Por KuKalambé
Para Armando de Armas
La idea de fuerzas externas influyendo en la humanidad, o más bien, la idea de una habilidad artística sobrehumana, se remonta a tiempos antiguos. Mucho antes de que Sófocles hablara sobre la dualidad de la naturaleza humana, ya existía una historia fundamental: el sueño de Jacob, tal como se cuenta en el Libro del Génesis (Bereschit), capítulo 28, versículos 10 en adelante.
Jacob salió de Berseba y se dirigió a Jarán. Llegó a un lugar donde decidió pasar la noche, ya que el sol se había puesto. Tomó una de las piedras del lugar, la usó como almohada y se acostó. En su sueño, vio una escalera apoyada en la tierra y cuya cima llegaba al cielo, por la cual los ángeles de Dios subían y bajaban. En la cima estaba Yahvéh, quien le dijo: «Yo soy Yahvéh, el Dios de tu padre Abraham y el Dios de Isaac. La tierra en la que estás acostado te la daré a ti y a tus descendientes».
En la antigüedad europea, no había una imagen que simbolizara mejor la conexión entre los humanos y las fuerzas superiores que esta visión de Jacob. Los ángeles en esta historia no son seres humanos evolucionados, sino criaturas creadas por Dios. Los ángeles suben y bajan por la escalera en una especie de danza acrobática, mostrando que la vida humana es solo un punto medio entre los mundos superiores e inferiores. Cualquier logro humano, por grandioso que sea, es superado por las acciones trascendentes de los ángeles.
La historia de Europa antigua puede interpretarse como un intento de entender y traducir la visión de la escalera de Jacob a la vida diaria. La palabra griega akro bainein, que significa «andar de puntillas», simboliza tanto el moverse por los escalones de la escalera entre la tierra y el cielo como los diferentes rangos de la nobleza entre el pueblo y el rey.
En el circo, la acrobacia en escaleras es una transición a la acrobacia aérea, similar a cómo los ángeles se representan flotando en el aire. Por eso, Jacob construyó la primera casa de Dios, Betel, en el lugar donde la escalera tocaba la tierra. La piedra que usó como almohada se convirtió en la primera piedra de la construcción.
Cuando un pueblo nómada se establece, el mejor lugar para comenzar es donde empieza la ascensión vertical. La jerarquía que Jacob vio en su sueño debía convertirse en una jerarquía real. Los ángeles tienen diferentes rangos, desde serafines hasta ángeles mensajeros, y según el Pseudo-Dionisio Areopagita, la Iglesia y las administraciones reales deberían reflejar esta jerarquía. El sueño de Jacob es una pirámide de cuerpos sutiles, una visión que debe durar milenios, no solo un minuto, como en un espectáculo de circo.
La influencia de esta tradición de la escalera angélica es tan fuerte que incluso Nietzsche la menciona cuando Zaratustra dice a sus amigos que quiere mostrarles «todos los escalones del superhombre». La idea de la escalera sigue viva incluso en tiempos de crisis atea. Representa una tensión hacia lo alto, aunque no haya un punto de apoyo claro en la cima. Nietzsche transformó a los ángeles en artistas circenses, anunciando que la destreza artística está acumulando montañas cada vez más altas y sagradas.
Pensadores del siglo XIX y XX han contribuido al vocabulario de la verticalidad: Marx habla de superestructura y sobreproducción, Darwin de supervivencia, Nietzsche del superhombre, Freud del super-yo, Adler de sobrecompensación, y Aurobindo del super-espíritu. Se puede observar un empujón similar en el siglo V con el Pseudo-Dionisio Areopagita, quien amalgamó la teología platónica y cristiana utilizando el prefijo hyper.
Una palabra que falta en el siglo XX es superasesino, que describiría a los dictadores que usaron pretextos socialistas para hacer política basada en sentimientos antijerárquicos.
En cuanto al superhombre nietzscheano, es evidente que la era del superhombre está en el pasado, cuando los hombres buscaban elevarse por causas trascendentes. El cristianismo tiene derechos de autor sobre este concepto de lo sobrehumano.