«Hígado al ensayo», de Alfredo Triff

Por KuKalambé


No hay ninguna descripción de la foto disponible.La constatación de que el discurso literario cubano, tanto en la isla como en el exilio, permanece atrapado en una envoltura ideológica prenatal —una matriz aún no desgarrada por el pensamiento libre— puede evidenciarse mediante un análisis riguroso de su gramática interna, no sólo en términos de estructura sintáctica o estilística, sino también a través del estudio de sus borradores, tachaduras y repeticiones, es decir, del gesto escritural mismo. Esta afirmación, que bien podría parecer osada o provocadora, es en realidad el núcleo reflexivo del ensayo Hígado de Alfredo Triff, cuya naturaleza paradójica reside en poner en evidencia tanto la caída de la escritura como la experiencia vivida del descenso.

En lugar de limitarse a describir la superficie del texto, Triff propone un buceo en los residuos, en lo que ha sido expulsado. Su método recuerda el gesto wittgensteiniano cuando se pregunta si la gramática puede constituir no sólo una regla del lenguaje, sino una forma de vida, une forme de vie, un régimen o una ascesis que permita, en su ejercicio, la posibilidad de un entrenamiento subversivo. En otras palabras, ¿puede la escritura transformarse en un laboratorio ético, en una escuela del desvío, en una gimnasia de la caída?

El autor no se contenta con diagnosticar, lleva su escritura hacia un lugar incómodo, allí donde el pensamiento filosófico y la expresión ensayística coinciden en el cuerpo. Y es precisamente el cuerpo —y más específicamente una parte subalterna del mismo, el trasero— el que Triff invoca como metáfora fundamental de la escritura. Esta elección no es vulgar sino reveladora. Al situar la escritura como un proceso digestivo, como una excreción del pensamiento, el autor no solo subvierte las jerarquías tradicionales del intelecto, sino que desplaza el lugar del sentido hacia el abismo, lo que defecamos también somos nosotros.

¿A qué vertedero ha sido arrojado el discurso literario cubano? Triff sugiere que éste atraviesa un proceso de descomposición antes de llegar al lector o incluso al propio escritor. Esta descomposición es, al mismo tiempo, simbólica y política, la cubanidad —esa entidad saturada de mitos— ha sido atrapada por una gramática redentora y escatológica, una lengua que presume de iluminarlo todo desde un lugar metafísico y que, sin embargo, deja fuera la complejidad real de los fenómenos. Il faut nommer les choses par leur nom, y ese nombre es decadencia.

El ensayo Hígado no sólo diagnostica esta decadencia, sino que propone una metodología para salir de ella, una separación deliberada de la cultura ensayística establecida. Esta ruptura no se presenta como un gesto heroico o mesiánico, sino como una estrategia irónica y crítica. Triff no aboga por la abolición de la forma, sino por su reapropiación desde la basura, desde el desecho, desde lo que ya ha sido digerido y expulsado. En este sentido, el ensayo se convierte en una forma de resistencia gramatical frente a la ornamentación ideológica de la cultura cubana.

Así emergen tres gramáticas que estructuran el texto, la gramática del mito, la gramática de lo perdido y la gramática de lo superfluo. Estas categorías no son meramente estilísticas, son, en realidad, los tres síntomas de una crisis más profunda, la incapacidad del discurso nacional para actualizarse, para reinventarse fuera del canon sacrificial. La escritura, atrapada en una lógica de redención y fatalismo, no logra separarse del gesto fundacional martiano ni del moralismo patriótico que aún la rige.

Cada una de estas gramáticas marca un momento de la caída, una estación del descenso en que el cuerpo del escritor se enfrenta a la suciedad de la lengua. En ese contacto con la podredumbre, con la gramática contaminada de la nación, el ensayo revela su verdadero propósito, establecer una ruptura no con la tradición literaria, sino con el modo en que ésta ha sido metabolizada. C’est dans la merde qu’on trouve parfois l’or, decía Artaud, en el fango, en la podredumbre, en lo que ha sido rechazado, puede encontrarse lo valioso.

No es casual que Triff acuda al concepto de culología como categoría crítica. Lo que en principio puede parecer una provocación humorística, se revela como una noción filosófica cargada de sentido, culología no es otra cosa que la ciencia de lo que ha sido desplazado al final del cuerpo, lo que no se quiere ver ni oler, pero que sin embargo sostiene —paradójicamente— la arquitectura del discurso. Desde hace décadas, la cubanidad arrastra un hedor conceptual que ha sido naturalizado, normalizado, incluso celebrado. La voz de Alberto Lamar Schweyer ya lo advertía en su ensayo olvidado de 1929 sobre la crisis del patriotismo, una forma de pensar la nación sin pasar por la crítica no sólo es un error intelectual, sino un crimen contra el porvenir.

A este respecto, la crítica cubana ha sido incapaz de plantearse una pregunta fundamental, ¿qué constituye una orden cultural? ¿Dónde comienza y dónde termina la autoridad del sentido? Triff, siguiendo una vena analítica, propone una operación que podría calificarse como sécession grammaticale —una secesión gramatical— respecto de los grandes relatos, los mitos fundacionales, los discursos redentores. En esta operación, el lenguaje común, el habla vulgar, cobra un protagonismo inédito. El ensayo no aspira a la erudición, sino a la precisión irónica. No busca la totalidad, sino el fragmento significativo. No escribe desde el poder, sino desde la marginalidad crítica.

La herencia de Nietzsche se hace presente en este gesto, el martillo del filósofo no busca destruir por placer, sino auscultar, escuchar el eco de la huecura. Estos ensayos son intempestivos, guerrilleros, sin solemnidad ni concesión. En ellos hay un ataque directo a la forma sagrada de la cultura cubana. La basura es, en ese contexto, el nuevo archivo. Allí se encuentra la verdad sucia de una nación que ha preferido mentirse a sí misma.

Sin embargo, no todo está perdido. Hay en Hígado ciertos pasajes que permiten entrever una posibilidad de reconstrucción. La sección dedicada a Guía de turismo se aparta del tono culológico y propone una secularización elegante de la gramática patriótica. Allí se respira otro aire, menos saturado, más respirable. On peut encore espérer.

Al final, Triff plantea que sólo mediante una gramática crítica puede levantarse el dedo medio ante el canon. Esta afirmación, cargada de sarcasmo, no es otra cosa que una invitación a imaginar un nuevo modo de decir. No desde la solemnidad patriótica, sino desde la inteligencia irónica. No desde el mármol de los próceres, sino desde el fango donde realmente ocurre la vida.

Lo que se propone, en última instancia, es una nueva ética de la escritura, una ética que no rehúye el asco, que no se incomoda con la risa, que no teme al mal gusto. En esa ética, el ensayo se revela como un ejercicio de desnudez gramatical, escribir no para honrar al lenguaje, sino para mostrar su falla, su escoria, su potencia de ruina. Allí donde otros buscan elevar, Triff cava. Donde otros embalsaman, él pudre. Donde otros escriben para salvar, él escribe para perder.

Y sin embargo, en esa pérdida, hay también un gesto de fidelidad. Una fidelidad no al canon, sino a lo que el canon excluye, el tartamudeo, el exabrupto, la carcajada sucia. Es ahí donde el ensayo encuentra su verdad. Como diría Deleuze, Il n’y a de vérité que dans le devenir. No hay verdad sino en el devenir, en el desvío, en la caída. Y Triff, desde su laboratorio de residuos, nos invita a caer con elegancia.

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