Los dictadores no ríen… menos aún con Pablo Socorro

Por Waldo González López

          «Allá, en la isla que un día fue Cuba y hoy es un espejismo…»

                                                       Pablo Socorro

Me satisface comentar La memoria de las uñas (Para rascarse con gusto), del periodista, narrador y serio humorista Pablo Socorro, quien, meses atrás, me obsequiara el que quizás sea su más atinado libro, y digo quizás, porque no suelo ser absoluto y como no los he leído todos, solo varios, pero creo que por sus méritos, este puede ser el de más valía.

   La segunda aclaración: escribí serio humorista, por subrayar el rigor de su escritura, distante y distinta de otros de sus ¿colegas? validos del facilista e impensante [mal]humor, a partir de la paupérrima inmediatez, el deslucido lenguaje y otras [in] eficacias reveladoras de los [in]eficientes autores y sus carencias.

   Y la tercera y última es la capacidad invencionera de narrador, tal revela en este plausible volumen, con sus breves textos minicuentos, minirrelatos o prosemas, que todos los calificativos reúne en no pocos de los aquí incluidos.

   La memoria de las uñas (Para rascarse con gusto), publicado por la Editorial Lunetra en 2022 —con acertada cubierta de otro colegamigo: el indetenible director de la Editorial Primigenios Eduardo Casanova Ealo— confirma lo que digo al inicio de este comentario: la calidad del genuino humor de Pablo Socorro, periodista de larga data, llegado a Estados Unidos en 1996, donde entre otras, sobresalen las labores de redactor de la Agencia Reuters y corresponsal y editor de la Agence France Presse.

   En su prólogo «Pablo Socorro un crazy coll», Manuel Vázquez Portal, colegamigo por partida doble (por compartir ambos la poesía y el periodismo), bien define al autor y sus méritos, al subrayar:

La irreverencia, el desacato a toda autoridad, el rompimiento de los linderos de falsas morales y mojigaterías, el sarcasmo sutil o la ironía rampante colorean un humor que no provoca carcajadas, pero sí unas sonrisas relajantes y terapéuticas, y entonces se tornan peligrosas, porque pensar es siempre peligroso. Estas son las armas que usa para no contar por contar, sino para proponernos una ética y una experiencia de quien viene de regreso de todas las pretensiones, conquistas, victorias y frustraciones.  

   Entramos en el libro con «El humor como balsa y redención», crónica-prólogo que nos invita Pablo a su viaje de regocipensante lectura, cuyas rotundas verdades no olvidamos quienes tantos y, en particular, periodistas como él y este comentarista, ya no cabíamos en aquella Cuba y debimos escapar al salvador exilio, a diferencia de aquellos que, jamás perseguidos por el Kastrismo en Kuba, vinieron ¿de paseo para comer bien y tener dólares en plena libertad?, y, apenas pasó un año y un día, fueron cabizbajos de visita a la Isla Cárcel.

   En consecuencia, aquí escuchamos el clásico primer verso del no menos clásico poema «La isla en peso», de Virgilio Piñera: «La maldita circunstancia del agua por todas partes», como constatamos la certeza de la prosa acusatoria y, por qué no, burlona de Pablo:

La historia de los pueblos oprimidos enseña que el medio más eficaz para enfrentar el terror totalitario de cualquier ideología es la risa.

   Sometidos a un régimen dictatorial por más de medio siglo, las únicas formas que los cubanos tienen para escapar de su circunstancia son la balsa y el humor. La primera entraña graves peligros desafiando al mar que los separa de cualquier costa. La segunda también enfrenta riesgos, pues es sabido que a las dictaduras no les hace la menor gracia que desafíen su dogma.   

   Pese a sus carencias, sus millones de muertos y el eterno estribillo de igualdad y justicia social, el comunismo en sí es un […] mal chiste pergeñado por Carlos Marx, sazonado con ingentes cuotas de terror por Lenin y Stalin, y cocinado en la caldera caribeña del Chef en Jefe Fidel Castro.

   Los dictadores no ríen… 

            Un chiste que ridiculice al dictador o a su gobierno, es un atentado a

            su  egolatría Canel

   El dictador […] debe estar revolviéendose en su Piedra mortuoria.

