Por Ángel Velázquez Callejas
Nota introductoria
La neurosis de Lord Chandos y la secesión cultural en Wittgenstein
Ludwig Wittgenstein, uno de los filósofos más influyentes del siglo XX, dedicó gran parte de su vida a la escritura de reflexiones fragmentarias que conservó en cuadernos. Estas anotaciones, a menudo dispersas y aparentemente desconectadas, han sido objeto de múltiples interpretaciones a lo largo de los años. En particular, las notas reunidas bajo el título Cultura y valor representan una ventana a sus pensamientos sobre los aspectos más humanos y menos técnicos de su filosofía. Estos escritos revelan su preocupación por temas como la religión, la música, la arquitectura, la naturaleza de la filosofía, el espíritu de la época y la importancia de las secesiones culturales, entendidas como rupturas necesarias en el desarrollo de la cultura.
Wittgenstein no solo fue un filósofo comprometido con la precisión, sino también un pensador que exploró los límites del lenguaje y su capacidad para capturar la realidad. En su obra, el acto de pensar no era simplemente un proceso lógico, sino una travesía intrincada a través de formas dispersas de pensamiento, que él mismo describía como una «monstruosidad oscura». Esta búsqueda implacable de exactitud lo llevó a un estado de introspección profunda, que algunos comparan con la neurosis de Lord Chandos, un trastorno literario que refleja la incapacidad de articular con palabras las conexiones del mundo y de creer en la verdad de esas conexiones.
La vida de Wittgenstein es un testimonio de la lucha entre el deseo de comprensión y la realidad de la incoherencia. Sus escritos, en muchos sentidos, reflejan esta batalla interna, ya que a menudo se presentan como frases aisladas, fragmentos de un pensamiento que no logra cohesionar en un discurso continuo. Sin embargo, es precisamente esta fragmentación la que otorga a su obra una profundidad única, revelando su lucha constante por capturar lo inefable. Wittgenstein, al igual que Lord Chandos, llegó a un punto en el que las promesas de su intelecto se desvanecieron, llevándolo a retirarse a una vida más simple en el campo, lejos del bullicio intelectual de Londres.
Sus contemporáneos, que habían celebrado la agudeza de su pensamiento y la elegancia de su escritura, esperaban que, desde su retiro en el campo, Wittgenstein les enviara una obra poética o filosófica definitiva. Sin embargo, lo que recibieron fue silencio y ausencia. Para Wittgenstein, la realidad se había convertido en una experiencia tan intensa y singular que el lenguaje resultaba inadecuado para capturarla. La riqueza de cada objeto y cada momento, desde la piedra en el camino hasta la pradera que se extiende ante él mientras cabalga por el campo inglés, se tornó inexplicable mediante las convenciones del lenguaje. Así, lo que antes podía ser descrito con palabras se transformó en un misterio insondable, que lo llevó a abandonar la literatura y el discurso convencional en favor de un silencio contemplativo.
Este silencio no era una renuncia a la vida intelectual, sino una aceptación de los límites del lenguaje y de la capacidad humana para capturar lo real. Wittgenstein se dio cuenta de que lo vivido no podía ser sustituido por lo expresado; que la realidad, en su complejidad y plenitud, escapaba a las palabras. Este reconocimiento lo llevó a la convicción de que lo real se convierte en silencio no por falta de voces o sonidos, sino porque el lenguaje es incapaz de expresar la sinfonía profunda de la vida. En este sentido, Wittgenstein se acercó a la figura de Lord Chandos, quien también experimentó la distancia entre la realidad y las palabras, optando finalmente por el silencio como la única respuesta auténtica.
A pesar de su retiro y de su rechazo al discurso tradicional, Wittgenstein no ha sido olvidado. A solo medio siglo de su muerte, su figura se ha convertido en un mito intelectual del siglo XX. Su vida y obra representan un desafío a las convenciones filosóficas y una revalorización de la distinción entre la filosofía civil y la monacal, una distinción que parecía haber sido superada desde la Revolución Francesa. Sin embargo, Wittgenstein nos recuerda que esta distinción sigue siendo relevante, especialmente cuando consideramos su enfoque filosófico como una forma de vida más que como un sistema cerrado de pensamiento.
El filósofo Peter Sloterdijk señaló que Wittgenstein nunca logró escribir un texto continuo en el sentido tradicional. A lo largo de su vida, Wittgenstein se enfrentó a la dificultad de unir frases en un discurso coherente, y ningún problema lo conmovió más profundamente que la imposibilidad de pasar de la descripción de hechos a la formulación de oraciones éticas. Esta dificultad refleja la lucha de Wittgenstein con las limitaciones del lenguaje y su capacidad para capturar la verdad. Su obra, compuesta por fragmentos y anotaciones, es un testimonio de esta lucha y de su incapacidad para conformarse con soluciones fáciles.
