«La Tabla», la vida no puede ser una derrota

Por Ego de Kaska

Buscando en los archivos de la computadora, encontré esta reseña sobre La tabla, novela de Armando de Armas, que desapareció de un portal digital de Playa Albina una vez publicada en el 2013. Al leer la reseña 9 años después de escrita me queda un sabor de «ignorancia enciclopédica». Lo pensé dos veces publicarla una segunda vez sin retoque alguno. Así va, porque así fue en aquel momento.

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Hace una semana, después de cuatro años de su presentación en España, Armando de Armas me obsequió La tabla (Editorial Hispano Cubana,2008) su novela, su vida, y en ella escribió la siguiente dedicatoria: «Para el amigo Ángel Velázquez Callejas, estas páginas del dolor no ya del que siente, sino del que se ve».

Yo podía muy bien ajustarme a escribir algunos fragmentos de la novela para tratar de entender lo que el escritor expresaba en la dedicatoria, pero la ansiedad, más que sentir el dolor por ver lo visto, me llevó página por página para comprobar lo que hay de cierto, según Milán Kundera en el ensayo El telón, de que la novela no solo es un género literario sino también el conocimiento de una vida como destino.

Yo también, como todos los que habitamos la época en que se desarrolla la novela, no solo viví el dolor, sino que sentí el estremecimiento de una etapa marcada por la magia de la ignorancia. Quizás este sentir provoque náuseas e irreverencia a muchos de sus lectores, y la novela muera en sus primeras páginas. Es de esperar que suceda esta irreverencia insuficiente, porque el lector ha perdido el contacto con el género y no quiere verse, por ende, derrotado una vez más entre la vida y el destino.

Por ende, no se trata de una derrota sobre la vida, de quién se queda y quién se va de la cárcel, como la presenta la observación de Vasili Grossman en su monumental novela Vida y destino: una victoria en tanto el interés es proporcionar con la vida, sin que reciba nada a cambio.

Asumo de entrada, con certeza, que solo un reducido número de lectores puede leer de principio a fin La tabla. Es una odisea leer hasta el final, se pierde una batalla, quedas derrotado. Resulta que desde lo marginal la novela es literatura poco conocida. La estructura narrativa, la extensión y el para qué fue escrita, son elementos que obviamente dificultarán la lectura total. Pero en esa dificultad portentosa quizás estriba en su esencialidad narrativa. La tabla es una narración deconstructiva por excelencia, y pone en entredicho las demás formas narrativas tradicionales.

Dado que la escritura de la novela transgrede el orden narrativo natural, condicionado por una narrativa desde el «yo marginal», –Colin Wilson quiso patentizar en su ensayo El desplazado, un observador que mira desde afuera su propia observación–, la novela se muestra impermeable a la lógica escritural tradicional.

No es que el observador narre solamente lo que se considera “marginal”, lo que está fuera de los preceptos oficiales de una sociedad, sino que el narrador mismo es la fuente y la verdad de esa marginalidad narrativa. En la literatura cubana del periodo de la revolución (la literatura negra) nadie ha alcanzado una vislumbre de ese desplazamiento narrativo como el que nos ofrece La tabla para explicarnos la barbarie y la derrota (vida y destino) del cubano durante los últimos cincuenta años.

Nunca estaré del todo de acuerdo con la afirmación de Kundera de que “la vida humana como tal es una derrota”. Todo depende de cómo se viva. Y en verdad, si miramos no en la vida, sino en la vida de los humanos, esta se torna más una derrota que una victoria. Pero la vida en sí misma nunca será una derrota o una victoria. La vida no puede ser dividida en estamentos estancos, en dos ni en tres partes; la vida es tan solo una totalidad abierta que ofrece una posibilidad, un espacio para ser vivida, mal o bien, en grande o en pequeño, verdadera o falsamente. Es un espacio en blanco que se presenta para ser vivido, un lienzo abarcador del lenguaje del mundo.

Lo interesante, un fragmento, una página de la novela, posee en sí mismo la suficiencia sumergida (oculta) de la totalidad narrativa, mostrando de súbito el dolor, cuyo padecimiento el narrador (el desconocido) pondera asumiendo la ambigüedad, el desdén que hay potencialmente en la derrota, ante los amenazantes procedimientos del totalitarismo y la violencia, con la esperanza de que algún día poder «brincar el charco».

El significado derrotista de lo que es la vida constituye tan solo el traslado de la comprensión humana hacia el extremo opuesto del significado victorioso, del sentido que pudo tener la vida en su momento. Cuando uno lee La tabla, novela que prosa un periodo de la revolución cubana, queda perplejo, aturdido, ante la afirmación de Kundera. Amadís, personaje central del libro de Armando de Armas, rompe los límites y se presenta al mismo tiempo tan derrotado como victorioso.

