Por Spartacus
«Muerte y Patria» (no «patria o muerte», no «patria y vida»)
Así es como la muerte dio origen a una patria. En las capas más profundas y antiguas de la cultura germánica del periodo merovingio, a la cual accedemos a través de su rica literatura, nos encontramos con la reiterada comisión de delitos de naturaleza casi edípica. Estos actos coexisten con un sentido de responsabilidad individual que supera incluso el apogeo de la civilización helénica.
La poesía sublime de Eddie, cuya grandeza es universalmente reconocida, nace precisamente de esta impactante yuxtaposición entre el abismo del crimen y la plena conciencia de los criminales sobre la atrocidad cometida, sin concesiones ni sentimentalismos. Sin este contraste tan agudo, sería inconcebible imaginar una poesía de la magnitud que Eddie nos ofrece.
Sin ese profundo sentido de responsabilidad y justicia trágica, nos encontraríamos ante seres humanos gobernados únicamente por la ley de la selva, y no ante una sociedad en el verdadero sentido de la palabra. Si el crimen primitivo fuera erradicado al punto de que ya no generara un conflicto evidente, estaríamos frente a una sociedad que habría alcanzado un equilibrio entre la represión y la satisfacción de los instintos más básicos; en otras palabras, una sociedad primitiva e inmutable, similar a las que conocemos por el estudio antropológico.
Es precisamente la intensidad de la contradicción entre estos extremos opuestos —el asesinato familiar y el incesto, por un lado, y la culpa consciente y la responsabilidad, por el otro— lo que genera en el mundo de Eddie una poesía de una naturaleza sin precedentes, en una sociedad verdaderamente primitiva. Es importante señalar que estos mismos conflictos, aunque velados en etapas más avanzadas, también son el germen de una gran religión y de todos los logros de una civilización superior: la muerte y la patria (la muerte del padre).
En efecto, la definición misma de una cultura superior, en contraste con una primitiva, radica en que la primera, debido a su desequilibrio entre estos extremos, avanza y evoluciona, mientras que la segunda, una vez hallado su camino, se estanca en una repetición monótona de un equilibrio emocional. En esta extrema contradicción entre el crimen y la responsabilidad, encontramos, en cualquier caso, la fuerza impulsora detrás de todo el ciclo civilizatorio, mucho más visible en sus orígenes que en sus posteriores desarrollos.
Nota del editor:
La Leyenda de los Nibelungos, que narra la época heroica de ese conjunto de naciones conocido como teutónicas, germánicas o góticas, es para estas razas lo que los poemas homéricos son para los griegos. Aunque menos perfecta en su estructura, la leyenda es el tesoro común más venerable de la antigua poesía germánica.
Si consideramos las adiciones más recientes al núcleo de los Nibelungos, la leyenda abarca elementos desde aproximadamente el año 350 d.C. hasta alrededor del año 1000 d.C. El primer gran clímax épico se alcanza en el año 436 con la derrota y muerte del rey burgundio Gunther en la batalla contra los hunos, justo antes del final de la era romana y antes del apogeo de la gran era migratoria. El segundo clímax, aún más dramático, se da en el año 575, cuando el rey franconio Sigbert es asesinado por el hermano del rey Gunthram de Burgundia, un asesinato que posteriormente se atribuyó a la reina Brunilda. Como epílogo, en el año 630 se da la derrota del rey Dagobert a manos de los eslavos paganos del rey Samo.
Cantada a lo largo de los siglos, la leyenda finalmente desapareció de los labios del pueblo. Sin embargo, cuando el compositor alemán Wagner la resucitó en el siglo XIX, el joven Sigfrido de la leyenda de los Nibelungos se transformó en una especie de héroe nacional alemán moderno, y la historia original de la leyenda se convirtió en el centro de encendidos debates entre los estudiosos alemanes.