Si miramos retrospectivamente la recepción de la obra de Wittgenstein, podemos ver cómo su impacto ha sido profundo tanto en el mundo anglosajón como en la filosofía continental. Wittgenstein inoculó al mundo angloamericano con la «locura de la diferencia ontológica», incitando a los empiristas pre-críticos a sorprenderse no solo de cómo es el mundo, sino de que el mundo exista en absoluto. Al mismo tiempo, su enfoque estilístico y preciso contagió a la filosofía continental, provocando una serie de nuevas corrientes en la escuela analítica. A pesar de sus rigores lógicos y de sus parcialidades humanas, la intensidad de Wittgenstein ha dejado una marca indeleble en la historia de la filosofía.
La influencia de Wittgenstein va más allá de su obra escrita. Su vida misma es un testimonio de la lucha por mantener la cordura en un mundo que parece constantemente al borde del caos. La historia de su vida y su pensamiento es la historia de un intelecto que intenta comprender su lugar en el mundo, mientras enfrenta los desafíos de un lenguaje que siempre parece insuficiente. Los contemporáneos de Wittgenstein lo percibían como una figura severa y laboriosa, alguien que requería una concentración continua en sus principios de orden para no perderse en la confusión del pensamiento. Esta percepción no era infundada, ya que Wittgenstein habitaba en las fronteras del ser, luchando por mantener el orden del mundo en los espacios vacíos entre frases.
La emergencia del fenómeno Wittgenstein en una época de filosofías políticas y de ilusiones combativas puede interpretarse como un resurgimiento de un pensamiento que busca distanciarse del mundo para reflexionar sobre él desde una posición de retiro. La obra de Wittgenstein, aún luminiscente, y la esquiva aureola de su vida forman parte de un regreso inesperado del elemento monacal al centro moral de la cultura burguesa. Como pocos, Wittgenstein da testimonio de una secesión moral de una élite intelectual respecto de la mediocridad dominante.
La convicción de que el ser humano es algo que debe ser superado estaba presente entre los elegidos del mundo cultivado de Viena antes de la Gran Guerra. Esta creencia, que no solo se encontraba entre los seguidores de Nietzsche o de la filosofía vital, se manifestaba en formas de culto burgués a lo sagrado, centrado en la figura del genio artístico y filosófico. Estos individuos eran vistos como los encargados de rescatar la ambivalencia y la mediocridad, señalando el camino a una juventud inexorablemente exigente, desde las tierras bajas de una vergonzante ordinariez hasta los altiplanos de vocaciones aureoladas. Para el joven Wittgenstein, esta idea se expresaba en la imagen del ser humano como una soga tensa entre el animal y el lógico, una metáfora de la búsqueda de claridad en un mundo lleno de incertidumbre.
Sus escritos, lejos de ser un sistema coherente, son monumentos a una vacilación radical frente a la creación de un texto unificado. En su modernidad radical, testimonian la perturbación de la analogía entre el cosmos esférico y la prosa fluida. Pero, precisamente porque Wittgenstein no fue un filósofo de sistemas tradicionales, estaba destinado a revelar el mosaico de los juegos de la vida y sus reglas. Su teoría de los juegos de lenguaje se ha convertido en un argumento clave para el pluralismo moderno y posmoderno.
Hoy en día, la obra de Wittgenstein se ha liberado de las primeras reacciones reactivas y es vista con mayor claridad. Su influencia en la futura intelectualidad está asegurada. Austria, un país conocido por su talento intelectual y por ser un ejemplo típico de secesiones culturales, ha sido el escenario de muchas de estas rupturas. En la tradición cubana, cinco intelectuales han recogido esta idea de secesión: Fernando Ortiz con su antropología funcionalista cultural, Enrique José varona con el positivismo instrumental de la cultura, Jorge Mañach con el espíritu cultural por la unidad de conciencia nacional, Lezama con su sistema poético del mundo y Joel James con la fenomenología sobre los sistemas mágicos religiosos afrocubanos. En mi opinión, si queremos avanzar hacia una cultura sólida, anti-politiquera, nacionalista sin tintes ideológicos totalitarios y contra el mimetismo simplón, es necesario promover secesiones culturales.
ÁNGEL VELÁZQUEZ CALLEJAS
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Wittgenstein: de la filosofía del lenguaje a la interpretación de la cultura
(Fragmento del ‘Prólogo’)
Por Alberto Méndez
Ahora que se cumplen este mes de abril 133 años del nacimiento del filósofo austriaco Ludwig Wittgenstein y un siglo de que el lógico matemático y fundador junto a Frege, Russell y Moore de la filosofía lógica moderna, se diera a conocer al mundo con la proeza de ascetismo intelectual de la publicación en su versión en inglés del Tractatus Logico-Philosophicus (Wittgenstein [1922] 2006) es también una oportunidad para dar a conocer en la editorial Éxodo la versión de uno de los diarios íntimos del filósofo austriaco en la traducción al español del ensayista e historiador Ángel Velázquez Callejas para el lector cubanoamericano a partir de la versión en inglés de fragmentos de ese diario publicado inicialmente en inglés hace algunos años por el también muy reconocido filósofo lógico de origen finés Georg H. Von Wright (Schilpp, 1989b) quien fuera además de editor y albacea, un reconocido discípulo de Wittgenstein y sucesor de éste en su cátedra de filosofía en la Universidad de Cambridge.
