Lo nuevo y lo antiguo en la cultura cubana (‘Nova et vetera’)

Por José Prats Sariol

Tendría yo entre trece y catorce años cuando recuerdo que hablaban con abrumador énfasis sobre Cuba. Antes no. Aunque crecí en una casa de huéspedes que mi abuela regentaba en el habanero barrio de El Vedado, como narra uno de los cinco heterónimos en mi novela Mariel (Editorial Verbum, Madrid, 2014) y nuestra “familia” eran estudiantes universitarios procedentes de la zona oriental de Manzanillo.

Había triunfado la revolución de 1959. Y asistí a una alegre y entusiasta exposición de productos cubanos, en los jardines y el edificio de la Escuela de Medicina de la Universidad de La Habana, en la misma calle 25 donde yo vivía. Entonces la cubanidad no parecía una ajada jinetera del barrio de San Isidro, no gritaba de impotencia ante la discriminación a negros y mestizos, a la gente  pobre, a las vulgaridades…Tampoco las fobias sexuales eran una preocupación. Quizás la igualdad de la mujer, pero obviamente aún no existía emigrar como solución o la certeza del fracaso del sistema socialista. El nacionalismo revolucionario lo tapaba todo.

Años después me di cuenta de cuánta manipulación escondía la sandunguera frase de “tan cubana como las palmas”, fervorosamente promocionada, envuelta en los exclamativos versos de Bonifacio Byrne en su poema “Mi bandera” (1899), que le valió ser nombrado “poeta nacional”, galardón que después otro parlamento, en 1955, transfirió a Agustín Acosta por su poema “La zafra” (1926), y luego –aunque no oficialmente– a Nicolás Guillén; a la espera de  que nunca más aparezca otro candidato a tan pomposo y absurdo sobrenombre, del que carecen países como Francia, España, los Estados Unidos.

Viví entonces la identificación de lo cubano con la revolución del 59. Los patriotas había que identificarlos con los guerrilleros encabezados por los hermanos Castro. Una sinécdoque concedía a un segmento la representatividad del todo. Cuba –y todavía desafina aquella cantaleta— es el gobierno. El régimen determina que si estás en contra de ellos estás contra la cubanidad. Y como la opresión no conversa en Naciones Unidas, vale invocar la frase latina que deslinda y une: Nova et vetera, para una observación tal vez especulativa, como traté en “Lo cubano como ensoñación”, ensayo recogido en Obra Selecta (Ed. Aduana Vieja, Valencia, 2021).

 Porque los tópicos se empecinan en sobrevivir, cuentan con la molicie – la siestera pereza– de muchos de nosotros. Los que tratan de cristalizar o fosilizar la cubanidad siempre han coleteado sobre el archipiélago. Para bien y para mal, a partir de los patriotas que surgieron a finales del siglo XVIII y predominaron en el siglo XIX, vinculado a la filosofía del Romanticismo. Cubanidad –se sabe— maniobrada por intelectuales propensos a las hagiografías; como lo realizado con José Martí,  con sus frases vacías de sentido pertinente y las demagogas; al punto de incorporar al poeta a la idea de cubanidad, como uno de sus elementos constitutivos y no como un hijo relevante a contextualizar en su tiempo, sin arrastrarlo hasta 2021. Creerlo poco menos que infalible, según intentaron Jorge Mañach, Juan Marinello, Fina García Marruz, Cintio Vitier…

Las evidencias –desempolvadas de pensamiento rutinario— indican un deslinde inobjetable: Cuba, país y nación, con sus coordenadas geográficas y demográficas dentro del supersincretismo caribeño, cuya línea es un ciclón, da vueltas, es un espiral: ondulación barroca con una sucesión de acontecimientos singulares y formativos resumibles bajo el sustantivo “historia”; que incluye –no determina— otra palabra equívoca: “cultura”; y regala la unidad lingüística de conquistadores y colonizadores a los que se les impuso –como a los indígenas– el castellano, hoy español. Aunque trajeran –la mayoría era analfabeta— su lengua materna euskera o catalana, gallega o de algún dialecto peninsular; español que se impondrá a esclavos africanos y emigrantes chinos.

