La muerte de José Martí y el atleta del apostolado

Por: Spartacus.

La fractura del tiempo existencial, que los retirados del movimiento del viaje del mundo han desencadenado y que José Martí insistía en mantener a toda costa desde la controversial frase «ruinen tiempos» en el Prólogo al poema del Niágara, revela un desmedido proyecto ético-moral. Este proyecto emana de la búsqueda de la perfección espiritual, entendida como el acercamiento a la meta, al final, en el espacio temporal donde debe desarrollarse la fase final de la carrera por el apostolado cristiano.

En un capítulo central de mi libro inédito, Adiós al héroe, titulado El renacimiento apostólico martiano, destaco que la muerte de Martí en Dos Ríos no fue un suicidio anunciado en combate, como sugieren diversas versiones, sino la representación simbólica y performativa del sprint final hacia la meta de la perfección e integridad espiritual. Este objetivo busca el hombre integral, y Martí, a través de su apostolado, se erige como guía y mentor para generaciones futuras de atletas imitadores del apóstol, quien a su vez imitaba a Cristo.

Desde la Joven Cuba hasta el M-26-7, se formaron nuevos atletas que siguieron el apostolado martiano, impulsados por una venganza postergada o una revolución aplazada. Este impulso vengativo se originó en la teología y la filosofía ecléctica cubana, y Martí lo tradujo en un destino apostólico. Corrió más rápido que sus competidores, situándose en la delantera, y utilizó su sufrimiento existencializado, expresado en el alegato «El presidio político en Cuba», como base para convertirse en el ganador absoluto del apostolado.

Martí, según Tertuliano en Ad mártires, tenía todas las cartas a su favor al haber experimentado la muerte desde la niñez hasta la adultez, tanto desde el exterior como desde su interior reflexivo en los «Apuntes filosóficos». La muerte de Martí no debe entenderse como una protoescena artística, sino como la de un atleta etrusco que, mediante la muerte, acelera el resquebrajamiento de una vida pasada por la inercia mundana y secular.

La muerte de Martí el 19 de mayo de 1895 simboliza la culminación de la maratón donde el atleta, a través del ejercicio de la escritura, busca un renacimiento apostólico para guiar a los pueblos latinoamericanos hacia la independencia espiritual. La última etapa de la carrera, plasmada en el Diario de Campaña, muestra el desarrollo disciplinario del trabajo existencial y escriturario de Martí, que culmina en el sentido apostólico de la muerte. La muerte acaece de cara al Sol, y Martí trasciende su significado a través de su obra política y literaria.

El apostolado de Martí no surge inmediatamente tras su muerte, sino a través de la resurrección simbólica que ocurre en el terreno de la retórica y el discurso nacional cubano. La «generación del centenario» asume el enunciado apostólico independentista dejado por Martí debido al giro hacia el atletismo vengativo contra la injusticia. El carácter tanatológico de la espiritualidad vuelve a tomar forma existencializada, afectando a todo un país que, en el siglo XX, asume el sufrimiento como parte de su historia, dando origen a revolucionarios independentistas.

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