«La roca de patmos» (la primera novela cubana post-histórica)

Por Coloso de Rodas

La primera incursión «posthistórica» en la literatura cubana, que señala el fin de los relatos históricos y el surgimiento de la narrativa modelada por un individuo «exitencializado» debido a la secularización, vio la luz bajo el sello de la editorial Carasa en La Habana en 1932, siendo reeditada por Letras Cubanas en 2010. Los críticos la han tachado de novela fallida, de escaso calado literario, retratando la historia de un «hombre sin atributos», enclaustrado en un derrotismo político. Su protagonista, un burgués desahuciado, perdedor y neurótico, abrazaba posturas anti-patrióticas.

Entre los más severos críticos de La roca de Patmos se encuentra Jorge Mañach, quien desestimó la obra por considerarla una expresión decadente, carente de compromiso con los ideales patrios y ajena a las exigencias de una literatura nacional edificante. Sin embargo, Mañach no advirtió que en aquel mismo momento histórico se gestaba en Cuba una mutación profunda, el tránsito silencioso del patriotismo romántico decimonónico hacia un revolucionarismo moderno, más visceral y desencantado, que encontraría expresión posterior en otros lenguajes literarios y políticos. La incomprensión de este cambio explica, en parte, el rechazo de la crítica académica a una obra que ya anunciaba el colapso del sujeto nacional como figura unificadora del relato cubano.

No obstante, mi perspectiva es más sosegada, más arbitraria. Sostengo que esta obra marca el inicio de la novela cubana que se adentra en elementos incipientes de una sociedad «post-histórica», alineándose perfectamente con el modelo literario de Memorias del subsuelo (1864) de Fedor Dostoievski. El personaje principal es impetuoso y desgarrador, con la ansia de satisfacer sus deseos más íntimos a través de la indulgencia en sus propias degradaciones.

Este personaje encarna a uno de aquellos «aniquilados» por la Historia, quienes inventan su propia desdicha y desestabilizan el mundo de los progresistas, que sostienen que el ser humano es un ente cuyas necesidades pueden ser satisfechas. Estos personajes se erigen como una sociedad «distópica», «post/nacional», «post/revolucionaria», y similares, arraigadas en el programa anti-nacional literario de Alberto Lamar y su concepción del «hombre aburrido».

De hecho, Alberto Lamar vislumbra lo que hoy, por alguna razón, se ha relegado como el inicio de una «teoría de la posthistoria» cubana truncada, donde la verdadera esencia, en el estado de ánimo estancado del colectivo/nación, se ve constantemente amenazada por el filo de la navaja revolucionaria, generando partidos políticos, asociaciones de ayuda mutua, sindicatos, movimientos revolucionarios y literarios que luchan en la historia.

Para Lamar, la caída del gobierno de Machado en 1933, que representaba el bienestar político, económico y social del país, marcó un duro revés para el propósito de la Historia cubana.

Siguiendo el modelo literario de La roca de Patmos, el aburrimiento y el resentimiento se erigen como características fundamentales en la formación temporal de colectivos posthistóricos. El protagonista de esta novela, Marcelo Pimentel, busca incansablemente la felicidad en el amor, evitando comprometerse con la ley, pero sintiendo la necesidad de saldar deudas con su pasado y desenterrar las impurezas tradicionales.

La novela de Alberto Lamar Schweyer, La roca de Patmos, escrita en 1927, condena valientemente «lo mismo». Marcelo Pimentel no es simplemente un hombre atrapado en las relaciones entre el productor y la producción de hombres, sino uno atormentado por «lo mismo». A pesar de sus esfuerzos por forjar una vida diferente en Cuba, una voz sabia lo previene: «Es inútil intentar borrar el pasado. Siempre, en todas partes, en el cuerpo y en el alma, estará grabado».

Las atribuciones de un hombre sin cualidades son engañosas, y la preocupación de Marcelo por no repetirse es tangible. Durante su estancia en Cuba, y después de su regreso, descubre el significado de «ser uno mismo». Sin embargo, sus acciones pasadas siguen siendo objeto de reproche: «Los caminos, amigo mío, no se desandan, aunque se deseen; el cansancio que dejan nos acompaña siempre». Desde entonces, todo el mundo se cuestiona lo mismo.

La tentativa de proyectar «lo uno mismo» en la literatura y la cultura cubana fue cuestionada cuando Labrador Ruiz escribió en 1933, siguiendo los impulsos lamareanos, la novela El laberinto de sí mismo. Años después, expresaría: «Pero vivir es estar solo, como dice una fórmula bien conocida; profundamente solo, sin siquiera la intimidad de uno mismo a veces».

Es la historia de un hombre que busca incansablemente la felicidad en el amor, evitando compromisos con la ley, pero primero debe saldar cuentas con el pasado, desempolvando las impurezas tradicionales de su existencia. Según el autor, esta es la historia de un hombre aburrido. Vive descontento durante una década, durante su juventud en Estados Unidos. Luego decide viajar a Cuba, su patria, en busca de sentido histórico.

Marcelo Pimentel se equivoca al regresar a Cuba: encuentra que todo gira en torno a la falta de «honor», como si todo estuviera regido por la «ley del decoro». Llega al límite donde comienza el sentido del nihilismo definitivo, augurando el inicio de la poshistoria cubana.

Bajo la presión de la «honorabilidad», Marcelo contrae matrimonio (metafóricamente hablando), quizás como respuesta a un antiguo consejo: «Si te casas, nunca podrás convertir a tu novia en tu amante». No podrás convertir tu vida en amor. La roca de Patmos (1932) narra subliminalmente la historia del último hombre en Cuba. Lo que sucede a continuación es la consumación de la erotización de la sociedad y la pérdida del honor y la virtud.

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