Por Waldo González López
«Soy una mujer que lo quiere todo, pasión, libros, objetos, amigos».
Broselianda Hernández
Esta muchacha, nombrada como un mítico personaje de Rubén Darío, recién se nos ha ido…, pero, ¿a dónde? Su no tan extensa pero sí intensa existencia constituye, desde su aparición en el panorama cultural de la Isla, uno de los mitos del teatro y el cine hispanoamericanos. Nacida bajo el signo y el hado de los inolvidables, parece haberse escondido como el hermano Miguel, del mítico César Vallejo, quien, tras su temprana muerte, le pregunta en un texto clásico de la poesía hispanoamericana por su viril ternura: «Hermano, hoy estoy en el poyo de la casa, / ¡donde nos haces una falta sin fondo! […] Te escondiste / una noche […], al alborear; / pero, en vez de ocultarte riendo, estabas triste. / Y ya / cae sombra en el alma. // Oye, hermano, no tardes / en salir. ¿Bueno? Puede inquietarse mamá.» Sin duda, el trágico suceso acontecido a la aún joven Broselianda Hernández asimismo evoca la clásica imbricación canción/poema: «Alfonsina y el mar», creada por el escritor Félix Luna y el compositor Ariel Ramírez, quienes la inmortalizarían en este melancólico cántico, donde se disfrutan sus hermosos y ya legendarios versos: «Te vas Alfonsina / con tu soledad. / ¿Qué poemas nuevos / fuiste a buscar? […] Y te vas hacia allá / como en sueños. / Dormida, Alfonsina, / vestida de mar». Y es que nadie podría imaginar que la noche del pasado miércoles 18 de este infausto noviembre la brillante actriz cubana aparecería ahogada en una playa miamense, dejando sin aliento a su madre, la narradora y teatróloga Rosa Ileana Boudet, como a tantos colegas y admiradores de su contundente carrera de intérprete a fondo.
Una gran actriz
Sí, Broselianda, o «Brose» —tal la renombraban con cariño sus más cercanos colegamigos— era admirada por sus genuinas entregas. Subrayo la palabra en negrita, pues tales eran sus desempeños, dotados de esa credibilidad que solo confieren a sus personajes los grandes intérpretes escénicos. Y antepongo prima facie: la escena, las tablas, pues el teatro es el origen, la génesis, la escuela, donde germinan los actores, ya que es allí, en ese no tan amplio espacio o tablado, donde frente al público deben comprobar la valía o el fracaso de su labor que, lamentablemente, solo los ignaros desprecian pues no la entienden y, en consecuencia, no la valoran. En verdad, Broselianda Hernández era, o mejor es ―porque los grandes intérpretes no desaparecen, aunque ¿mueran?, porque continúan vivos en la memoria de todos― un referente si se comparan sus interpretaciones con las de otros, no siempre tan intensos y veraces como ellos. Cuando supe la mala, pésima noticia, recordé un axioma recién leído en el testimonio Vencer y vivir, de la actriz venezolana Daniela Boscope, quien, tras sufrir un cáncer que la mantuvo al borde de la muerte, pudo curarse y escribir: «la fama es un espejismo en el desierto: aparece y desaparece en cualquier momento y definitivamente no es real». En las valiosas páginas de la también guionista, realizadora y narradora (que evocan afirmaciones de otros significativos intérpretes), leí otros apuntes que revelan secretos del duro oficio de actor (quizás mucho más que los vademécums de algunos ¿maestros?), como el que sigue, cuya verdad psicodramática se me antoja una acotación de la relevante Broselianda Hernández:
«Los actores caminamos, a pesar de cualquier método, sobre la delgada línea que separa la entrega del desapego; la realidad de la ficción; la cordura de la locura. La verdad es que los actores actuamos en la vida real y no en la ficción, como se piensa: actuamos la cordura. Interpretar distintas personalidades es nuestra condición natural, a la cual, gracias al cielo, se le inventó una profesión. Somos una suerte de esquizofrénicos con licencia especial para estar por ahí aceptados por la sociedad y aún más: admirados por parecer lo que no somos. Andamos buscando la verdad a través de la mentira. En lo más crudo del significado, la palabra actor se refiere al individuo multipolar, a veces con complejo de superioridad, que se gana la vida, en algunos casos a cambio de mucho dinero, por dejarse ver tal como es