           […] la imbecilidad del succesor designado Miguel Díaz        

           Canel.

           Un cubano sin sentido del humor es un aborto de la 

           naturaleza.

   Dividido en las secciones: «Dominguerías», «Cubanerías» y «Breborerías», el volumen es un haz de verdades y humoradas escritas en el mejor español,  pues sus textos descubren una genuina voluntad de estilo, avalado por las múltipes lecturas de autores que conforman un amplio y sonoro diapasón, en el que atisbamos desde la brava prosa del cubano universal Jose Martí, y la lírica del danés Hans Christian Andersen, hasta el increíble, ¡pero cierto!, Premio Nobel, Jacinto Benavente y el no menos demodé, Ramón de Campoamor, pasando por Jorge Luis Borges, John Dos Passos, Robert Louis, Stevenson, Sigmund Freud, Albert Einstein, Juan Ramón Jiménez, el político Premio Nobel, Winston Churchill, el humorista argentino Roberto Fontanarrosa, y, por supuesto, quien el comentarista intuía, desde el inicio de este y otros de sus libros, su mayor influjo: el maestro del humor cubano de los mil y un tintes: Guillermo Álvarez Guedes, de quien lo sentía deudor inteligente, jamás imitador al calco. Por ello, confiesa al asimismo colegamigo Armando Añel en su entrevista «Diez respuestas de Pablo Socorro», que «En lo personal soy más de la cuerda de Álvarez Guedes, porque el humor es un arma muy poderosa, capaz de aunar criterios dispares en torno a un ideal».

   Mas, no conforme, allí añade otro necesario apunte del filósofo esloveno Slavov Zizek:   

[…] el humor nos coloca delante del espejo de nuestro propio yo y de la sociedad, pues el chiste es siempre una proyección del subconsciente colectivo, de sus miedos, de sus odios, de todo aquello que el estado reprime y acaba aflorando en un estallido de libertad e insolencia.

   Otra peculiaridad que enriquece el título es la variopinta temática abarcadora de aspectos decisivos por cuanto abordan puntos esenciales de nuestra sufrida Cuba —desde 1959 transformada por «El Cagastro en Jefe», en la más cruel tiranía de 63 años—, signados por la pluralidad de variantes del humor como, entre otras: la burla, la ironía y el sarcasmo.          

   De tal suerte, acusa al maníaco engendro nacido de gallego y cubana, quien fundó su dictadura sobre un baño de sangre, ¿y qué país tenemos hoy. Un país dividido por el odio, la envidia, la revancha, el oportunismo, donde una minoría mantiene en el terror a una minoría amedrentada o resignada. Lo único que el sistema ha producido en ingentes cantidades es miedo, y el miedo solo produce grandes cosechas de silencio. La isla es un gran cementerio donde las voces disidentes son ocasionales fuegos fatuos que aun así mantienen aterrado al [hermano d]el tirano.

    En la primera sección: «Dominguerías», Pablo incluye crónicas sobre las costumbres de los ciudadanos de USA, entre las que alude las de millones de cubanos, cuyas pasiones marca con su aguzado sentido del humor, entre ellas: la “inseparabilidad” del celular, en «Ceremonia del toca toca» y el vicio de las redes sociales, en «El hombre que sonreía»; las cagadas de las palomas, en «La buena suerte cae del cielo»; la nueva costumbre de exagerado amor por los canes, cotidiana aquí, en «Amor de perro»; las costumbres alimentarias, en «Réquiem para un boniato» (donde evoca al cobarde noire Tortoló, quien de Granada desertara a Cuba, con sus «aguerridos constructores» y, por supuesto, sin dejar atrás a su cocotte rubia), como en «La yuca de Casimiro», donde «hablando en cubano (confiesa): soy un guajiro con tumbao. Por mucho que se tire para el asfalto, la tierra colorá sigue en las uñas de mi memoria», coborrando su autenticidad.

