«Lo de Puerto Príncipe. Jose Martí entre armas, bandidos y traidores», de José Raúl Vidal y Franco

Por: Flor Ángel Pupo.

Agradezco que hayas pensado en mí para una presentación de tu libro, que si bien no se llevó a cabo al menos me quedé con el tesoro de tus hallazgos en torno a una temática interesante que proyectaré en mi espectro sobre lo cubano- camagüeyano y Martí en particular.

Los libros generalmente se parecen a sus autores, independientemente del distanciamiento científico que se logre por tratarse de un subgénero investigativo. Durante la lectura de Lo de Puerto Príncipe… trataba de casar su contenido factual, histórico, documental con el recuerdo que tengo de José Raúl Vidal, de sus años de estudiante en la carrera de Español – Literatura en el Instituto Superior Pedagógico José Martí de Camagüey; más bien lo recuerdo anchuroso que sobrio, de allí la sorpresa. Justamente me percato de que el tiempo que ha pasado ha sido fructífero para su estilo pues su modo de expresión ha ganado en concisión y objetividad; lo cual no quiere decir que su impronta personal de cepa romántica (quien que es no es romántico) se haya evaporado al calor de otros soles, no: la pasión entusiasta que le conocí perdura, no abandonar la temática martiana en afán develador, la intensa inquietud por la verdad, siempre difícil de desentrañar, es índice de ello. Y todo como resultado de un laborioso trabajo hermenéutico.

Antes dije que los libros se parece a sus autoras, ahora añado que la lectura se parece a su receptor, y como diría Dilthey: “El sujeto que comprende, (…), no es concebido al modo fenomenológico como una conciencia pura, aséptica y neutral, sino como una conciencia que es afectada por una experiencia vital común a lo que subyace en la historia o en el texto y que es expresada en su logos vivencial”. Son palabras que me autorizan a participar de tu propio entusiasmo por el tema y contagiarme con tu mirada.

Desde mi percepción, Lo de Puerto Príncipe… es un acierto monográfico que trasciende lo factual; y ya en el plano de vivenciar un tanto lo experimentado cuando lo leía, sentí el influjo de un contexto: el año 1894. Los 200 fusiles y las 4800 cápsulas que son encontradas entre los carros de tranvía recién comprados en Nueva York, como consecuencia de una delación, bien pudieran ser motivos para una novela histórica que mientras no encuentre a su autor tienen en José Raúl Vidal un incitador para continuar sopesando del periodo de la tregua fecunda, más allá de lo conveniente, la conflictividad humana con sus flaquezas, las sombras y luminosidades propias de nuestro país y Martí como conductor de un pueblo en marejadas.

Ardua investigación, rica textualidad en la que se palpan personalidades como la del joven Enrique Loynaz, cuya intrepidez y autenticidad sobresalen sin gestos laudatorios que pudieran lastrar la objetividad de que hace gala el libro. Su reflejo se expande a la hija, Dulce María: un influjo de comprensión para aquilatar su estirpe.

La incitación del libro a sentir el ambiente real de la época: bandolerismo, racismo, corrupción, interés material… Esos “espíritus famélicos de oro” de que hablaba Casal en su poema dedicado a Antonio Maceo son la antítesis de Martí. En Lo de Puerto Príncipe… no hay un lenguaje replicativo, más bien es sereno el modo en que se presentan los documentos. Queda al lector extraer de su rica textualidad una dimensión interpretativa que ha de trascender la mera acusación.

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