Con una filmografía no común entre las actrices cubanas de su promoción, Broselianda dejó para varias generaciones —que es acaso decir la a veces increíble posteridad, pero tan cierta en ella, como su incomparable existencia y calidad— que la seguirán (seguiremos) admirando, un caudal de puestas de teatro y cintas, en las que sobresalió, desde su examen de graduación, por el que obtuvo Diploma de Oro, en la emblemática Sala Hubert de Blanck, sede de Teatro Estudio, creado por los hermanos Raquel y Vicente Revuelta, al que pude asistir en ese inolvidable escenario de la calle Calzada, en El Vedado ―invitado por no recuerdo quién (¿Rosa Ileana? o alguna actriz amiga de este asimismo cronista)― donde, tras graduarme en la Escuela Nacional de Teatro, ENAT, laboré un tiempo, y que siempre me trae gratos recuerdos de queridos actores: Enrique Almirante, Erdwin Fernández, Frank Negro, Francisco (Pancho) García…; actrices: Miriam Learra, Amada Morado, Doris Gutiérrez…, con quienes solidifiqué la amistad allí, y de inolvidables puestas de los Revuelta, Berta Martínez, Héctor Quintero y otros realizadores que me enseñaron, aún más que en la ENAT, a disfrutar el genuino teatro que, poco tiempo después: en 1977, redescubriría en mí desde años atrás admirada capital polaca: Varsovia, con varias puestas de dos grandes: el creador del Teatro Pobre, director escénico y figura vanguardista del siglo xx Jerzy Grotowsky (1933–1999, del que traduje del francés uno de sus textos que, a mi regreso a La Habana, entregué a varios realizadores), y el dramaturgo, realizador, escenógrafo y pintor Tadeusz Kantor (1915-1990).
Tras asistir esa mañana (que ahora recuerdo como si fuera aquella) a presenciar la impresionante actuación de la entonces muy joven estudiante Broselianda, escribí y publiqué en el diario Juventud Rebelde una breve crónica sobre aquella chica (que sigue siendo y será para siempre la misma en mi memoria), en la que yo exaltaba su portentosa voz, como su presencia en la escena, cualidades que definirían su ars poetica como intérprete de fondo. Tal augurio, desde aquel día, aun es una de mis satisfacciones como recién estrenado crítico teatral.
Una impresionante carrera
Broselianda Hernández Boudet (La Habana, 3 de agosto de 1964-North Miami Beach, 18 de noviembre de 2020) desde muy joven sintió gran afinidad por las tablas. Tras graduarse como licenciada en Actuación en el Instituto Superior de Arte, ISA, en 1987, con Diploma de Oro, integra el elenco del grupo de teatro Buscón (que tuvo en su conducción al relevante actor, fallecido en 2016, José Antonio Rodríguez) hasta 1994. Después pasó a formar parte, durante cinco años (1999), de la compañía El Público, dirigida por el reconocido Carlos Díaz. Durante los últimos tiempos participaba como actriz invitada en el colectivo Buendía, bajo la dirección de la importante actriz y realizadora Flora Lauten. Protagonizó múltiples series y telenovelas, entre las que se destacan Cuando el agua regresa a la tierra y Las honradas, en las que demostró su enorme potencial dramático. Como protagonista en ambas producciones televisivas, Broselianda guardaba emotivos recuerdos, sobre todo de la primera (donde trabajó junto a una de sus maestras, la brillante actriz Isabel Moreno), porque marcó su entrada en la pantalla chica:
«Ese personaje lo hice con 26 años, pero en el guion tenía menos, así es que adelgacé mucho, trabajé mucho y el resultado fue muy hermoso. Todavía yo soy ese personaje: rebelde, tierno, una muchacha sin afectos y que encuentra en el abuelo su razón de vivir. En su abuelo y en el monte. Ella es una muchacha montera de lo más recóndito de la Ciénaga de Zapata, es una experiencia única en mi vida, pues casi que me quedo allí; finalizando la serie salí embarazada y después es que protagonicé Las honradas, un trabajo muy diferente, una mujer diferente por dentro y por fuera a la de Cuando el agua regresa a la tierra.» En el 2000 trabajó como actriz invitada en la Compañía de Teatro Hispano Gala, en Washington».