   En otras crónicas, su criticismo es aún mayor, tal corrobora en «El fantasma de la intolerancia», en la que devela la hipocresía de no pocos ricos demókratas de turno, cuando, admonitorio, los acusa con preguntas que, si las pudieran leer, jamás podrían responderlas:

Ninguno de los que hoy se venden como socialistas han salido de ese pueblo pobre que dicen representar. ¿Cuándo en su muelle vida Bernie Sanders ha hecho una cola para comprar pescado? ¿Alguna vez Biden se ha tenido que limpiar el respetable con un periódico? ¿Habrá experimentado Ocasio-Cortez la ansiedad por un vasito de leche que le quitaron a los siete años? ¿Se habrá apretujado Kamala Harris en un camello, sintiendo a sus espaldas el repello de un negro estibador?         

   Solo poco después, su crítica continúa acerba:

Ni siquiera Marx, Engels y Lenin, los padres de la criatura socialista, padecieron las miserias de un obrero de su época. El primero fue un borracho mantenido por sus suegros y amigos, que nunca en su vida disparó un chícharo, ni viendo que los hijos se morían de hambre. Carlitos metiéndole mano a El Capital y al botellín de schnapps y su esposa Jenny escribiendo en la cama con Fico Engels el mamotreto de El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado.

   Lenin fue un parásito mantenido por su madre, hasta que un día se pegó a las tetas de la Madrecita Rusia y se emborrachó de poder. Tanto, que mientras le sudaba la calva, afirmaba sin rubor alguno que “es cierto que la libertad es algo precioso, tan precioso que debe ser racionada cuidadosamente”. ¡Puro vodka de odio lo que mamó de esas tetas rusas!

   Por tajante como un puñetazo, no puedo dejar de transcribir la siguiente afirmación, con la consiguiente pregunta y el minicuento final que al comentarista, como a tantos, ocupa y preocupa, si ocurriera:

Estados Unidos está girando a la intolerancia con tanta prisa, que un día de estos vamos a caer en China o en Cuba. ¿Se imaginan a este gran país con el sistema de un solo partido? Y millones de partidos por el medio mendigando comida y libertad.

   Mi peor pesadilla es que un día, cuando le cuente la historia a mis nietos de cómo se escondió el sol, empiece con esta frase: «Hubo una vez una América donde los hombres eran libres…»

   Otra crónica que ofrece brillo al volumen es: «La bronca de las palabras», en la que se vale de definidas connotaciones lingüísticas, para subrayar: «El lenguaje no es una cosa estática, sino algo vivo, en el que mueren palabras, y nacen otras» y «[…] si nos siguen poniendo barreras políticamente correctas”».  Y concluyo esta primera sección con el excelente y breve cuento «Bullying 440» que se alía y adelanta a los que Pablo incluirá en la tercera y última: «Brevorerías», en la que todos sus relatos vibran por su incuestionable calidad.

   Mas, quiero resaltar tres que quizás prefiero entre todos los de esta última parte, si bien tal dije al inicio de este comentario, todos son magníficos: «sus breves textos minicuentos, minirrelatos o prosemas, que todos los calificativos reúne en […] los incluidos en este volumen».

   Y el primer preferido es «Mente nueva», por su plena verdad: «Cuba nunca será libre, mientras tengamos mentalidad de mantenidos. Siempre pensando que alguien tiene que hacer lo que no hacemos nosotros o echándole la culpa de nuestros males a un factor ajeno. Mas que el Hombre Nuevo que preconizaba el [asesino] Che, lo que necesitamos es Mente Nueva».

   El segundo es tan sencillo como perfecto por servir de axioma alegórico, brevísimo, con final sugerente e inesperado (como los cuentos de mis narradores clásicos desde la adolescencia: Poe y Quiroga), sobre un hábito, ¡ay!, casi olvidado hoy, que, sin embargo, se mantiene y mantendrá entre mis preferidos y cotidianos hasta Mi último suspiro, por decirlo con el título de la autobiografía de Luis Buñuel, integrante de mi pentarquía de realizadores preferidos.

   No dudo en transcribir «Malabarismos»: «Yo lo mismo lo hago de pie que acostado, sentado, bocarriba, bocabajo o de lado. Y lo hago a diario, a cualquier hora. Disfruto cada minuto y mi mente se mantiene abierta a todas las sensaciones. No importa la posición, lo importante es leer cada día un buen libro».

