Por: Spartacus

Andamos constantemente en la búsqueda de una comprensión de la poesía contemporánea, y mi postura hacia ella implica una afinidad e incluso una igualdad en las perspectivas.

Sin embargo, todo esto se limita a lo superficial: la poesía contemporánea parece inaccesible, a pesar de que intuimos y admiramos la fuerza poética y la singularidad en medio de estas décadas carentes de toda poesía.

Tres elementos esenciales distancian al poeta, en un diálogo que resulta excesivamente prolijo y ambiguo, aparentemente prematuro en estos tiempos. En primer lugar, la poesía contemporánea carece de historia; el hombre está inmerso en la corporalidad y la animalidad, apenas ha emergido de ese ámbito.

En segundo lugar, resulta trivial el desconocimiento de la hominización del animal, aunque esto no contradiga la falta de historia. Y en tercer lugar, la carencia de decisiones esenciales, a pesar de que el Dios cristiano haya sido superado. Aunque más propio de ella, la poesía contemporánea se muestra más esencial y poética que los empujones.

Los empujones se sitúan tan lejos como la vocación de los poetas contemporáneos, señalada por Fernando Lles en su tiempo, pero que aún no se ha asumido completamente. Ni Lezama ni Piñera resuelven el problema del hombre occidental y del mundo, poetizándolo o reflexionándolo.

Los empujones asumen para sí mismos, de manera más heroica que muchos de los héroes ruidosos de hoy que confunden heroísmo con la mera brutalidad de un combate callejero, el destino no aclarado, el destino que busca regresar a lo pre-biográfico e infantil.

A pesar de esto, las obras perduran, aunque algunos rasgos de virtuosismo deban desprenderse. ¡Ojalá que las intrusivas interpretaciones de los poetas actuales se convirtieran en otras ocupaciones!

Por ahora, la poesía contemporánea de los empujones se evoca más como refugio y evasión, privándose así de toda seriedad y convirtiéndose en algo que aún no ha alcanzado su final, simplemente oscuro, en un disfrute.

Esta poesía no encuentra su lugar en lo actual, y eso es esencial, un síntoma de que está luchando por obtener en el hombre una ubicación más primordial, partiendo de la transformación de su esencia.

La poesía de los empujones no decide, pero se enmarca en la historia futura de las decisiones. Primero hay que reubicarla, partiendo de un conocimiento inicial de la diferencia del ser, en el límite histórico propio. Aquí se encuentra con el proceso, apropiado solo para el futuro, de superar el historicismo, transformar lo que tiene carácter de obra, no para operar contemporáneamente ni repercutir historiográficamente, sino para ingresar en la historia de la diferencia del ser. Solo desde esa historia puede proyectarse hacia el futuro exponiéndose: la esencial soledad histórica, el llamado a los espíritus simples a asumir la custodia de la diferencia del ser.

Dejar constancia sobre la poesía contemporánea no significa nada, ya que la historia de la diferencia del ser no ocurre en el mercado del intercambio de opiniones y en la crónica historiográfica. Sin embargo, provisionalmente, el silencio también se toma historiográficamente como mera reserva y evasión, como indicio de no formar parte de algo: se valora en función de la gestión pública, en la dimensión pública, incapaz de guardar silencio y convertirse en la salvación de la palabra buscada, la que nombra lo simple mediante la cual el silencio designa la palabra buscada en la fundamentación de la diferencia del ser.

Muchas cosas deben relegarse completamente a la destrucción antes de que la indigencia de la diferencia del ser ocupe el lugar de lo necesario vivir y lo deseable, transformando el sitio anterior, el mundo del hombre, en el escenario de una lucha que quizás no excluya guerras ni tiempos de paz, pero que no se defina únicamente desde lo guerrero, una figura moderna que resulta ser una mera consecuencia, el dominio de las maquinaciones de la cosa.

Debido a la prioridad exclusiva de la lucha guerrera, técnica e historiográfica mediante maquinaciones, la época se está alejando necesariamente, con una lejanía esencial hasta lo más remoto, de la esencia de la lucha por la diferencia del ser, abierta al recorrido del ámbito iluminado, lo más ajeno, rehusándose y vinculándose desde una clemencia suprema.

Pero también la palabra más remota del poeta es la señal que apunta a lo infundamentado, lo que primero es preciso nombrar. Por eso, el poeta es historia, futuro que adviene y llegada desde una indigencia que arranca desde la diferencia misma del ser, llevándola a los entes devenidos inesenciales.

Necesitamos a los precursores, aunque resulten chocantes, y no deberíamos traspasarlos con nuestros cálculos a la llaneza de lo que va con los tiempos, seccionándolos luego en lo aprovechable y lo no aprovechable, abandonándolos a la irremisible devastación.

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