La cubanidad habla y escribe en español. Y la evidencia no es ni nueva ni antigua. No se expresa en ninguna otra lengua. Apenas sobreviven indigenismos, apenas se moja en inglés o en el folclor de mexicanismos, argentinismos, madrileñismos… Los cubanos nunca decimos “tripa” si no “barriga”; ni nuestra curva de entonación cantinflea; ni se nos ocurre vosear, ni dejamos de pronunciar letras como la “d” a final de palabra, aunque nuestras muletillas añaden tú sabes, tomada de you know.

Si un rasgo nos caracteriza es el español, aunque deteriorado por la prisa internáutica y el progresivo analfabetismo funcional, entre emoticones y barbarismos. Pero tras la lengua española comienzan las polémicas que reverberan bajo la certeza de que las rebeliones populares comenzadas el pasado 11 de julio, presagian la estampida de los empleados políticos y administrativos, quizás de la élite militar.

Quizás hacia una sociedad donde los derechos humanos no se cuelguen en ningún closet, donde se pase de “cultura cubana” a “cultura en Cuba”. Avance de adjetivo a complemento preposicional, donde se atenuará –no creo que llegue a desaparecer– el substrato romántico para ceder a ideas planetarias de la cultura, las que avanzan sobre nacionalismos políticos. Tal vez con discriminaciones desde los centros hegemónicos y las megalópolis; con deshonestas desigualdades económicas y calentamiento global.

Para entonces será anacrónico compartir el voluntarismo que, por ejemplo, considera a Alejo Carpentier un escritor cubano porque le dio la gana de sentir y jurar que nació en la habanera calle Maloja y no bajo una leve casualidad en Lausanne, en el lago de Ginebra, cuya francés siempre amó; según la inscripción de nacimiento que se subordina a su deseo y sobre todo a su obra caribeña, como argumentara Antonio Benítez Rojo en nuestras conversaciones en Amherst, en La isla que se repite.

Parece que lo sensato al encarar el tema de la cubanidad también va por dos senderos. El primero consiste en burlarse de los peligros que los catastrofistas esgrimen, porque la identidad ni aporta mucho ni corre hacia una desaparición que la demografía,  la geografía y la lengua niegan. Mestizaje y emigración son inexorables. Paralelos y meridianos donde dobla la Corriente del Golfo frente a los Estados Unidos, donde está Miami, segunda ciudad de Cuba por su población y primera por su poder económico, son realidades irreversibles, como la ruina del país bajo un sistema fallido.

El segundo sendero nos conduce hacia una cultura cosmopolita, donde la referencia a una supuesta cubanidad resulta inefable. Lo que felizmente le imprime un sello de adultez, de mayoría de edad, sin niñerías que corresponden a siglos anteriores. Pocos intelectuales mantienen criterios retrógrados sobre la cultura en Cuba, asociados a etnologías de yarey y guarapo, folclor de canturías campesinas y diablitos abakuá… Apenas algunos “cubanólogos” se aferran a clichés herrumbrosos. Otros ni siquiera creen que el tema merezca atención.

Ambos senderos confluyen en la nueva puntualización de la cultura en Cuba, casi siempre neobarroca, que añade una frontera heterogénea por mulata, mixta porque será democrática, licuada por la pobreza, virtual por Internet. Aunque la más joven generación de cubanos –nacidos en torno al 2000– esté hastiada de tanto patriotismo impuesto contra la necesidad de emigrar. Su casi silencio sobre el tema es bien elocuente. Es parte de una nueva cubanidad donde las discriminaciones abundan, separan, presagian rebeliones bajo una previsible dialéctica, tal vez menos dolorosa que las anteriores.

Hace unos días –ocurrencia prohibida en invierno—  paseamos por Maine, hacia Mount Desert Island, la casa (Petite Plaisance) y la tumba de Marguerite Yourcenar. En el inolvidable  faro de Cape Elisabeth, cercano a Nueva Escocia en Canadá, encontramos un matrimonio cuyo origen identifiqué al vuelo tras un échate pa`trá ante el rocoso precipicio. ¿De qué parte de Cuba son? –les dije. Nadie se sorprendió de encontrar cubanos en un sitio tan insólito. Confraternizamos enseguida, la lejanía era parte de una cubanidad donde lo nuevo y lo antiguo se mezclaban al pie de la torre que advierte contra arrecifes y bajíos. Algo de la cubanidad en 2021 brillaba en el faro.

Ensayo leído en la Cuarta Convención de la Cubanidad, Miami, 31 de julio y 2021

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