   Y el tercero, «Estatus», corrobora la vibra de narrador de fondo que mueve a Pablo Socorro:

Cuando vivía en Cuba no me preguntaba si había vida después de la muerte. No me preocupaba estar vivo o estar muerto porque habitaba un estado intermedio entre ambas condiciones. Mientras pedaleaba la Bicicleta Forever china, sorteando los huecos de la calle oscura, en realidad pensaba si había vida antes de la muerte.     

   Mas, este no es el final de mi comentario: no, aún me falta abordar la segunda parte: «Cubanerías», donde el cronista/cuentista, a partir del epígrafe del narrador y guionista de la “Generación Perdida” —tal definió al célebre grupo de escritores americanos, la poeta y narradora Gertrude Stein—: John Dos Passos, que prefiero a Hemingway, por su estupenda novela Manhattan Transfer y por ser el creador de la técnica de acciones paralelas en la narrativa, luego llevada al cine por él.

   Aquí ofrece varios textos singulares, como el primero «La inmortalidad del cangrejo cubano», en el que describe (pletórico humor, mediante) al insuperable canalla de América Latina en el siglo XX como «Ordeñador en Jefe». Asimismo, llama al tristemente recordado Período Especial como «ese lapso cavernario que empezó en los 90 y aún no termina (algunos sostienen que en realidad empezó el 1 de enero de 1959». Y codificará al sufrido habitante de la Isla con aguitriste sorna: «[…] el cubano no es lo que come, sino lo que puede comer».    

   En el siguiente trabajo: «Tarea ordenamiento ¿U ordeñamiento?», nos recuerda dos aspectos que no pocos hemos pensado y hablado: «[…] en Cuba la realidad supera a la ficción», como «[…] vivir de ilusiones es el deporte preferido de los cubanos».

   Un texto que subrayo es el que, de algún modo, dedica a las heroicas Damas de Blanco y a nuestro grande José Martí: «Muy mal anda un país sin rosa blanca», donde afirma/confirma:

Para la dictadura cubana los únicos colores de su daltonismo revolucionario son el verde olivo, el negro y el gris. El primero le permitió arrebatar el poder. El segundo, mantenerlo con sus Tropas Especiales vestidas de ninja, y el último dibuja su crueldad en cárceles y estaciones de policías.       

   En el siguiente, «Los musulmanes del Caribe», redefine al canalla como «un profeta de barba piojosa que al vaivén de su dedo índice nos convertía en yidahistas o mártires que se hacían explotar por los aires de tierra ajena» y, solo líneas después, lo rememora con aguda sorna:

Por mucho tiempo estuvimos esperando caminar sobre las aguas y que se secara el Malecón, hasta que dejamos de creer y vimos que en realidad el profeta era Satán y nos llevaba de cabeza a ese otro desierto de oscuridad permanente, sin azúcar, ni café, ni sueños ni país.   

   Otro momento que sobresale, entre otros, por su triste evocación es: «Cuba: el horizonte como promesa», donde reaparece «el Desgraciado en Jefe [quien] no se cansaba de repetir que “el futuro de la isla era luminoso”. Mas, decepcionado como tantos, como miles, como millones, nos confiesa —alegoría del canalla Silvio, mediante— que «un día me cansé de tanto futuro, de tanto fusil contra fusil, de tanta máscara para ocultar mis frustraciones, de tanto autoengaño, agarré mis bártulos y me largué…» 

   Por fin, como tantos, como miles, como millones, un día corroboraría que 

Un gobierno que vive de espiritismo político no tiene más futuro que acompañar al difunto en su camino al infierno. Por mucha brujería, autos de fe, exorcismos o despojos que se hagan, nada podrá impedir que la Piedra, su inquilino, el General y sus perritos falderos, toda la mojonera, se vaya por el tragante de la historia.

   Y podría continuar mencionando los méritos que, sobre todo, para los lectores cubanos de ambas orillas, posee este libro, algunos de cuyos valores he mencionado en este comentario; pero ya concluyo, no sin antes sugerirles a todos que lo adquieran. La sugerencia me la agradecerán, no me cabe duda.

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