Y todo porque parece indicar, más que una compresión, un sentido sobre el periodo del cual trata la novela. La tabla busca en lo esencial, a través de Amadís, asimilar por encima de lo bueno y lo malo, de lo que siempre es malo, cuál es el contenido de la vida, cuál es su desafío y para qué es significativa en medio de esa tragedia que es la revolución.

Hasta donde alcanzo a ver, La tabla no es una novela para ser comprendida, sino para ser leída simplemente. Tiene un mensaje oculto: el significado de la vida que escogió Amadís va dejando de tener sentido en la medida que avanza hacia el final del libro. ¿Qué sentido tiene «brincar el charco» para ser vivido? ¿Qué significado tiene la vida para el «régimen totalitario»? ¿Qué distingo posee la «marginación» para la vida? La novela va reconociendo, en la medida en que avanza, que ninguno de los significados tiene sentido práctico y creativo o, paradójicamente, en la forma truculenta en que Amadís vive su vida, muestra un significado, negativo o no, que prueba un sentido de la observación de Kundera, de la vida como derrota.

Al final de La tabla, se nos advierte de modo sutil e ingenioso, no ser pretencioso con la prosa, con el significado de los sucesos narrados. Se trata de evitar la paranoia, de que el totalitarismo está plegado y rebosado de significados.

A lo largo de La tabla nos encontramos a veces con Amadís frente a un revés, a veces ganando una batalla, muchas veces criticando el totalitarismo propagandístico del sistema, pero ninguna de esas cosas es ofrecida por la vida. Una cosa es “la individualidad frente a la conducta del individuo” (estar consciente de sí mismo, de la vida) y otra “el individuo frente al comportamiento de la colectividad” (conciencia de ser sobre lo que sucede en la vida).

Y como toda gran obra literaria, La tabla representa esta segunda cualidad, pero con ciertos matices. El secreto que intento develar de la novela, después de una fatigosa lectura, es muy simple: la vida tal y como se vive en Cuba es un caos y la conclusión de Amadís se va deslizando –tal y como el personaje central de Un mundo feliz de Huxley, John el salvaje– hacia formas de aniquilar los significados pasados, esos que han venido luchando por sobreponerse a las ideas de los hombres.

La tabla es una novela que da cuenta del desenfado ante la derrota con la esperanza de una victoria. Cuando ser humano llega hasta el punto de tomar la firme resolución de cambiar, de actuar, de no aceptar más ser sometido y enfrentar cualquier adversidad en un determinado contexto histórico, se unen tres factores insoslayables: el empeño, el vigor y la valentía. De esa unión surge la consciencia de la voluntad de poder (el no favorito) y, como añadidura, la esperanza de que algún día el sueño deseado (salirse de la aceptación) pueda convertirse en realidad.

De ahí surge una metáfora del marginado. Con razón, Amadís, el personaje central de la novela, revela por todas partes y en todas partes su «marginalidad caballeresca», de fuerza ética universal que conspira contra la barbarie, la injusticia y los atropellos de los totalitarismos sobre la condición individual.

La tabla no es una novela de caballería en sí misma, pero su impulso, su poética, su mensaje, están conectados con la esencia de las novelas de caballería. Una vez que ese valor caballeresco (el destino individual de la condición humana) ha sido escamoteado y deriva en manos del poder de las tiranías, las condiciones para que surjan relatos como La tabla están sugeridas. Lo que ha hecho Armando de Armas con esta novela es armarse desde lo marginal e ir a recuperar ese viejo valor caballeresco para ponerlo en su justo lugar.

Quien lea el libro en su totalidad (de principio a fin) cerrarán un círculo, una historia, un periodo inequívoco: La tabla es una novela de asombro y extrañamiento porque nos sugiere, con fuerza y tenacidad, lo que por ignorancia no pudimos ver durante ese periodo: que nuestro destino como seres individuales ha sido sometido y, lo peor, que hemos aceptado esa sumisión como verdad, como significado, ante el poder del totalitarismo.

Debido a esta aceptación discapacitada, la novela ejerce una narrativa para la trasformación, pues despeja la incógnita de que ese sometimiento es la base de todas nuestras maniobras, e incluso de nuestras protestas y descontentos. En este sentido, hemos sido sentenciados a protestar, bajo los límites del totalitarismo, de nuestros propios significados.

Ángel Velázquez Callejas, verano, 2013

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