La «melancolía cognitiva» se resuelve con una jarra de cerveza.

Por Vito Corleone

Cuando estoy melancólico, siento que no estoy conmigo mismo. Debería haber entregado un artículo para Ego de Kaska. Se terminó. He estado pensando en la cuestión de la «comprobación de la plausibilidad». Cuando quise cambiar el título antes de enviarlo a la redacción, el ordenador me informó de que había peligro de que el texto se bloqueara. «¿De verdad quieres cambiarlo?» He pulsado que sí y el texto desapareció. La ventanita que siempre toco para abrir un texto estaba en color gris. El texto del artículo ya no existía para mí. No sabía cómo sacarlo del ordenador. Eso me puso gris y ligeramente melancólico. Era lo que se conoce como melancolía cognitiva, un estado en el que sé que estoy atrapado.

Era consciente de que no podía pescar en el mar digitalmente infinito para pescar el artículo. Así que era cuestión de reescribirlo otra vez. No se me ocurría otro tema. Estaba experimentando una melancolía cognitiva, que es diferente de la emocional que hace que el pensamiento se vuelva negro. El mío era gris. «¿Gris?», me maravillé.  Me acordé de las tardes grises de Playa Albina y para ver si la palabra «gris» juega un papel en ellos, porque quien piensa en el asunto hasta el final se encuentra con un gris y pierde la alegría de los colores del arco iris.

En el gris se encuentra en los indecisos. Sócrates expresa con la sencilla frase: «Sé que no sé nada». El dicho no parece verosímil, pues Sócrates era un ateniense muy entendido. Aclarado e interpretado, debe completarse: «Sé que no sé nada de las últimas cosas». Ese es el gris que yo veo, conmigo sólo significa que tienes que escribir un artículo, pero no sabes de qué. Así son casi todos los días cuando me levanto frente al ordenador.

Así que, cojeando por la decepción, debía ponerme a trabajar. No fue fácil para mí. El articulo tenía que tener un mensaje que valiera la pena leer. ¿Sería capaz de hacerlo? Después de haber pasado toda una vida intentando cumplir con mi deber, los miles de millones de neuronas y sinapsis sintonizadas de mi cerebro intervinieron con la orden de sentarse al PC inmediatamente. Allí me senté, pensando que los artículos suelen ser pequeñas historias anecdóticas de la experiencia propia. ¿No acababa de estar poderosamente molesto y arrojado a la penumbra reinante? Al escribir, pude superar mi frustración y cumplir con mi obligación al mismo tiempo.

Mientras escribía, noté cómo el enfado conmigo y el gris de mi melancolía se diluían. Volví a ver los colores, y aprendí a meter lo gris en uno mismo para llegar a ser sabio. Un amigo escritor, que se hace más presente para mí cuanto más temeroso me hago, me decía, como el niño cuando era gris y guerrero: «Vete al jardín, desbroza la hierba y bebe una jarra de cerveza.


 

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