1. Wittgenstein, una introducción a la filosofía del lenguaje
Mi recuerdo del nombre de Wittgenstein se remonta a La Habana de finales del siglo xx, durante los años 90’s, hace ya de esto, buena cantidad de años, poco más de veinte. Entonces, dedicaba cada semana, horas enteras de detallada lectura a estudiar la serie de libros publicados por Paidós de los Seminarios del psiquiatra y psicoanalista francés Jacques Lacan, dictados en París, para sus colegas, primero en el auditorio de la clínica mental de Sainte Anne en los años 50’s donde asistían solo sus colegas psicoanalistas como Serge Leclaire, Octave Manoni y Françoise Dolto, psiquiatras como Jean Delay y Henri Ey Taurus, Madrid, 1978, p como algunos filósofos de la altura del existencialista Jean Wahl y del hegeliano Jean Hyppolite. Más tarde, en los años 60’s honrado con la presencia de sus maestros Lévi-Strauss, Roman Jakobson y Alexandre Koyré, Lacan consagraría sus Seminarios para un público más amplio de entre sus alumnos y seguidores en las salas de la Sorbone y de la Ecole Normal Superieure en París y se entregaría con vehemencia a restaurar la doctrina de Freud en el campo abierto por la palabra en el inconsciente. Un recorrido que comenzara con su «Discurso de Roma» en 1953 recogido en sus Escritos (Lacan [1966], 2003) donde habría postulado su tesis estructuralista, ya clásica, de que el inconsciente estaba estructurado como un lenguaje, que lo llevaría hasta la fundación de su Escuela Freudiana de París en 1964 (Roudinesco [1994], 2016). Sin embargo, Lacan tomaría distancia de aquella tesis rompiendo con aquella primera etapa hegeliana, lingüística y heideggeriano-hermenéutica para introducir con un giro lógico y filosófico matemático una de las tesis más cardinales de su última enseñanza a inicios de los años 70’s, justo cuando introducía la lógica de los cuatro discursos y las cuatro matrices simbólicas de las fórmulas de la sexuación, la tesis del nudo borromeo y la perturbación de las defensas del inconsciente real a partir de una reinterpretación de la segunda tópica freudiana del Ello, el Yo y el Superyó. Fue durante mi lectura de los textos de Lacan en esa última etapa, que, en uno de sus Seminarios, descubrí por vez primera el nombre de Wittgenstein (Lacan, 2008).
Fue en esa última etapa de su enseñanza en que Lacan descubría la lógica moderna e introducía en su siempre renovada interpretación del psicoanálisis el giro lingüístico ocurrido a inicios del siglo xx en la filosofía empirista del atomismo lógico anglosajón de la Universidad de Cambridge y en el positivismo lógico del Círculo de Viena, cuando Lacan introduce los hallazgos de Wittgenstein (Lacan, 2008). Lacan que con mirada clínica ya había deducido de su lectura del Tractatus… la psicosis de Wittgenstein (Lacan, 2008), enfatiza en su Seminario (Lacan, 2008) que esa psicosis era la consecuencia de aquella relación biunívoca que Wittgenstein había establecido no sin una notable rigidez entre la enunciación de las proposiciones y la significación de los enunciados en el pensamiento lógico de inicios del siglo xx cuando el filósofo austriaco había publicado en inglés su Tractatus Logico-Philosophicus en 1922 y que había sido prologado para la edición inglesa por su mentor el también filósofo y fundador de la lógica moderna Bertrand Russell (Wittgenstein, [1922] 2006).
Lacan, en esta dirección, llega incluso a trazar en su Seminario una conexión entre las proposiciones lógicas de Wittgenstein y las relaciones entre analiticidad y sinonimia en la crítica que el lógico W.V. Quine (Quine, 1998; Schilpp, 1986) hace de la distinción kantiana de los juicios analíticos y sintéticos en relación con la teoría significante del enunciado y la enunciación desarrollada por Lacan en el mismo Seminario (Lacan, 2008). Quine será también igual que Wittgenstein una referencia decisiva en la última enseñanza de Lacan. Fue por esa razón que, especialmente, la lectura de los Seminarios de Lacan marcaría definitivamente mi interés por la obra y el legado filosófico de Ludwig Wittgenstein.
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