El cine
Su primera incursión en el cine (en el que también deslumbrara) aconteció a sus 22 años, en 1986, en el corto de ficción Castillos en el aire, dirigido por Rebeca Chávez, que le abrió las puertas para otros filmes en los que igualmente destacó por su alto nivel profesional. De tal suerte, su actuación en este medio abarca más de una docena de películas: Bajo presión (Víctor Casaus, 1989); Isla Margarita (Vincozencio Badolizani Italia-Cuba, 1990); Tiburón en La Habana (Alain Naltum, Francia-Cuba, 1994); Sabor latino (Pedro Carvajal, España-Cuba, 1996); Cosas que dejé en La Habana (Manuel Gutiérrez Aragón, España-Cuba, 1997); Las profecías de Amanda (Pastor Vega, 1999): Nada (Juan Carlos Cremata, 2000); Dos mujeres (Mediometraje, Max Álvarez, 2001); Barrio Cuba (Humberto Solás), Siempre Habana (España, Ángel Peláez), Una rosa de Francia (España, Manuel Gutiérrez Aragón) y Mata, que Dios perdona (Ismael Perdomo), las cuatro en 2005; Así está bien (Corto de ficción, Alejandro Soto, 2008); La Anunciación (Enrique Pineda Barnet, 2009); José Martí: el ojo del canario (Fernando Pérez, 2010) y El Acompañante (Pavel Giroud, 2015). Por su valía actoral, merecería distintos lauros: En 1994, Premio a la Mejor Actuación Femenina en Televisión (Concurso UNEAC), por Cuando el agua regresa a la tierra; en 1995, Premio a la Mejor Actuación Femenina en Teatro (Concurso UNEAC), por Morir de noche y El público; en 1999, Premio a la Mejor Actuación Femenina de reparto en Teatro, por Yerma; y en 2006, Mención Especial en el Festival de Cine de Providence, por Barrio Cuba.
Coda
José Martí, el ojo del canario, del destacado realizador Fernando Pérez ―uno de los filmes que pude disfrutar, en los que trabajó Broselianda Hernández―, tuvo una gran significación para la gran actriz, pues Leonor Pérez, la madre tan venerada por nuestro José Martí, es una figura nunca antes abordada por la cinematografía cubana. Así lo ha descrito ella misma:
[…] cuando Fernando está buscando a la Leonor, que me ve, fue un cubo de agua fría. Me dice. Yo te veo muy esbelta, muy joven para el personaje y es cuando yo le suelto el famoso pedazo del poema. «Pasan los días» y Fernando me llama y me dice que lo ayude para buscar el Martí […].
Le digo: «Fernando, yo no te puedo ayudar, yo no soy tu amiga, yo soy Leonor Pérez.» Y quiere decir […] que el personaje me costó, me costó mucho trabajo. Aquí se sabe muy poco de esa mujer; que sí sabemos que es la madre de Martí, pero no sabía el grado de importancia que podía tener en la película. Tratándose de la infancia y la adolescencia, pues cobra mucha importancia.
«El día que yo recibí la confirmación de que era yo, fue uno de los días más emocionantes y más alegres y más encontrados de mi vida. ¿Por qué?, lo luché […]. Con esas cosas que uno dice: bueno, no era yo, no era yo y lo luché. Entonces en cuanto al significado […] Fernando me dijo: no me leas nada, yo quiero solo a una madre. Después de hecha la película, es que empiezo a investigar sobre la vida de esta mujer. Por supuesto, la película no es la vida de Leonor Pérez, pero me doy cuenta que es una de las vidas más sufridas, una de las vidas más increíbles que yo haya leído. Una mujer con una entereza, una fuerza, una dulzura. Es todo un personaje maravilloso, sabemos que es venerada en Canarias, y además que es la madre de Martí. Cobra una importancia, además; una labor de caracterización total y completa, o sea, para mí cobra un significado, porque para mí es lo que Fernando me pidió: una madre, una madre cubana y la madre de Martí».