la honda lectura de este libro que, si bien, distinto, no me resulta tan distante de otro esencial volumen de memorias sobre la cárcel: Contra toda esperanza, de Armando Valladares, el admirable patriota y poeta cubano que conocí en Miami, pocos años atrás, gracias a mi amiga Vivian Pérez, quien nos tomara una foto que conservo con orgullo.

   En el capítulo wwwiv, Vázquez Portal confiesa una verdad que bien conocen los ¿cientos o miles? de presos polticos cubanos que, durante años, han sufrido y aun sufren tras las rejas en las infames ergástulas castristas:

Convencido de lo que se proponían las fuerzas represivas cubanas, me preparé para resistir de la mejor manera. Me iban a sumir en la incertibumbre, en la espera desasosegada. Deseaban que mi vida fuera un embobecedor fluir sin proyectos a ningún plazo, una existencia expectante, dependiente de sus arbitrios y manipulaciones.

   Cualquier persona sometida a una prolongada demora de sus planes, después de una decisión trascendente para su vida, es presa fácil de la impaciencia, de la desesperación, de la imprudencia, del error incorrigible.

   Contra eso tenía que luchar.

   La tortura físicqa es cruel y dolorosa, y hasta puede conducir a una muerte rápida que, a veces, en el clímax del sufrimiento, se desea más que seguir soportando.

   La tortura sicológica es apacible, lenta y despiadada, propia de un sadismo más refinado, que no busca el dolor o la muerte repentina, sino el desequilibrio, la inestabilidad, la pérdida de la fe, de la autoestima y, sobre todo, es más difícil de denunciar frente a un tribunal, ya legal, ya ético o histórico. 

   Por supuesto, no ignoraba que ellos son dueños de todo el poder para martirizarlo cuando se les antojara, pues disponen con la fuerza necesaria para aplastar a la ciudadanía que se les oponga dentro del país, en tanto «son un engranaje demoledor de cuanto vestigio de civilidad y democracia surja dentro del pueblo cubano. Pero olvidan que existen en el mundo seres, no sé si románticos o simplemente tontos, que prefieren la locura o a muerte antes de ser doblegados.»     

    También estaba la praxis vital cotidiana que, entre otras cosas, sirve para aprender el duro oficio de la existencia, asignatura que se aprende día a día, en el fragor de la desesperación por la sobrevivencia. En consecuencia, escribe: «Las heridas físicas sanan rápido y hasta se olvidan con facilidad. Las heridas morales suelen ser más sanguinarias. Sedimentan en la conciencia una carga de impotencia que, de no saberlas sobrellevar, puede aplastar».

   Sin embargo, el libro carga con aun mayor fuerza e ímpetu hacia los tres capítulos finales: el XLVIII, LIX y el L), en los que el autor sale de comedimiento y, guiado por su amado Martí, repite con las sentencias de Aquél: «¡Recuerdos hay que queman la memoria!» y «Tristes, sombríos, lastimeros recuerdos son estos que al calor de mi idea constante me presta la memoria!»

   Y es entonces, en el L, cuando Manuel Vázquez Portal, tal una liturgia, va anunciando/denunciando, como en un canto llano, lo que conocemos, quienes sabemos porque lo vivimos y no porque vinimos a este país solo por las carencias de hasta lo esencial para sobrevivir, sino, sobre todo, huyendo de la opresión y la falta de libertad, afanosos tras la necesaria y libre expresión.

  Así, con una veintena de preguntas cuyas respuestas bien conoce porque se desviviera tras las rejas de la prisión y las de la mayor, la Isla Cárcel, acusa y recusa el cinismo, la falsedad, la vileza, la cobardía y otras canalladas del felizmente muerto asesino y su secuela que ahora, de manera increíble, pero cierta ¿parece? apoyado por el gobierno de este gran país.

   Mas, ya concluyo, no sin antes recomendar a viva voz la pronta lectura de este hermoso y necesario volumen de denuncia al desgobierno de la Isla Gulag que, durante más de seis décadas, continúa mutilando los más elementales derechos de los cubanos de la otra orilla.    

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