Por: Galán Madruga
En aquel 23 de junio de 2011, en un almuerzo celebrado en Nápoles, Markus Gabriel, el profesor de filosofía más joven de Alemania en ese entonces, proclamó el advenimiento de una nueva era epistemológica. Bautizó esta corriente como Nuevo Realismo, una postura filosófica que se suponía caracterizaba la era que sucedía al llamado postmodernismo. Fue en el año 2013 cuando Gabriel decidió difundir esta nueva era epistemológica ante un público más amplio, mediante la publicación de un libro de no ficción con el hermoso título de Por qué el mundo no existe.
Gabriel, naturalmente, no se interesaba en el desarrollo de una mera «metafísica sobre lo real», sino en una «ontología sobre lo real absoluto». Buscaba explorar un punto que había quedado truncado en el idealismo alemán tardío, específicamente en el análisis exhaustivo del idealismo post-kantiano encabezado por Fichte, Schelling y Hegel. La diferencia con la «metafísica clásica» resultaba evidente, pues Gabriel se enfocaba en el uso del término existencia como real absoluto, como un campo de significados.
En septiembre de 2020, el escritor Armando de Armas fue galardonado con el premio ensayo Ego de Kaska por su libro titulado Realismo metafísico: un texto mistérico acerca de la creación literaria, publicado por Ediciones Exodus en el mismo mes. Era de esperarse que esta obra realizara una incursión inédita en las motivaciones literarias, desafiando las posturas del «positivismo naturalista» y el «constructivismo» en la creación literaria per se. En este sentido, la diferencia entre el «realismo ontológico» de Gabriel y el enfoque de De Armas radicaba en un «perspectivismo tradicionalista». De hecho, el movimiento literario al cual se adhiere De Armas exploraba las motivaciones arquetípicas del «inconsciente colectivo del absoluto». Si para Gabriel el «realismo ontológico del absoluto o el más allá» consistía en la posibilidad de que el sujeto hiciera consciente, en el plano terrenal, el significado de la existencia del absoluto, y hablara acerca de una epistemología de la existencia absoluta, para De Armas, el «realismo metafísico» se aventuraba en un viaje transgresor a través de los distintos estados de conciencia y niveles de la realidad, explorando los sueños, las visiones y las imaginaciones arquetípicas presentes en la literatura.
El sueño etéreo, cuya manifestación ahora se despliega en el cuerpo sutil e imperceptible, forja su propio sendero de fantasía. La imaginación escapa de su envoltura carnal y se embarca en un viaje a través del vasto espacio. Pero corre una distancia determinada. En la psicología occidental, se le conoce como imaginaciones inconscientes. Por ejemplo, el sonido del OM, un mantra sagrado, tiene la capacidad de evocar imágenes y sueños etéreos. Del mismo modo, la ingestión de una sustancia alucinógena como el LSD puede generar visiones etéreas. Así, comienzas a experimentar tu individualidad con base en una clase de realidad. Es en este punto, en el umbral de la apropiación, donde das inicio a la creación de tu propia realidad. Te desmarcas de las restricciones del historicismo y el positivismo, acortando la brecha entre el sueño y la realidad con la ayuda de un elemento externo.
El sueño astral posee la facultad de viajar en el tiempo y el espacio. Ahora sueñas con el pasado, regresando a tus vidas anteriores. La hipnosis, por ejemplo, actúa como un medio de transporte fundamental. Según Jung, la visión astral surge del inconsciente colectivo. A través de ella, puedes vislumbrar vidas pasadas y soñar con todo tipo de extrañezas, incluso con tus propias etapas evolutivas previas, encarnando el ser animal. Esta dimensión de sueños y visiones es la más oscura, pero también la más relevante dentro del panorama individual. Nadie externo a ti puede saber qué ocurre allí, solo tú. Experiencias relatadas sugieren que aquellos con enfermedades mentales podrían llegar a visualizar el pasado más allá de su propio nacimiento. En última instancia, la locura mental, como sucedió con Nietzsche, se convierte en un medio de transporte para aproximarse a la realidad. El animal político abandona las reglas preestablecidas y comienza a imaginar libremente su auténtica naturaleza: un ser animal real.
Dado que los sueños individuales no pueden ser transformados en realidades empíricas ni colectivas, se los clasifica como irrealidades metafísicas. No pueden ser comprobados por ninguna entidad ni medio social. Por ende, debemos seguir soñando para convertir la imaginación y la visión en una realidad absoluta. Hasta ahora, somos vecinos del Ser, pero solo en el plano individual. Nadie lo creerá; objetivamente, todavía carecemos de realidad. Heidegger identifica este punto como la comunidad sin ser. La mente, a través de la meditación drogada, comienza a operar consigo misma. Se produce una expansión de la conciencia.
¿Hacia qué horizonte nos dirigimos?
El inmenso viaje del pensamiento se adentra en el futuro, en ese porvenir que te aguarda, en tu propio destino. Es el futuro individual que se erige como un sistema poético en el universo de Lezama. En esta dimensión onírica y plagada de imágenes, convergen la antroposofía de Rudolf Steiner y las ideas del Cuarto Camino de Gurdjieff y Ouspenski. Su objetivo es trascender la mente inconsciente, abrir paso al despertar de la conciencia y recordarnos que la técnica y las artimañas olvidan al Ser absoluto. Ahora tienes la capacidad de crear desde tu ser interior, sin intermediarios de otros cuerpos sutiles. La mente misma engendra visiones, imágenes y sueños que se convierten en futuros para la humanidad. Es el espacio donde se materializan las genialidades de los grandes artistas, los poetas y los visionarios. Armando de Armas se ubica en este plano.
El tiempo, que antes fluía ininterrumpidamente, se detiene mientras te sumerges en tu porvenir. El presente es un flujo temporal que se desplaza en todas las direcciones. El tiempo dentro de ti adquiere una naturaleza metafísica tangible. Construyes un tiempo propio, al igual que los antiguos griegos. Esto te acerca más a la realidad, te aproxima al espacio del Ser absoluto, aunque el tiempo continúa siendo una barrera infranqueable. El tiempo se convierte en la última frontera, una expresión esotérica que se refleja tanto en los sucesos de la Ilíada como en el Diario de Campaña de José Martí. Es la manifestación mítica de la temporalidad, una dimensión que nos abraza y nos supera.
El sueño espiritual trasciende la creación de tu tiempo personal. Sueñas con la eternidad y el cosmos. Los mitos y los dioses te otorgan un tiempo propio: el tiempo mítico, el tiempo de los dioses, el tiempo de la metafísica trascendental. Se tejen historias acerca de la creación que pueden ser objetivamente comparables y verificables. Te sumerges en la realidad de lo metafísico, aunque paradójicamente aún no vives en ella. El sueño mitológico es creíble, pues se verifica objetivamente a pesar de ser un sueño. Es la dimensión en la cual varias personas sueñan conjuntamente: dioses, eternidad y tiempo de la creación. El Ser sueña. Jesús, Mahoma, Buda, Krishna, Zaratustra, Moisés, crean para nosotros una mente colectiva. Ahora se impone la conciencia colectiva por encima de la conciencia individual. La religión del Ser ha sido forjada. Lo divino asegura el sueño, otorgándole una objetividad comparable y comprobable.
El sueño mortal, la auténtica realidad. Tus sueños se desvanecen en la vastedad de la eternidad y la nada. Sin embargo, ya no estás presente para experimentarlo ni para narrarlo. Armando ha dejado de existir para contarlo.
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Galán Madruga, escritor y critico de arte. Trabaja de profesor adjunto de estética en la Universidad Compútense de Madrid.